Carnaval
Si existe una fiesta que a lo largo de la historia ha
tenido defensores y detractores, continuas prohibiciones y clandestinas
aprobaciones y, además, contener elementos tan variopintos y singulares como
propios de otras conmemoraciones, ésa es el Carnaval.
El Clero y el poder civil en un afán por establecer normas a su
conveniencia, construyendo un ambiente pecaminoso y maligno, no han hecho sino,
en ciertas épocas, contribuir a que ciertas capas sociales busquen una salida
para el desenfreno durante ciertos días.
En diferentes épocas y lugares ha sido considerada como la fiesta reina del
invierno o la celebración ritual de la entrada de la primavera. Con el tiempo
el concepto ha variado pero el fondo sigue siendo el mismo: disfraz, alteración
de lo cotidiano y disfrute.
Una parte importante de Europa sigue manteniendo algunas de sus tradiciones
de la época invernal. Los territorios del sur de Euskal Herria, a pesar de un
largo período de prohibición, han ido recuperando sus Carnavales, en
determinadas ocasiones con elementos de su pasado. Por su parte, en otros
pueblos del norte del país, principalmente en Lapurdi, con altibajos de muy
diferente orden entre los que se encuentra la segunda guerra mundial, continúan
celebrando la festividad en un afán constante de actualización pero sin perder
el referente del pasado.
Año tras año, se suceden actos y actividades, realizados individualmente o
en grupo, de forma espontánea, o incorporados oficialmente en programas que
tratan de enganchar a vecinos y foráneos. Las diferencias entre ciudades y
zonas rurales es evidente: la atracción viene dada por los núcleos con mayor
poder adquisitivo, lo que se traduce en una actualidad donde manda el consumo.
Origen e historia
Existen diversas teorías acerca del origen de la festividad, unas más plausibles que otras. Algunas, planteadas por diferentes autores, han quedado en descrédito con el paso del tiempo. Otras se siguen defendiendo hoy en día, intentando buscar en las Saturnales romanas, al igual que en el resto de festividades aquí expuestas, la raíz de los festejos carnavalescos.
La Saturnalia
o Saturnales se celebraron en honor al dios Saturno, de forma muy irregular
entre los siglos V a.C. y V d.C. Con el tiempo, en dicho período, se
suprimieron y se promulgaron en diversas ocasiones; según el emperador
existente en cada momento. Al parecer, en un principio eran un único día, el 17
de diciembre. Después, en tiempos de Gayo César (Julio César) se extendieron a
tres días (17, 18 y 19), aunque posteriormente llegaron a ser hasta siete días:
desde el 17 al 23 de diciembre.
En dichas fiestas se hacían banquetes privados, se daba cierta licencia a
los esclavos y se entregaban regalos. Aquí se aprecia un elemento enlazado
directamente con la Navidad
y, también, con el Carnaval, ya que se ha de tener en cuenta que el calendario
romano se remonta, según cuenta la leyenda al 753 a.C., año de la fundación
de la ciudad por Rómulo. Es entonces cuando el año comenzaba en el mes de marzo
(mes consagrado al dios Marte) y finalizaba en el de diciembre (de december
= décimo mes). El período de diez meses dio paso, en el reinado de Numa Pompilio,
a doce.
Este tipo de intercambio de roles entre amos y esclavos, posteriormente se
fundamenta en los siglos XIV-XVI en las, no por menos importantes, conocidas
como las "Fiestas de Locos".
La máxima expresión de este hecho ha quedado patente en dos conmemoraciones
que aún se conservan: la "Fiesta del Obispillo", durante la cual se
deja a un niño, vestido con atributos santificados, el cargo de Obispo, el día
de San Nicolás (6 de
diciembre) y el Día de los Inocentes (28 de diciembre); y la coronación del
"Rey de la Faba".
La historia se encuentra jalonada de actos y elementos propios del Carnaval
que se han ido modificando por necesidades sociales y culturales
Etimologías
Los términos más antiguos empleados en la península, en textos desde el
siglo XIV, han sido Carnestolendas y Antruejo. El primero procedente de
"carnes" y tollendas, período en el que se ha de dejar (de
comer) la carne. En catalán, ejemplo más cercano; carnestoltes es el
momento en que se ha dejado la carne.
En cuanto a Antruejo: por extensión en diferentes partes de Galicia,
Asturias y la zona colindante de Portugal se emplean Entroido, Antroido,
Antroxu o "Antruexo". Diferentes autores han visto en estas
acepciones el Introitus o introducción a un período de ayuno.
Sin embargo, es "Carnaval" y sus variantes lingüísticas (Carnevale
en italiano, Carnival en inglés o Carneval en francés) la que
ha sobrevivido a lo largo del tiempo. De origen etimológico incierto, son
algunas de las posibilidades: de "carne" y vale o dejar la
carne; de "carne(s)" y levare o tiempo para dejar (de comer)
la carne; de carnem levare o eliminar la carne; ode currus navalis
o carro naval, recordando a las antiguas carrozas y desfile de carros en
diferentes épocas.
En el país encontramos, en castellano, cómo los términos Carnaval, en
singular, y Carnavales, en plural, son los más extendidos desde el siglo XIX,
siendo anteriormente Carnestolendas el vocablo que aparece en los documentos
escritos. Derivadas de esta última son "Carrastoliendas" y
"Carrascolindas" que se encuentran en el título de cuestaciones de
las Encartaciones de Bizkaia, y en la memoria de las zonas media y baja de
Nafarroa.
En euskera existen diversas denominaciones, sobresaliendo de entre
todas, la que se ha sustentado suplantando a las originales. Se trata de Karnabalak,
término procedente del castellano, a su vez del italiano.
En cuanto a las propias o autóctonas, nos encontramos con las siguientes
denominaciones: Aratuzteak (de haragi y uzte = dejar
la carne), Aratosteak (de haragi oste(an) = detrás o
después de la carne) y sus variantes en Bizkaia, oeste de Gipuzkoa y norte de
Araba; Inauteriak (de inaute, posiblemente, tiempo de burlas)
en gran parte de Gipuzkoa; Inaute(ak), Iyaute(ak), Iaute(ak)
y otras variantes en Gipuzkoa y Nafarroa; Ihautirik y Ihauteak
en Iparralde; y no olvidando Maskaradak, asociadas a las fechas
invernales y festejos carnavalescos en Zuberoa, y Kabalkadak
(cabalgatas y cabalgaduras de enmascarados y dantzaris) en Nafarroa
Beherea.
Período estacional
Todas las celebraciones realizadas entre los meses de diciembre y marzo
tienen su máxima expresión en la estación climatológica del invierno.
En dicho período se concentran festividades de fecha fija y de fecha móvil.
Las primeras, siempre coincidentes con santos, santas, vírgenes y celebraciones
varias del Calendario cristiano. Las segundas, con una clara relación al
Domingo de Pascua (o Viernes Santo), fecha sobre la cual se calculan cuarenta
días (de Cuaresma) + siete, hacia atrás, y así se obtiene el Martes de
Carnaval.
Pero todo ello, como queda dicho, se encuentra inmerso en el invierno,
momento de la estabulación del ganado, la recolección o secado de unos tipos de
fruta y frutos (manzanas, peras, nueces, avellanas, higos, uvas, etc.) y otras
labores hogareñas, las cuales tienen mucho que ver con las fiestas del Ciclo de
Navidad. Fiestas que se convierten en una ilusión para los más jóvenes de la
familia. Durante unos días se conmemora el nacimiento de Jesús, la circuncisión
y el bautismo, finalizando con la llegada de los Reyes a Belén.
A continuación, durante el mes de enero, se celebran las festividades de San
Antonio Abad, San
Sebastián, o San Vicente. Las cuales dan paso, en febrero, a La Candelaria (en época
romana: la Purificación),
San Blas y Santa Águeda.
Este triduo es sumamente importante ya que, dependiendo del año, puede ser
coincidente con las fiestas carnavalescas. Lo mismo sucede con las Marzas de
las Encartaciones vizcaínas, extendidas por Cantabria, Burgos y Palencia, en
las que podíamos encontrar elementos tan característicos como los cencerros y
campanos que portaban los marceros.
Este veloz recorrido por las fechas clave del período, nos da una visión
aérea enmarcada en un contexto vivencial sumamente importante en la comunidad.
Sin embargo, el Carnaval se encuentra insertado, por vía directa o indirecta,
en diferentes fechas a lo largo del invierno. Al igual que existen diversas
hipótesis sobre el origen del Carnaval, también hay diferentes versiones sobre
el período que abarca en el año. No obstante, debemos distinguir entre lo que
la sabiduría popular establece por tradición oral y lo que, a nivel académico,
es considerado tal período, dejando al margen los vaivenes que marca el
Calendario anual.
Así tenemos, cómo el inicio del período festivo, en Euskal Herria, según
diferentes fuentes, ha sido, o es, celebrado desde:
- El 1 de enero
- El primer sábado de enero
- El 5 de enero (víspera de la Epifanía) o desde Reyes Magos (6 de enero)
- El segundo sábado de enero
- El festividad de San Antonio Abad (17 de enero) o el día anterior
- La festividad de San Sebastián (20 de enero)
- La festividad de San Vicente (22 de enero)
- El penúltimo sábado de enero
- El último sábado de enero
- El último domingo de enero
- La festividad de San Blas (2 de febrero)
- La víspera o día de la festividad de Santa Águeda (4 de febrero)
- El primer sábado de febrero
- El primer domingo de febrero
- El sábado, anterior o posterior, más cercano a la festividad de Santa Águeda
- El tercer jueves (Jueves de Comadres o Compadres, según la localidad) antes del Domingo de Carnaval (Domingo de Septuagésima)
- El segundo jueves anterior (Jueves de Compadres o de Comadres, según la localidad) al Domingo de Carnaval (Domingo de Sexagésima)
- El domingo anterior al Domingo de Carnaval (Domingo de Sexagésima)
- El jueves anterior al Domingo de Carnaval, conocido por Jueves Gordo ("Jueves de Lardero", Orakunde, Egun ttun ttun o Eguen zuri): ha sido la fiesta infantil por excelencia
- El Viernes (de Carnaval), conocido por "Viernes Flaco"
- El Sábado de Carnaval, conocido por "Sábado regular"
- El Domingo de Carnaval (Domingo de Quincuagésima)
- El principal día en otros tiempos, el Martes de Carnaval
- Una fecha coincidente con las Marzas (28 de febrero o 1 de marzo)
- Otras fechas próximas a festividades establecidas entre el 1 de enero y el 3 de marzo.
La duración del período festejado es dispar. Mientras en algunas localidades
se ciñe estrictamente a un solo día (Jueves Gordo, Domingo de Carnaval, Martes
de Carnaval, etc.), en otras son varios y éstos dependen del número de actos y
elementos que conforman el programa, extra-oficial u oficial.
En lo que respecta al final, éste se relaciona directamente con el número de
días y con su coincidencia con la celebración priorizada por el calendario: el
Martes de Carnaval es el último día y, el siguiente, el Miércoles de Ceniza, es
el primero del Ciclo de Cuaresma. Además, en algunas poblaciones de cierta
importancia, se mantuvo el denominado "Domingo de Piñata" (domingo
siguiente al Domingo de Carnaval), con la realización de bailes, prohibidos en
otros tiempos, en la Cuaresma
(40 días de cuarentena).
Disfraces y personajes
Una de las principales características del Carnaval es el disfraz. Se puede
decir que no hay lo uno sin lo otro. Y dentro del disfraz, un aditamento
inequívoco: la máscara.
En toda la corte de vestimentas encontramos una división, no total, entre
los disfraces considerados tradicionales, los que aparecen de forma novedosa y
los que, aun no siendo considerados ni lo uno ni lo otro, forman parte de un
grupo que, con el tiempo, se ha consolidado.
Entre los trajes fijos que han llegado hasta nuestros días, encontramos los
específicos de un pueblo o zona determinada. Así tenemos cómo el txatxo de Lantz
(N) se viste con telas de sobrecamas para elaborar sus pantalones, blusas y
camisas. En la cabeza un gorro cónico elaborado con papeles de sedas de
colores. Tocado que, de parecidas características se llevan en otros pueblos, y
de mayor tamaño los dantzaris que ejecutan la Sagar Dantza en
el Valle de Baztan (N).
En muchas ocasiones, la denominación del disfrazado va unida al tipo de
disfraz que porta. Son muchos los ejemplos en esta dirección: el surrandi
de Durango (B), los "cipoteros"
de Tudela (N), los "zarramusqueros" de Cintruénigo (N), el
"zarrabaldo" de Urzainki (N), el mamuxarro de Unanu (N), los
"cascabobos" de Agoitz (N), los "porreros" de Egino (A), o
el momotxorro de Altsasu (N) entre otros.
En el siguiente nivel se encuentran los que, a lo largo del tiempo, se han
convertido en aspecto habitual de la fiesta, surgidos de películas: cowboy
e indio, o "Charlot". Los procedentes del comic: Superman, Spiderman
y Batman. Los de oficios, situaciones especiales y marginación: la
aña, el afilador, el señorito, el aldeano, el vagabundo, el borracho, el
mendigo, el leproso, etc. Asimismo los disfraces y parodias de presidentes
gubernamentales, deportistas de élite y personajes de dibujos animados (desde Shin
Chan hasta Simpson's).
La importancia del disfraz y, sobre todo, de la careta o máscara es observable
en el testimonio de los informantes que, a principios del siglo XX,
participaron en unos Carnavales que fueron los últimos antes de su fatídica
prohibición.
De los personajes de carne y hueso pasamos a los inanimados, grotescos o
antropomorfos... en cierta medida sin vida y que, contribuían, a cargar la
responsabilidad de las diversas adversidades atmosféricas, una lamentable
cosecha, o la enfermedad que se cebaba con los animales domésticos. Ante estos
lamentables hechos se buscaba un culpable y éste no podía ser otro que el
representado en un pelele o muñeco.
Se le capturaba, enjuiciaba, sentenciaba y debía perecer ante los ojos
atónitos de los allí congregados, año tras año, en el centro del pueblo.
Denominaciones de personajes que han pasado a mejor vida:
"Gutiérrez", "la abuela" y otros. Algunos, con el tiempo,
se han logrado mantener o recuperar: Miel Otxin, Aitexarko,
Zanpantzar,
"Marquitos", "El Hombre de paja", o "Porretero".
Finalmente, las nuevas creaciones: "La bruja" o Intxisu.
Actos y sus componentes
En el Carnaval vasco encontramos primeramente las cuestaciones, consideradas
como populares y tradicionales. Unas se realizan de forma itinerante con
cortejos, complejos o simples. Recorren los barrios, ya sean dispersos, donde
los caseríos son la forma habitual de vivienda; ya sean las casas de las que se
compone el núcleo central de un pueblo.
Cada colectivo, infantil o juvenil, que efectúa el itinerario previsto de
forma articulada: bien con canciones; bien con danzas; bien con ambos
elementos; bien simplemente saludando a los dueños de la casa. En caso de haber
algún fallecido en el domicilio visitado se rezaba un "Padre
nuestro", las letanías... Estos grupos van uniformados, en parte o en su
totalidad. A cambio de la interpretación de una canción, o de una o varias
danzas, se les obsequiaba, principalmente, con productos alimenticios (huevos,
chorizos, frutos secos, etc.). En la actualidad, el dinero, es lo que recogen.
Con todo lo obtenido se realizan una o varias comidas y/o cenas.
El segundo de los actos, el más concurrido, era el baile en la plaza. Baile
que se realizaba entre el Domingo y el Martes de Carnaval. Se aproximaba la
juventud con o sin disfraz y enmascarados. Se ejecutaba "baile al
suelto" (Fandango,
Jota, Porrusalda o Arin-arin), así como
"baile agarra(d)o" (Vals, Pasodoble, Chotis, Fox trot,
etc.).
El baile, como momento de ejecución de bailables, no cerraba el abanico de
posibilidades de divertimento de la población. Juegos de todo tipo: desde el
"Al higuí" concurrido por la infancia, al Oilasko Jokua con
decapitación del ave.
Llegamos a los desfiles. Éstos eran propios únicamente de las capitales y de
algún que otro pueblo importante por el número de habitantes. Así tenemos cómo
comparsas, estudiantinas, rondallas, correctamente uniformados, interpretaban
canciones alusivas al gobierno y otros poderes institucionales, a un accidente
aéreo, a las calamidades en la mar, o a algún suceso de la comunidad. La sátira
y crítica social servían como fórmula de representar las incomodidades de las
clases bajas ante el poder fáctico. Unas iban a pie y vendían las estrofas,
otras iban en carrozas y lanzaban confeti y serpentinas.
Junto, o en contraposición, a los variopintos desfiles, se define el final
del Carnaval con graciosos cortejos que recorren el centro de la población. Es
el "Entierro de la sardina" con plañideras que lamentan la anunciada
desdicha, quemando el arenque o lanzándolo al agua.
Patrimonio cultural
Las coincidencias entre el Carnaval del siglo XIV y el del XXI son más que
innegables, tanto en los apartados de la diversión, la configuración de actos y
la imagen personal, individual y colectiva, como en lo que se refiere a la
organización, supervivencia y mantenimiento económico (en especie y en
metálico).
La postulación por casas y caseríos continúa manteniéndose, pero en su mayor
parte ha dado paso a otras formas de sufragio institucional. Al mismo tiempo,
buscando la consolidación de la tradición y una aportación extra, las
autoridades influenciadas por determinados colectivos y asociaciones han
requerido por medio de la aprobación oficial de una denominación que incida en
el futuro. Así tenemos, cómo el Gobierno de Navarra, otorgó en 2009 bajo la denominación
de Bien de Interés Cultural del Patrimonio Inmaterial al Carnaval de Lantz, por un
lado, y a los de Ituren y
Zubieta, por otro.
Pero la calidad de la representación no se encuentra directa y
proporcionalmente ligada a su realización, sino que intervienen otros factores
que la complementan y sirven, en la mayoría de los casos, a su mantenimiento,
conservación e incluso salvación. De hecho, el componente material, el
económico, es una de las normas establecidas en el compendio de las reglas que,
de forma arbitraria y por inercia, marca la tradición.
Desde la década de los años setenta del siglo XX, momento en que se
recuperaron, mayoritariamente, la realización de los Carnavales, el producto
tiene un precio. Ese precio que estima cada uno al comprar uno o varios
elementos del disfraz y toda una serie de actos que son sufragados por las
instancias, generalmente, municipales. Costo que tiene su expresión, de forma
curiosa, en algunos productos que no tienen un porqué para estar ligados
directamente con los elementos propios del Carnaval: actuaciones de conjuntos
musicales, concursos (concursos de disfraces en grupo o individuales, los de
piñatas, etc.), pagos a bandas municipales por su oficio en cortejos
tradicionales, a grupos de danzas vascas, a grupos musicales para bailables,
etc.
No es una máxima la necesidad de que el ayuntamiento en cuestión tenga una
serie de gastos presupuestados, pero en su mayor parte esto no sucedía en
pueblos de pocos habitantes. El Carnaval era, ante todo, una fiesta de la
juventud y, prioritariamente, del género masculino. La fórmula de
autoabastecimiento era la recaudación popular. Los itinerarios, generalmente
marcados como si de un ritual se tratara, cubrían un espacio comprendido entre
un barrio, una zona de la localidad o el pueblo en su totalidad. Lo recogido podía
ser en especie o en metálico. Todo ello servía para alimentarse uno o varios
días de las fechas carnavalescas, pagar al músico o músicos y para otros gastos
anexos.
Emilio Xabier Dueñas Pérez
2011
2011
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