miércoles, 25 de febrero de 2015

La Marinera



Breve Historia de la Marinera

La danza de la Marinera es uno de los mayores arquetipos de nuestra riqueza mestiza: hispana, andina y africana, y que refleja una síntesis parcial de nuestra historia. Este baile es el encuentro de dos almas que demandan un estallido de amor, donde el hombre como conquistador español intenta someter a la mujer indígena que se rebela, cuyo cortejo utiliza rituales sensuales de los esclavos, quienes al sonido del cajón presencian dicha imposición.

Antecedentes


El remoto antecedente de la Marinera se encuentra en el siglo XVII, con el Fandango, que probablemente a nació en Perú por el año de 1600. Fue una danza de pareja que representaba el enamoramiento y el cortejo, y que fue censurado por la Iglesia y la Corona. Esta danza mezcló lo característico de los tres grupos étnicos del virreinato y luego fue exportado a España, formando parte de su tradición. En 1606, el obispo Toribio de Mogrovejo hiso mención peyorativa en Saña (Lambayeque) de los bailes “zapateados” y en 1712 el francés Amedee Frezier hace la primera referencia textual sobre una danza limeña al que denominó “zapateo”. Estos bailes eran mal vistos por la élite conservadora, emitiendo severas sanciones para quienes las practicaban en público. 


 En el siglo XVIII surgen danzas que van a definir la estilística musical regional. En su viaje por la diócesis de Trujillo, el obispo Baltasar Martínez Compañón (1779-1790) recoge en sus láminas los diversos bailes étnicos de españoles, indios, negros y mestizos, donde se aprecian el uso del pañuelo, movimientos de zapateo y coloridos atuendos. También aparecen partituras de tonadas regionales, de cuyas notas tienen similitud con la Zamacueca (madre de la Marinera), tales como “La Donosa”, “Lanchas para Bailar” y principalmente “El Conejo” (con fuga análoga a la de la Marinera). 

 
A principios del siglo XVIII, también surge el Tondero, primero con los bailes procedentes de Morropón (Piura) y luego fue incorporado el canto en Saña (Lambayeque). El Tondero es una danza que conserva un espíritu rebelde y errante: una mezcla de expresivo ritmo alegre, vivaz y atrevido, que mimetiza la actitud del gallo y la gallina cuando el macho persigue a su hembra para el apareamiento. Este baile va a servir de modelo para el surgimiento de la Zamacueca y, luego, la Marinera.

La Zamacueca, una danza de jarana


Como veremos más adelante, el nombre de Marinera fue acuñado a partir del año 1879, por lo que anteriormente se conocía con otros nombres. Uno de los bailes que reúne características análogas al de nuestro tiempo, fue el de la Zamacueca y que, a mediados del siglo XIX, adoptó diversos nombres, como lo precisó Carlos Prince en su libro Lima Antigua (1890), aseverando que «La zamacueca, conservando siempre su índole y el genio de su música, ha sufrido varias denominaciones, como por ejemplo: maisito, ecuador, zanguaraña, chilena, y últimamente marinera» (II: 35). Entonces, el origen más cercano a la Marinera es la Zamacueca; pero ésta ¿cuándo empieza a practicarse? 

 La primera referencia del término zamacueca, la otorga el historiador peruano José Durand (1987), según lo encontrado en el Archivo de Indias de Sevilla alrededor del año 1780; pero no menciona la ubicación exacta de tal documento. Por otro lado, son los testimonios de visitantes extranjeros los que documentan el término. Según el compositor chileno José Zapiola, en su libro Recuerdos de treinta años: 1810-1840, publicado en 1872, la zamacueca fue una danza limeña muy contagiosa que traspasó fronteras:
 
San Martín, con su ejército, en 1817, nos trajo el cielito, el pericón, la sajuriana y el cuándo, especie de minué, que al fin tenía su alegro. Estos últimos bailes podrían mirarse como intermedios entre los serios y los de chicoteo, pues no daban lugar a las desenvolturas que se ven en los otros que nos vinieron del Perú desde el año de 1823 hasta el día.

Desde entonces [1823], hasta hace diez o doce años [1860], Lima nos proveía de sus innumerables y variadas zamacuecas, notables o ingeniosas por su música, que inútilmente tratan de imitarse entre nosotros. La especialidad de aquella música consiste particularmente en el ritmo y colocación de los acentos, propios de ella, cuyo carácter nos es desconocido, porque no puede escribirse con las figuras comunes de la música (Cap. VI).

 
En los testimonios más tempranos, la zamacueca aparece como originaria de Lima y que empieza a expandirse a otros países desde la coyuntura de la independencia. Esto quiere decir que estaba en su memento de consolidación. Por ende, es lógico suponer que su origen se remontase varias décadas anteriores, posiblemente desde la segunda mitad del siglo XVIII, como señala Durand.
 

Desde el primer cuarto del siglo XIX, la Zamacueca concentraba la atención de varios viajeros, quienes no duraron en contar sus experiencias a sus paisanos. Una descripción muy detallada sobre los trajes del baile fue anotado por el viajero William Ruschemberg en 1833, quien dice: 

[…] en un rancho estaban dos africanos danzando la zamacueca con música de una arpa rústica, acompañada por voces nasales de dos negras vistosamente vestidas y con el cabello rizado y adornado de flores, una estaba sentada en el suelo, golpeando al compás del cuerpo, el instrumento (arpa) don sus palmas. La bailarina estaba de blanco, con volantes hasta la rodilla y un chal de algodón de colores vivos anudado a las caderas, con el objeto de cortar considerablemente la falta. Los brazos estaban desnudos y brillando en negro puro; en una mano sostenía un pañuelo blanco que hacía revolar una y otra vez por el aire mientras que la otra sostenía su vestido por detrás […] su compañero de danza usaba amplio calzón corto de color canela abierto sobre medias y calzoncillos blancos que se veía por la abertura bordados con alegres motivos. Una chaqueta blanca y el cinturón de las bragas. También él usaba sombrero de Guayaquil […] la danza consistía en avances y retrocesos de uno y el otro, en un rápido arrastrar de pies al compás de la música, y ocasionalmente ejecutaba lascivos movimientos para el regocijo de los que miraban […] (Citado por Méndez 1998).
 
Respecto a las características de los movimientos de baile, a finales del siglo XIX, el alemán Ernst Middendorf escribió perspicazmente lo siguiente: 

[…] al final de los bailes después de haber terminado las rondas, las cuadrillas y también el cotillón, algunas se designan a condescender a los ruegos y prolongados cortejos de bailar la danza popular peruana, la zamacueca. Esta danza es una representación mímica en la que el bailarín solicita la gracia de su dama. Los bailarines se colocan uno frente al otro, a poca distancia, levantando un pañuelo blanco, con la mano derecha. Se mueven entonces al compás de la música, mientras que el pañuelo es agilizado sin cesar en círculos o lateralmente, se acercan más el uno al otro y así los dos dan una vuelta completa para volver a alejarse. La misma maniobra vuelve a repetir luego pero los bailarines se alejan menos, los giros se hacen cada vez más rápidos, el bailarín se vuelve cada vez más impulsivo, hasta que finalmente la dama debe rendirle lo que da a entender al terminar con una repentina vuelta y dirigirse apresuradamente a su sitio. (Citado por Méndez 1998).
 


El historiador limeño Manuel Atanasio Fuentes en su Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres (1867) ofreció una importante anotación sobre los instrumentos utilizados por los afroperuanos:
 
El baile exclusivo de Amancaes es, como ya se indicó, la zamacueca. La orquesta de este baile se componen de guitarra y arpa, a estos instrumentos se le agregaba una especie de tambor, hecho regularmente de un cajón, cuyas tablas se desclavaban para que el golpe sea más sonoro. Tocándose este instrumento con las manos o con dos pedazos de caña, sigue el compás de la música y anima a los bailarines. Como el cajón es el alma de la orquesta, la plebe ha dado a la zamacueca el nombre de polka de cajón (p. 154). 

De acuerdo a las características de cortejo del baile —de indudable influencia africana—, la Zamacueca fue la contracción de “zamba clueca”, aludiendo una mujer que se comporta como una gallina que busca dónde empollar.

 

En los documentos, la Zamacueca casi siempre aparece como originaria de Perú; pero como es usual en el vecino país del sur, Chile lo adaptó a sus costumbres y lo reconoció como baile nacional, cuyo nombre derivo simplemente en “Cueca”. Según el historiador argentino Carlos Vega (1953), esta variante tuvo gran éxito en la segunda mitad del siglo XIX, cuyo intercambio musical alcanzó a diversos países de Latinoamérica, incluido Perú.
 

La “cueca” chilena fue conocida en otros países sencillamente como “la chilena”, y en Perú, la primera referencia registrada apareció en el periódico El Liberal del 11 de septiembre de 1867, como un canto popular de jarana. Para aquella época, las peculiaridades de la Zamacueca adoptaron diversos nombres.

De vuelta a casa: La Marinera como unión nacional



Al comenzar la Guerra del Pacífico, no fue bien visto seguir llamando “chilena” al baile muy practicado por el pueblo peruano. En 1879, el escritor huamachuquino Abelardo Gamarra Rondó, “El Tunante”, propuso el cambio de nombre por el de “marinera” en un artículo del diario “El Nacional”, y que luego fue publicado en el libro Rasgos de Pluma en 1899, bajo el título de “El baile nacional”. Según sus argumentos: 


El baile popular de nuestro tiempo, se conoce con diferentes nombres: se le llama tondero, mozamala, resbalosa, baile de tierra, zajuriana y hasta el [18]79 era más generalizado llamarlo chilena; fuimos nosotros los que, una vez declarada la guerra entre el Perú y Chile, creíamos impropio mantener en boca del pueblo y en momentos de expansión semejante título, y sin acuerdo de ningún Consejo de Ministros, y después de meditar en el presente título, resolvimos sustituir el nombre de chilena por el de marinera; tanto porque, en aquel entonces la marina peruana llamaba la atención del mundo entero y el pueblo se hallaba vivamente preocupado por las heroicidades del “Huáscar”, cuanto por el balance, movimiento de popa, etc. etc. de una nave gallarda dice mucho con el contoneo y lisura de quien sabe bailar, como se debe, el baile nacional.
 

Marinera le pusimos, y Marinera se quedó, por supuesto que por entonces, y para que la semilla fructificara, lanzamos no pocas letras picarescas a las que ponían música esos maestros incógnitos que no se sabe dónde viven, pero que nos sorprenden con sus músicas deliciosas:
 
Ven, china, ven,

ven y verás

y verás a los chilenos

que nos quieren gobernar

si te dan, si te dan

si te dan el ¡alto quien vive!

tú dirás, tú dirás, tú dirás

¡Viva el Perú! ¡Muera Chile!
 
Al son de este canto sucumbió la Chilena y se levantó gallarda, como la bandera del Huáscar, la marinera, para llegar a ser arriada probablemente con mucha dificultad. El pueblo le ha tomado cariño y lo que el pueblo quiere, lo consagra con su bendición inmortal (Gamarra 1988:10-11).

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Luego, en el afán de preservar la Marinera, A. Gamarra junto a José Alvarado, “Alvarito”, decidieron inmortalizarla en el pentagrama con una melodía denominada “La Decana”. Fue una tarea difícil contratar a un especialista que tradujese una composición popular a la escritura académica hasta 1892, cuando “El Tunante” asistió al concierto de piano de una talentosa niña limeña, de 12 años, llamada Rosa Mercedes Ayarza, a quien se le encargó el proyecto. Así nació “La Concha de Perla”, más tarde conocida como “Concheperla”, siendo la primera Marinera escrita en pentagrama.


En adelante, la Marinera no solo era bailada por los sectores populares, sino que volvió a los bailes de salón de la clase alta. Asimismo, se acentuaron las características de los diversos espacios culturales de Perú, dando origen a diversas versiones de Marinera, distinguiéndose en norteña, limeña, sureña, andina y amazónica.


 Bibliografía
CALOMA POCARDI, César. “La verdadera historia de la Marinera”. Voces: Revista Cultural de Lima, año 9, N° 32, 2008.

 

DURAND, José. Conferencias sobre la Marinera. Lima: Centro Social Cultural Musical, 1987.

 

FUENTES, Manuel A. Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres. París: Libería de Firmin Dirot, 1867.

 

GAMARRA, Abelardo. “El Baile Nacional”. En La Marinera: Danza Nacional del Perú. Lima: Banco de Crédito, 1988.

 

MARTÍNEZ COMPAÑÓN, Baltasar. Truxillo del Perú. Tomo II. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1985.

 

MÉNDEZ, Daniel. La zamacueca en testimonios de viajeros. Santiago: Ed. Retablo, 1998.

 

PRINCE, Carlos. Lima Antigua. Fiestas Religiosas y Profanas. Serie 2°. Lima: Imprenta del Universo, 1890.

 

REBAZA, Sergio y Luis Miguel ESPEJO. Entre el pañuelo y el sombrero. 50 años del Concurso Nacional de Marinera. Lima: Elefant, 2010.

 

VEGA, Carlos. La Zamacueca. Buenos Aires: Julio Korn, 1953.

 

ZAPIOLA, José. Recuerdos de treinta años: 1810-1840. Santiago: Imprenta de El Independiente, 1872-1874.
   
   Historiador


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