De Carnaval a San Juan: simetría de la fiesta
El contenido de este texto es un resumen de
conferencias y ensayos donde he tratado la materia con mayor extensión. En esta
nueva hipótesis proponemos que tanto los carnavales como las danzas
ceremoniales europeas, son consecuencia derivada de la revolución neolítica. En
ese largo período, la acumulación de alimento y el crecimiento demográfico
propiciaron cambios revolucionarios en las estructuras sociales y en la relación
de los humanos con el medio natural. Pese a la gran duración y complejidad
evolutiva del período, es importante remarcar una visión general, ya que afecta
al conjunto del folclore europeo.
Las nuevas fuentes
de alimento propiciadas por tan inmenso cambio tuvieron una doble consecuencia.
Por una parte los excedentes hicieron aumentar la población, por otra la
concentración de animales y cultivos invitó al banquete a depredadores de todo
tipo. Las nuevas condiciones impuestas por la concentración de humanos y
animales, ofrecía a los organismos causantes de enfermedades nuevos
asentamientos y mayores fuentes de alimentación. A partir de ahí, los mosquitos
portadores de agentes responsables del paludismo, expandieron y asentaron
numerosas patologías: fiebres intestinales, cólera, disentería, tifus,
sarampión, distintos tipos de malaria, etc. En definitiva el Neolítico, con sus
sufrimientos y pandemias había comenzado.
Como consecuencia
de la intensa actividad agropecuaria y de las plagas y enfermedades derivadas
de ella, los primeros agricultores se vieron en la necesidad de preparar ritos
y ceremonias destinados a frenar ese cúmulo de inconvenientes. Ese sería, en
hipótesis, el fundamento que marca el principio de los dramas carnavalescos y
las danzas ceremoniales de Europa. En tiempo de Carnaval, normalmente en el mes
de febrero, la tarea de los campesinos ha sido siempre la de podar frutales y
escardar campos. Con esta tarea son coincidentes los nombres vascos de Carnaval: Iñauteri
y Aratuste. Las dos palabras responden a la idea de «tiempo de poda».
La virtud de esta hipótesis permite que ambos vocablos centren la idea en una
única dirección (cosa que para nada venía sucediendo). Tal y como se formula,
el hecho termina por aclarar el sentido que para los antiguos vascos tenía el
tiempo de Carnaval en función de las tareas a las que obligaba.
En Carnaval los
insectos no están, siendo las máscaras las que ocupan ese lugar. Y decimos que
lo ocupan porque en euskara los nombres generales para «máscara» zomorro,
mozorro, son los mismos que para «insecto». De manera que toda persona
disfrazada es una persona «insectizada». Y del mismo modo, entendiendo el
disfraz en su proyección social, ello quiere decir que toda sociedad disfrazada
es una sociedad «insecticida». De ahí que el recorrido de las máscaras
carnavalescas y su petición de aguinaldo se explica como un donativo, un diezmo
pagado para evitar los males que devienen de los peligrosos insectos. Cuando
damos el aguinaldo a las bandas de enmascarados, cumplimos con el conjuro
diciendo a los «insectos»: Ya habéis cobrado, ¡No volváis por aquÃ, pues no
podéis cobrar por segunda vez lo que habéis recibido!
Para comprender la
importancia de los insectos en las elaboraciones ceremoniales de las campesinos
europeos, sólo se precisa un pequeño ejercicio de imaginación. Todo el mundo
entiende los cambios estacionales propios de estas geografías y la relación tan
directa que tienen con las tareas agrícolas; ahora bien, preguntamos, si los
insectos no existieran ¿habría alguna razón para la salida estacional de tanto
enmascarado, para tanta «pelea» con palos entre grupos de bailarines
enfrentados, para tantas farsas con la mudanza de la «degollada», para tanta
parodia de «muerte» y «resurrección»? Un mundo sin insectos es difícil de
imaginar, pero sería muy distinto del que conocemos, sería algo cercano al
jardín del Edén.
Tres meses y medio
después, con los insectos en plena ebullición, llegan los ritos solsticiales
alrededor de san Juan Bautista. Aunque lo más celebrado y conocido son
las hogueras de la víspera, había otros momentos (no siempre bien atendidos)
que eran importantes por el sentido y hondura que conferían al conjunto de esta
tradición. Después del fuego y humo de la noche, se decía que al amanecer el
Sol «bailaba» sobre el horizonte. Unas horas más tarde, al mediodía, tenían
lugar las representaciones de «moros» y «cristianos», con combates y
escaramuzas en las riberas de ríos y mares.
Pero
en principio tenemos la hoguera y el humo. El humo es «sanador». Aplicado a la
conservación de excedentes de carne y pescado, es de suponer que su uso con
fines curativos era conocido por las bandas de cazadores y recolectores del Paleolítico
Superior. De la relación del fuego y el humo con esa exuberancia insectil, nace
la chispa como metáfora de la moscsa. Las colecciones etnográficas europeas
aportan numerosos datos sobre cada tradición sin que, en principio, se den
grandes diferencias entre unas y otras. Saltos sobre el humo y el fuego,
maldiciones contra brujas
o malos espíritus, recogida de algunas plantas especiales, ingestión y guardado
de otras, quema de muñecos, creencias alrededor de un sol «danzante» etc.; son
parte de un costumbrismo que folcloristas y etnógrafos han descrito
abundantemente. Que estas costumbres remitan a los insectos no se debe sino a
los milenios que llevamos viviendo juntos. Igual que la pulga y el perro. Si
las pulgas desarrollaran un rito, escribe Wittgenstein, éste haría referencia
al perro.
Bibliografía
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