María Rangolla
En la calle
Europa, hoy Carlos Calvo, 2721, la casa de baile conocida como de María "La Vasca", fue como un
faro tanguero que alumbraba las noches diqueras del viejo San Cristóbal. Aún
perdura su fama, hecha leyenda en la eufonía de ese nombre que evoca un Buenos Aires lejano, un Buenos Aires que aunque
parezca de museo, nos ha legado componentes emocionales incorporados a la
idiosincrasia del porteño.
En esa casita, que aún se conserva con sus altas
ventanas a la calle y tiene el encanto de una cancela de hierro forjado entre
el zaguán y el soledado patio con jardín de macetas, se escribió noche a noche
un capítulo imprescindible de la vida del tango. Por ella pasaron Manuel
Campoamor (1), Ernesto Poncio y Vicente Greco. Y allí, una noche de 1897, el
moreno Rosendo Mendizábal -en los treinta años de su vida- muy solicitado
"por su manera inimitable de tocar milongas en el piano, manejando una
mano izquierda generosa de bordoneos" (2), creó esa página clásica y feliz,
llamada "El Entrerriano".
Según el testimonio de un habitué -recogido por
los hermanos Bates en su obra tantas veces citada- en lo de María "La Vasca" podía bailarse
-¡el tango, por supuesto!- "todas y toda la noche, a tres pesos la hora
por persona". Concurrían "estudiantes, cuidadores y jockeys y, en
general, gente de bien". El testigo de aquellas farras a que aludimos
agregó este recuerdo interesante: "El pianista oficial era Rosendo Mendizabal y allí
fue donde por primera vez se tocó 'El Entrerriano'. Era una noche en que varios
socios del Z Club (3) habían tomado la sala por varias horas de baile; recuerdo
que siendo más o menos las 2 a.m.
golpearon la puerta, atendió María "La Vasca" y regresó diciendo que eran los
jockeys Pablo Aguilera, el famoso corredor de Pillito, Rafael Bastiani y otros
más cuyos nombres no recuerdo, y nos pedían que le permitiésemos participar del
baile. Gustosos aceptamos y así se bailó hasta las 6 a.m. Al retirarnos lo saludé
a Rosendo, de quien era amigo, y lo felicité por su tango inédito y sin nombre
y me dijo: 'Se lo voy a dedicar a usted, póngale nombre'. Le agradecí pero no
acepté, y debo decir la verdad, no lo acepté porque eso me iba a costar, por lo
menos, cien pesos al tener que retribuir la atención. Pero le sugerí la idea de
que se lo dedicase a Segovia, un muchacho que paseaba con nosotros, amigo
también de Rosendo y admirador; así fue: Segovia aceptó el ofrecimiento de
Rosendo y se le puso 'El Entrerriano' porque Segovia era oriundo de Entre
Ríos".
Las líneas anteriores reiteran la tradición
milonguera de la parroquia. Hablar hoy de María "La Vasca" es remitirse a
uno de los altares bautismales del tango, erigido en lo que por entonces era el
suburbio sureño de Buenos Aires. Y así como fue cambiando la ciudad, muchos
lugares antes famosos se fueron olvidando. Quienes pasan hoy frente a Carlos
Calvo 2721, desaprensivamente como ante cualquier casita de barrio pobre,
ignoran que hace mucho tiempo tenía allí su imperio indiscutido María Rangolla,
mujer de belleza excepcional, nacida en la vasconia francesa.
Merced al gentilísimo testimonio de la señorita
Agustina Laperne y de su hermana Margarita, podemos dar hoy, por primera vez,
el nombre completo de aquella que fue como una emperatriz del tango en San
Cristóbal. Las hermanas Laperne son descendientes directas de María Rangolla,
pues su señora madre, Francisca Cassio de Laperne, era sobrina carnal de la
célebre propietaria de aquella inolvidable casa de baile de Carlos Calvo casi
esquina Jujuy, donde las bailarinas más diqueras, sumaban su embrujo al de los
tangos de los grandes músicos de entonces. Gracias a aquéllas todos los
gustadores del tango y de su historia conocemos ahora el nombre y el rostro de
aquella hermosa mujer, que así como fue de magnífica en su porte, también se
distinguió por su carácter bondadoso y por su generosidad.
María Rangolla,"La Vasca", nada material
dejó a su muerte porque ese fue su modo de vivir. No pretendemos glorificar
personajes. Sólo agregar que ella llevó tras suyo la estela de un nombre
identificado con una época de Buenos Aires y del tango. Sus cenizas se
conservan en la Chacarita,
junto a los restos de los padres de Agustina y Margarita Laperne, pero su fama
se mantiene como una leyenda en el corazón de los tangueros de ley.
Jorge Larroca
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