viernes, 11 de septiembre de 2015

CAFE MÜLLER

PINA BAUSCH
«No me interesa cómo se mueve el ser humano, sino aquello que lo conmueve». Pina Bausch.



Café Müller, la pequeña gran obra maestra de Pina Bausch, fue creada en 1978. Formaba parte de una velada compartida con otros tres coreógrafos (Gerhard Bohner, Gigi-Georghe Caciuleanu y Hans Pop), cada uno de los cuales debía imaginar su propia manera de habitar un decorado de café abandonado realizado por Rolf Borzik. Pina evoca el que su padre tenía en la región renana de Solingen, donde creció la pequeña Filipina (Pina), refugiando su infancia entre las patas de las mesas, viendo el mundo desde abajo y sin ser vista. «No tenía conciencia de todo lo que estaba pasando a mi alrededor. En todo caso no recuerdo oír hablar de la guerra. Era una niña muy tímida. Yo vivía en aquel restaurante. Y para un niño, un restaurante puede ser un lugar maravilloso: había tanta gente y pasaban tantas cosas extrañas». Pero el paisaje que conforman ahora las indomables sillas y mesas de aquel pequeño café alemán de posguerra nada hace pensar en un juego de niños. Pina levanta con ellas un paisaje umbroso, desolado e inquietante, que habla de la incomunicabilidad y la imposibilidad de amar en un mundo sin esperanza, con la muerte como único horizonte posible. La pesadilla del abandono, el fracaso, el dolor de no ser amado. Aunque nada más doloroso que la imagen de esa figura frágil, esquelética, la propia Pina, enmudecida y ciega, vestida con un camisón blanco que le llega a los pies, los brazos implorantes, el paso quebrado, de una indecisión angustiosa, como sobre cristales rotos, cuando no presa, dando vueltas y vueltas, en una endemoniada puerta giratoria.
AITOR ALAVA
11/9/15

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