DANZAS
de BEHENAFARROA
Las danzas de la Baja Navarra se caracterizan por su variedad, vistosidad y exigencia técnica. Al igual que las de las vecinas regiones de Lapurdi y Xuberoa, se vinculan a través de maestros de danza con los antiguos ballets de la corte y la danza clásica con la que comparten pasos como elpas de bourré, pas de basque, les tricolets, les ailes de pigeon, entrechats, jettes battus o rond de jambes. Si bien la mayor parte de las danzas populares de la región provienen de otros países, una vez adoptadas han adquirido una nueva originalidad debida a la influencia de la marcada personalidad local. Este fenómeno, frecuente en la cultura vasca, denota una gran capacidad para asimilar lo recibido y ofrecerlo como propio. Ejemplo de ello son la Gavota, el Minueto o el Fandango, los dos primeros difundidos desde el siglo XVIII por los tambourinaires, músicos de flauta y tambor que hoy reciben el nombre de txirularis o txistularis. Y el tercero, introducido en la segunda mitad del siglo XIX, cuyo estilo se separa de la gravedad de las antiguas danzas, no precisa ritual ni indumentaria específica y se baila por parejas mixtas - sin contacto físico - con los brazos levantados, haciendo entrechocar los dedos y con movimiento armónico de todo el cuerpo a un acentuado ritmo ternario de agrupación binaria.
Las danzas en cadena: el dantza-luzea.
La danza en cadena, donde los bailarines van unidos por las manos o por pañuelos formando hilera, fue en un tiempo la más extendida en las tradiciones populares europeas. Su variada morfología presenta en la región los formatos de branle, rondó, carole, farandole, etc. Hay registro de una suerte de farandole denominada Pamperruque que se bailaba en Baiona antes de la Revolución. Localmente, el danzta-luzia, dantza-korda o dantza-soka es una danza en cadena que comparte morfología y funciones con las ya citadas y con el género Gizon-dantza peninsular. Posee un carácter ritual, en parte solemne y en parte festivo, que reserva el primer y último lugar a los participantes preferentes. A modo de símbolo de su potestad, el primer y el último bailarín portan en su mano libre un ramo verde adornado con cintas en la mano al que suelen añadir algún fruto como manzana o pera. El resto de bailarines, de ambos sexos, completan la cuerda unidos por pañuelos. Su existencia en la Baja Navarra está documentada en el siglo XVI por los procesos de brujería de Pierre de Lancre.
Esta forma de danza tuvo gran aceptación entre las clases altas hasta bien entrado el siglo XVII. Momento a partir del cual comienza a perder valor hasta desaparecer a lo largo de la siguiente centuria. No obstante, en los ambientes populares el declive fue más pausado aunque con cierto deterioro de sus funciones y elementos hasta devenir en un mero divertimento dominical. Por ejemplo, se constata que en ocasiones los antiguos pasos de branle fueron sustituidos por movimientos importados de otros géneros de baile. El dantza luze no se mezclaba con bailes considerados de mera expansión como las cuadrillas, polcas, valses,... y se reservaba para señaladas ocasiones: la fiesta patronal y las bodas.
El dantza-luzea se conduce en sentido contrario al de las agujas del reloj desde el extremo derecho de la cuerda. La pareja de mayor dignidad ocupa la primera posición y la de cierre se reserva a la segunda en la prelación (rey de cabeza y rey de cola, respectivamente). El criterio puede ser la edad, la posición social o, más frecuentemente, el orden dado a la casa familiar por la tradición. El símbolo que portan los bailarines de los extremos habla de su primacía. La evolución apuntada del Dantza-luze, con pérdida de su originaria función de representación pública de un cierto orden social, ha hecho que el actual sea una especie moderna de un género muy antiguo.
Los jautziak o saltos
Los jautziak -literalmente, saltos- son bailes propios de un área que comprende la merindad de la Baja Navarra -incluso Luzaide / Valcarlos-, los territorios de Laburdi y Xuberoa y el país de Bearne. En la Baja Navarra los jautziak son los bailes por excelencia. Sus melodías son binarias y su duración muy variable. Algunos de los bailes principales o mayores superan los trescientos compases en tanto que hay segidak -o bailes menores- de tan sólo dieciséis. A su vez, presentan frases de tres, cuatro, cinco y hasta de doce o catorce compases. Su ritmo es animado, con valor de blanca entre 90 y 100, y aún se advierte una cierta aceleración en los últimos tiempos. Un limitado número de pasos básicos combinados de manera múltiple, pero no aleatoria, conforman la numerosa serie de jautziak distintos. Se bailan con motivo de cualquier fiesta aunque en algunas cobran especial valor como, por ejemplo, en la Bestaberri (Corpus) o el Carnaval. Tanto sus denominaciones como sus evoluciones y sus líneas melódicas coinciden, en algunos de ellos, con las de las mutil-dantzak del Valle de Baztán.
Las múltiples combinaciones posibles de los pasos y la diversidad de melodías hacen que sea difícil memorizar todos los bailes conocidos y sus variantes. Por eso, es práctica común que un experto anuncie de viva voz cada paso a los participantes. Cada paso básico se identifica por su nombre, que varía poco de una zona a otra. Con este aviso, quien está iniciado puede bailar cualquier jautzi sin necesidad de memorizar la secuencia de pasos. Su duración y complejidad, la riqueza de las evoluciones y la fuerza y agilidad necesarias han concitado el interés de etnógrafos y folcloristas. En función de la zona, el estilo de baile varía considerablemente, aunque se trate siempre de los mismos pasos. Desde un punto de vista social, el dominio de los jautziak acredita la aptitud y el talento del dantzari y acrecienta su posición ante la comunidad.
Las colecciones documentadas más antiguas de jautziak son "Dantza Yauzi osoak bere segidekin" de Chanoine Pierre Laharrague editada en Burdeos en 1900 y "Recueil des sauts ou branles Basques notés par P.L. Instituteur" dedicada por el autor al sacerdote Dassance en 1898. Estos recopiladores ya registraban doce jautziak principales y nueve adiciones o segidak a saber: Laburrak, Baztandarrak o Lapurtarrak, Chibandriak , Mutchikoak, Chochuarenak, Antchigorrak, Moneindarrak, Alemanak, Milafrankarrak, Ainhoarrak, Laphurtar-laburrak o Laphurtar-motxak. Y las segundas, Hegi, Ostalertsa, Matelotta, Zeratara yiten zara?, Hetcha Pete, Hatcha Pelo, Zalhu Yannes, Phik-et-itzul, Phik-et-ebats. Y eran los más reputados por su belleza y dificultad: Mutchikoak, Lapurtarrak, Moneindarrak, Milafrankarrak y Ainhoarrak. Cien años más tarde, se conserva viva toda la serie. Es fácil advertir que varios de ellos reciben el nombre del lugar de origen o del pueblo al que estaban dedicados (Azkain, Kanbo, Millafranka, Ainhoa, Baztan).
Los bailarines se disponen en círculo -en una hilera- y bailan con los brazos caídos, cierto rigor en el torso y mueven las piernas de manera ágil y algo etérea. En el género de danzas circulares, suelen clasificarse los jautziak entre aquellas que se bailan en sentido contrario al de las agujas del reloj. Aunque este sea su sentido básico, sus evoluciones y simetrías hacen que los pasos que se ejecutan en una dirección se rehagan en la contraria, si bien pocas veces sucede así de forma estrictamente regular. Ciertas pautas facilitan el encadenamiento de pasos, de tal modo que, cualquiera de ellos se inicia siempre con el pie exterior al círculo. Todos los pasos terminan con apoyo del cuerpo sobre el pie interior -retrasando ligeramente el exterior- lo cual facilita respetar la primera regla al iniciar el siguiente movimiento.
Una docena y media de pasos diferentes son suficientes para bailar todos los jautziak. Tan sólo es preciso encadenar los pasos y, como queda dicho, si no se conoce el baile completo proceder según el anuncio del experto. Pero sin duda, el placer del baile es más intenso cuando se conoce de memoria y se libera de la servidumbre de la atención y escucha. Los más diestros bailarines conocen de memoria un buen número de jautziak, entre ellos, por descontados, los propios de su localidad.
Por lo general, el nombre del paso revela su movimiento: Aintzina (aurrera o en avant), Erdizka, Sotez (iautzi o zote en Valcarlos), Dobla, Lau hurrats, Pika-Pika ezker, Pika eskuin-, Erdizka eta hiru, Ebats, Luze eta ebats, Kontrapasa, Zeina, Ezker-hiru, Eskuin-hiru, Ezker airean, Ebats eta hiru, Sotez eta hiru (zote eta hiru). A comienzos del siglo XX, Sauveur Harruquet ofrecía un listado de dieciocho pasos que apenas muestra diferencia con el reseñado y vigente: En avant, Erdizka, Sautez, Dobla, Lau-urhats, Pika, Ezker, Ezkuin, Erdizka eta hiru, Sautez eta hiru, Ebats, Luze eta ebats, Contrapasak, Segna, Ezker-hiru, Ezkuin-hiru, Ezker-airian, Ebats eta hiru.
Cada paso ocupa musicalmente un número determinado de pulsos. Y en una misma frase musical pueden ajustarse dos o más combinaciones diferentes de pasos. Por ello se dan variantes en su ejecución que son más numerosas entre los más difundidos.
En cuanto al modo de bailar los jautziak presentan una notable variedad de estilos. Su extensión en el tiempo y en el espacio favorece las distintas expresiones que, como danza popular viva, son tantas como sus bailadores. En la fiesta del Corpus, tras los actos ceremoniales, el corro espontáneo que baila los viejos jautziak en la plaza ofrece múltiples maneras. Éstas suelen agruparse en dos formas básicas: los bailados a paso, cuando los pies acarician siempre el suelo y dan gracia especial al movimiento corporal, y los aéreos, con profusión de antrexatak, que exigen mucha mayor potencia y resistencia y en los que el cuerpo parece olvidar la ley de la gravedad y convierte al dantzari en volante (bolantia).
Los jautziak se distinguen por la actitud ensimismada del danzari, con el cuerpo recto y la cabeza ligeramente inclinada y la mirada atrapada en el propio círculo. Los brazos penden de forma natural acompañando proporcionadamente al cuerpo cuyo único motor son los pies. El danzari alcanza su gozo interior en la ejecución precisa de sus pasos y, al mismo tiempo, en la armonía colectiva del conjunto dispuesto en un plano de igualdad. La disposición de ánimo que muestran los bailarines de un jautzi, recogida y seria aún en plena fiesta, revela el carácter sobrenatural que se atribuye a esta elemental y vieja forma de danza circular.
Al igual que tantas otras manifestaciones públicas populares, los jautziak han sido siempre bailes masculinos. Hasta bien avanzado el siglo XX, ninguno de los habitantes de la zona hubiese pensado que las mujeres llegarían a bailarlos en público. Es más, la mujer que de esta forma se exhibiera vería depreciar su reputación. Así rezaba una conocida cantinela: Dantzari ona, irule gaiztoa, irule gaiztoa, edale ona. Pero muchas de ellas los conocían y bailaban en ambientes recogidos y, es sabido, que también solían ocuparse de su transmisión a los jóvenes varones de la familia.
La danza y la fiesta
La fiesta favorece la puesta en escena de la danza y acentúa su valor litúrgico. El patrimonio inmaterial de la merindad de la Baja Navarra cuenta con el preciado elemento de las procesiones de la festividad del Corpus o Besta Berri que, con particular esplendor, se celebran en Heleta, Armendaritz, Bidarrai, Alduides, Yoldi, Lakarra y Baigorri. Desde siglos atrás, la fiesta del Corpus fue ocasión habitual para la regular revista de armas de las compañías de naturales, una función militar en desuso que avecinada en el folclore motiva la celebración de alardes y exhibición de danzas. Sus heterogéneos personajes lucen uniformes propios del primer imperio o de la "guardia navarra" de la primera guerra carlista con espadas y emblemas del pretendiente D. Carlos. Desfilan por las calles e incluso bailan en el interior de las iglesias (Heleta y Bidarrai) mientras ondea la ikurriña.
La Cavalcada, también conocida como Santibate, era un acto excepcional y algo más que un divertimento carnavalesco aunque en ella tomasen parte sus habituales personajes a pie y a caballo -de aquí su designación-, a saber: zapurrak, basa anyereak, gigantes y bolantak o kaskarotak que son los personajes principales y siempre buenos conocedores de las danzas. No había fecha fija para la cavalcada. En Izpura hubo tradición antigua que fue llevada a Uhart-Cize y Donibane Garazi. También eran ocasión propicia para la representación de las danzas tradicionales las paradas o farsas charivaricas o Tobera moustrak que son una suerte de comedia y juicio popular.
Ha sido el Carnaval un tiempo idóneo para exhibir el repertorio de bailes. Las cuestaciones solían darse el domingo o el martes. Pequeños grupos de tres a seis mozos, o de hasta veinte participantes en barrios o pueblos de mayor población, recorrían las casas y recibían de los vecinos longanizas, huevos o tocino. Salían disfrazados o tan sólo enmascarados. Los atuendos más corrientes se basaban en vestidos de mujer y ropas en desuso. No solían faltar el oso y su vigilante, la pinza extensible para hostigar, el aprendiz de barbero y su desventurado cliente, etc. La música corría a cargo de la txirula y tuntún. O del acordeón que servía para el baile mixto en aquellas casas donde varias mozas esperaban reunidas. También se encarnaba la figura del Zanpantzar - "Saint Pansard" - que luego debían quemar o ahogar. Se decía Zanpantzarren besta egin behar dugu, gero haren erretzeko edo ithotzeko. El jueves de lardero se recibe el nombre de Ostegun gizen y en Uhart-Mixe era costumbre comer con pequeños panes denominados kauserak (buñuelos). Al igual que en Luzaide, en Mendibe, Aldudes, Urepel salía el cortejo de bolantes, kaskarotas, besta-gorris con la bandera, etc. Antiguamente, el carnaval finalizaba de forma brusca con la llegada de la cuaresma el miércoles de ceniza. Pero la relajación de la severidad religiosa ha extendido su duración hasta entrada la primavera.
Mikel Aranburu Urtasun
2008
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