jueves, 19 de febrero de 2015

Entomología y folklore.



De Carnaval a San Juan: simetría de la fiesta


El contenido de este texto es un resumen de conferencias y ensayos donde he tratado la materia con mayor extensión. En esta nueva hipótesis proponemos que tanto los carnavales como las danzas ceremoniales europeas, son consecuencia derivada de la revolución neolítica. En ese largo período, la acumulación de alimento y el crecimiento demográfico propiciaron cambios revolucionarios en las estructuras sociales y en la relación de los humanos con el medio natural. Pese a la gran duración y complejidad evolutiva del período, es importante remarcar una visión general, ya que afecta al conjunto del folclore europeo.


Las nuevas fuentes de alimento propiciadas por tan inmenso cambio tuvieron una doble consecuencia. Por una parte los excedentes hicieron aumentar la población, por otra la concentración de animales y cultivos invitó al banquete a depredadores de todo tipo. Las nuevas condiciones impuestas por la concentración de humanos y animales, ofrecía a los organismos causantes de enfermedades nuevos asentamientos y mayores fuentes de alimentación. A partir de ahí, los mosquitos portadores de agentes responsables del paludismo, expandieron y asentaron numerosas patologías: fiebres intestinales, cólera, disentería, tifus, sarampión, distintos tipos de malaria, etc. En definitiva el Neolítico, con sus sufrimientos y pandemias había comenzado. 


Como consecuencia de la intensa actividad agropecuaria y de las plagas y enfermedades derivadas de ella, los primeros agricultores se vieron en la necesidad de preparar ritos y ceremonias destinados a frenar ese cúmulo de inconvenientes. Ese sería, en hipótesis, el fundamento que marca el principio de los dramas carnavalescos y las danzas ceremoniales de Europa. En tiempo de Carnaval, normalmente en el mes de febrero, la tarea de los campesinos ha sido siempre la de podar frutales y escardar campos. Con esta tarea son coincidentes los nombres vascos de Carnaval: Iñauteri y Aratuste. Las dos palabras responden a la idea de «tiempo de poda». La virtud de esta hipótesis permite que ambos vocablos centren la idea en una única dirección (cosa que para nada venía sucediendo). Tal y como se formula, el hecho termina por aclarar el sentido que para los antiguos vascos tenía el tiempo de Carnaval en función de las tareas a las que obligaba.



En Carnaval los insectos no están, siendo las máscaras las que ocupan ese lugar. Y decimos que lo ocupan porque en euskara los nombres generales para «máscara» zomorro, mozorro, son los mismos que para «insecto». De manera que toda persona disfrazada es una persona «insectizada». Y del mismo modo, entendiendo el disfraz en su proyección social, ello quiere decir que toda sociedad disfrazada es una sociedad «insecticida». De ahí que el recorrido de las máscaras carnavalescas y su petición de aguinaldo se explica como un donativo, un diezmo pagado para evitar los males que devienen de los peligrosos insectos. Cuando damos el aguinaldo a las bandas de enmascarados, cumplimos con el conjuro diciendo a los «insectos»: Ya habéis cobrado, ¡No volváis por aquí, pues no podéis cobrar por segunda vez lo que habéis recibido!


Para comprender la importancia de los insectos en las elaboraciones ceremoniales de las campesinos europeos, sólo se precisa un pequeño ejercicio de imaginación. Todo el mundo entiende los cambios estacionales propios de estas geografías y la relación tan directa que tienen con las tareas agrícolas; ahora bien, preguntamos, si los insectos no existieran ¿habría alguna razón para la salida estacional de tanto enmascarado, para tanta «pelea» con palos entre grupos de bailarines enfrentados, para tantas farsas con la mudanza de la «degollada», para tanta parodia de «muerte» y «resurrección»? Un mundo sin insectos es difícil de imaginar, pero sería muy distinto del que conocemos, sería algo cercano al jardín del Edén. 


Tres meses y medio después, con los insectos en plena ebullición, llegan los ritos solsticiales alrededor de san Juan Bautista. Aunque lo más celebrado y conocido son las hogueras de la víspera, había otros momentos (no siempre bien atendidos) que eran importantes por el sentido y hondura que conferían al conjunto de esta tradición. Después del fuego y humo de la noche, se decía que al amanecer el Sol «bailaba» sobre el horizonte. Unas horas más tarde, al mediodía, tenían lugar las representaciones de «moros» y «cristianos», con combates y escaramuzas en las riberas de ríos y mares. 


Pero en principio tenemos la hoguera y el humo. El humo es «sanador». Aplicado a la conservación de excedentes de carne y pescado, es de suponer que su uso con fines curativos era conocido por las bandas de cazadores y recolectores del Paleolítico Superior. De la relación del fuego y el humo con esa exuberancia insectil, nace la chispa como metáfora de la moscsa. Las colecciones etnográficas europeas aportan numerosos datos sobre cada tradición sin que, en principio, se den grandes diferencias entre unas y otras. Saltos sobre el humo y el fuego, maldiciones contra brujas o malos espíritus, recogida de algunas plantas especiales, ingestión y guardado de otras, quema de muñecos, creencias alrededor de un sol «danzante» etc.; son parte de un costumbrismo que folcloristas y etnógrafos han descrito abundantemente. Que estas costumbres remitan a los insectos no se debe sino a los milenios que llevamos viviendo juntos. Igual que la pulga y el perro. Si las pulgas desarrollaran un rito, escribe Wittgenstein, éste haría referencia al perro.

Bibliografía
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