MITOS VASCOS
PARA PENSAR
HARPEKO SAINDUA: LA SANTA DE LA GRUTA DE BIDARRAI
No puedo escribirle sin que la imagen de la gruta se imprima en mi memoria. Es uno de esos lugares privilegiados que he tenido la suerte de conocer
El lugar puede también dar miedo, y es precisamente eso lo que recuerda una bidarraitar
No me acuerdo muy bien, solamente he estado allí una vez con mi madre, y debía de tener unos siete años. Después fui una vez a la fiesta de los gitanos de Saintes-Maries-de-la-Mer (Provenza) que se celebra en una iglesia subterránea... Me impresionó mucho: «Ay, ay, me dije, no quiero ver esto, de pequeña ya he visto algo así en mi pueblo, aquella Santa en el monte, en una gruta, ¡qué miedo! »
Estas personas a las que impresionó la Santa tuvieron que hacer un largo camino a pie – no existía la carretera actual - primero por un barranco sombrío y luego monte arriba.
I. EL CAMINO
Desde el puente Noblia de Bidarrai hasta Harpeko Saindua hay cinco kilómetros largos. La gente del pueblo, que de niños acompañaban a los peregrinos, recuerda lo dura que les resultaba la caminata a los forasteros.
Se quejaban y lloraban, porque Harpeko Saindua está lejos para ir a pie. Pero luego, cuando se curaban, todos contentos (Marixan U.).
El camino remonta el arroyo Baztan desde su desembocadura en el río Errobi (Nive). Pasado el barrio Ezpata, pasa por el Puente del Infierno y sigue junto al arroyo hasta cruzarlo antes de la cuesta que lleva a la casa Bernatene y luego a Harruse. A partir de allí se continúa a pie por el sendero del GR 10, primero subiendo y luego llaneando a flanco. Al final unas empinadas escaleras llevan hasta la cueva.
II. EL LUGAR
La gruta tiene forma triangular con vértice hacia arriba. Barandiaran le calculó una abertura de cinco metros de alto por cinco de ancho, con otros cinco de profundidad. En el rincón izquierdo de la cavidad hay cinco escaleras y un pasillo estrecho, al cabo del cual se encuentra la Santa: si se ha llevado luz se podrá ver una piedra en forma de cuerpo humano, sin cabeza, visto de espalda y que mide 1,10 m de alto por 0'20 de ancho. La piedra está húmeda y también del techo caen gotas de agua. El conjunto no deja indiferente: «Se queda una sobrecogida, somos personas y aquel rincón está muy oscuro», comentaba Marixan Zedarri en septiembre de 1982, cuando se ofreció a presentarme ante los informantes.
En el mes de agosto precedente tenía ya hecho un inventario de los numerosos objetos dejados por los visitantes de la gruta: encontramos cantidad de pañuelos, de tejido y de celulosa; algunas camisas de niño y pañales (también de celulosa...). Un ramo de laurel y otro de brezo. Estampas de la virgen de Lourdes. Algunas placas de mármol, como las que se ponen en los cementerios, con inscripciones, «A mon parrain» (A mi padrino), «Souvenirs» (Recuerdos), «Merci St. Bidarray» (Gracias San Bidarrai), o simplemente «Merci». Metidos en las grietas de la roca había pequeños trozos papel plegados y con plegarias escritas («Protégenos»), o fórmulas de agradecimiento. Había también una placa de metal representando a la Sagrada familia y otra a Santa Teresa. Bastantes rosarios y gran cantidad de cruces de metal o hechas con dos ramillas; muchas cruces de rosario y medallas. Se veían algunas velas y restos de cera en la pared de la roca. Un libro de misa en una balda alta de la peña. Monedas en las grietas y un cepillo para el dinero. Además, un paquete de inciensoSpiritual Sky (era todavía la época hippie).
Todas las veces que he estado en Harpeko Saindua he visto objetos parecidos. Pero en aquel agosto del 82 había algunos que no he vuelto a encontrar: unas cintas anchas y largas de tela de colores vivos que se veían de lejos y que parecían puestas para decorar la gruta; también antorchas de junco quemadas; y en la placa grabada con un «Merci», se había escrito en rojo «Eskerikasko Andere Mari» (Gracias Señora Mari, en ortografía aproximada). Parece que un grupo de jóvenes había adornado la gruta una noche, y el nombre de Mari nos indica que se trataba de lectores de Barandiaran que quizás habían querido actualizar un culto pagano.
En 1945 Barandiaran encontró monedas, tanto en el cepillo (que recoge el párroco de Bidarrai), como detrás de la figura de la Santa, como si le hubieran sido ofrecidas exclusivamente a ella.
III. EL RITO
La presencia de todos esos objetos está ligada al ritual que se realiza en la gruta. La Santa hace curaciones, sobre todo de eczemas y otras enfermedades de la piel, mediante el agua que mana de su cuerpo, a la que le llaman también sudor, de ahí la denominación de «Saint qui sue» («Santo que suda») usada en algún tiempo.
Los enfermos empapan en ese «sudor» un pañuelo y, después de frotarse la piel, lo dejan como ofrenda, o bien con la idea de abandonar en él la enfermedad. Si la persona interesada no puede ir hasta Harpeko Saindua, se le puede traer en una botella agua de la que mana al pie de la gruta; pero se cree que es mejor ir en persona y frotarse directamente en la gruta. Varios informadores de Bidarrai describieron el rito que los peregrinos realizan en la cueva.
Beronika Karakoetxea lo contó así:
Allí la gente frotaba la parte enferma - o lo que tuviera - con aquel sudor. Si se tenía eczema o algo así, primero se frotaba con un pañuelo el cuerpo de la Santa para humedecerlo, si es que daba agua; y con esa agua se limpiaban el lugar del mal. Y luego dejaban algo, un pañuelo o igual un tejido de lino. Y también traían agua a casa, siempre se traía un poco de agua.
Incluso en tiempo de sequía, cuando la Santa no da sudor, hay un hilillo de agua al pie de la cueva:
Ahora (en septiembre de 1982) no hay agua, está seco; pero corre un poco por la parte de abajo, a la derecha, y la gente coge agua de allí. Porque la que da la Santa no se puede recoger en una botella, por mucho que se rece durante todo un día: se puede humedecer la mano y luego pasársela uno mismo, pero no recoger en una botella (Yvonne E.).
Según dice Jose Mari Kastantxo, es necesario frotar el cuerpo de la Santa para obtener la humedad:
Si se frota la espalda, la grupa del cuerpo, entonces le sale sudor: si no se frota no hay nada. Algunos frotaban allí con un pañuelo y luego se frotaban con él el lugar donde tenían algún daño. Y luego dejaban allí todos los pañuelos, a secar (...) Los dejaban como recuerdo.
Yvonne Elorga y Maiana de Bernatenea afirman, empleando palabras casi idénticas, que para que la Santa sude hay también que rezar: «Antes decían que cuanto más se rezaba más sudor daba». Más que una ayuda suplementaria, rezar es condición imprescindible según algunos, ya que si no se reza no hay sudor.
IV. ORACIONES Y OFRENDAS
No hay una oración específica, se reza lo mismo que en la iglesia, también de rodillas.
Las veces que he estado para enseñar el camino a la gente rezaban el rosario entero. Se reza el rosario o al Ave María. Luego se moja el pañuelo y se frota en el lugar enfermo (Maiana B.)
¿Cómo se hace a la Virgen en Lourdes? Allí se pide; por supuesto, no a gritos, pero cuando se tienen necesidades, se pide (Mari K.)
Algunos, para venir aquí, a Harpeko Saindua, primero se confiesan y comulgan y todo lo demás; los hay que hacen así, comulgados y confesados, como para cumplir con Pascua, igual igual; porque su devoción es muy grande y quieren conseguir alguna gracia (...):«Bueno, ahora tengo que confesarme y comulgar otra vez y luego volveremos a ir a Harpeko Saindu a darle gracias a la Santa». Eso es lo que yo he oído decir a la gente (Beronika K.)
Confesarse antes de ir en peregrinación o durante ella es una vieja costumbre. Así lo hacían ya en el siglo XIII los que iban a Santiago, dice Varazze (1967 II: 477) en su Legenda Aurea.
Los devotos llevan sus ofrendas a Harpeko Saindua sobre todo en dos ocasiones: la primera cuando van a pedirle un favor, la segunda cuando, una vez conseguido lo que pedían, vuelven a darle las gracias. Son esas ofrendas las que se han mencionado al describir los objetos que encontramos en la gruta.
Solían dejar pañuelos secando, los dejaban como recuerdo. Y luego dinero, algunos dejaban una moneda, otros cinco monedas, cada cual lo que podía. Y también algunos ponían unas cruces pequeñas de laurel; se hacían con la navaja: se cortaban unos palitos se les hacía una hendidura (para fijar el brazo horizontal), y los dejaban apoyados contra la roca (Jose Mari K.).
La gente deja allí velas encendidas y medallas. O dejan un rosario, o algún recuerdo, o dinero (Maiana B.).
Todos daban dinero o dejaban alguna otra cosa. Algunas veces dejaban ropa de niño; y no sólo después de haberse curado, sino antes también, cuando iban la primera vez. Lo hacían por ofrecer algo, creo yo, una ofrenda del enfermo, para que hubiera allí algo de su imagen (Maixan U.).
Yo he oído decir a la gente que algunos dejaban un par de rosarios, otros pues igual pañuelos, otros un «foulard», según la voluntad de cada cual. Y otros en cambio dejaban dinero (Beronika K.)
Las personas que consiguen un favor deben de volver a dar las gracias, según afirman los informadores.
Si alguien que se ha curado no vuelve, le sale otra vez el mal. Eso también he visto yo (Angela H.).
Venían a dar las gracias y entonces dejaban algunas imágenes de santos o rosarios... (Beronika K.)
Cuando me curé fui a dar las gracias. Y después también he ido (Jose Mari K.).
Algunas veces se ven cosas de plata y, claro, luego van otros por allí y las roban. Suele haber cosas muy bonitas a veces, unas cruces preciosas. Pero enseguida desaparecen de allí; de una vez para otra siempre se nota que faltan cosas (Marixan U.).
Una joven conocida mía se fue a América con sus padres. Y antes de morir la madre le dijo: «Bueno, como la Santa de Bidarrai me ha concedido lo que necesitaba, vas a coger este anillo y se lo vas a llevar». Por desdicha, al cabo de dos o tres días el precioso anillo ya no estaba allí. Eso es lo que pasa. Y cuantas historias como ésa... Son ciertas ¿eh? Son todas ciertas. (...) También un hombre de Kanbo quería hacer una capilla o algo así. Y nuestro cura le dijo que no, que diera el dinero a la iglesia de Bidarrai (E. Elizetxe).
Harpeko Saindua no era santo de devoción de los curas, aunque en estos últimos veinte años la enemistad se ha mitigado. La gente murmuraba y no entendía bien que recogieran el dinero del cepillo para la iglesia y que luego despreciaran a la Santa. Por qué no se utilizaba, por ejemplo, para arreglar el camino, que buena falta tenía entonces, antes de ser asfaltado.
Ritos muy parecidos a los que se realizan en Harpeko Saindua existen también en otros muchos lugares, en varias fuentes de Euskal Herria y de la vecina Gascuña. Son prácticas muy extendidas y muy antiguas que se han conservado sin grandes cambios. Ya en el siglo VI San Gregorio de Tours cuenta como se hacían ofrendas de tejidos, ropas y alimentos a un lago, para provocar la lluvia (Eliade 1975: 175).
V. LOS PEREGRINOS
Los bidarraitarras de edad recuerdan cuanta gente visitaba la gruta:
¡Que gentío había!... Unos iban con las criaturas a la espalda, otros del brazo del enfermo... De Harruse para arriba se mantenía aquella senda tan limpia como esto (señalando la mesa): gente y gente subiendo la cuesta... (Jose Mari K.).
Venían de todos los alrededores, de Baztan, de Lapurdi, de Zuberoa... El patrón de un hotel puso un anuncio y vinieron periodistas de Paris-Match, de Jours de France... Y luego vino una cantidad de gente, de Paris, de Bélgica... Algunos estaban muy enfermos, uno se murió en el camino, según parece. Y a los que no podían venir los amigos les mandaban agua desde aquí, a veces muy lejos, a Alsacia, a Marsella y hasta a la Argentina...
Por supuesto también la gente de Bidarrai solía ir por allí. Beronika Karakoetxea recuerda las caminatas inolvidables que hacía siendo niña, acompañada de algún adulto de su casa y con la ayuda del burro. Como música de fondo, para evocar sus pasos por el bosque al borde del arroyo y subiendo despacio la pendiente, se puede traer a la memoria la marcha llamada «El entierro del cazador» de la primera sinfonía de Mahler e ir siguiendo con los animales del bosque el cortejo fúnebre – pero no triste - al ritmo del leitmotiv de «Bruder Martin» («Frère Jacques»).
En invierno no solíamos ir a Harpeko Saindua, en invierno aquello no es muy agradable. En general íbamos en mayo, cuando hacía buen tiempo, tiempo claro. Salíamos por la mañana con el abuelo, a la fresca de la mañana. Nuestra difunta madre no quería que fuéramos cara a la noche: es un lugar difícil y si alguien se hacía daño o le pasaba algo... no era prudente. Nunca se sabe, se puede una caer y romperse un hueso o cualquier cosa... Y además, por la tarde no se le ve bien a la Santa, está aquello más oscuro, mientras que por la mañana le da la luz (la gruta está orientada el Este).
Aquellos, las personas de edad, siempre me han dicho eso: que había que ir allí siempre por la mañana. Y las veces que yo he estado con el abuelo o con la difunta madre, siempre hemos ido por la mañana, para llegar bastante antes de mediodía, a eso de las diez, dar luego una vuelta por allí y enseguida volver a casa, temprano; porque no había carretera como ahora. Era un camino penoso, era muy penoso.
Yo era la «chofer» con el burro: hay allí una salida estrecha, mala... (...)
Las veces que he ido con la difunta madre, más de una y más de dos, o con el abuelo, solíamos llevar un par de velas bendecidas de la Candelaria: velas frescas, del año. Llevábamos velas para dejarlas allí, velas bendecidas, de las que se bendicen todos los años por la Candelaria, el 2 de febrero. Todos los años llevábamos un par de ellas a bendecir y luego las alumbrábamos allí. Si no se lleva luz aquello está muy oscuro, y las alumbrábamos para ver bien lo que había que ver, y luego cuando nos íbamos las dejábamos encendidas, apoyadas contra algo: «Pon esa vela bien sujeta para que no se resbale y se caiga, para que se quede derecha», me decía el abuelo.
Y mi difunta madre, y el abuelo lo mismo, siempre decían: «Hasta otra vez Santa, ahora te dejamos, hasta otra vez». Eso es. Y también le decíamos «Por favor, ayúdanos».
Yo, siempre que he ido, he dejado una vela o un rosario. Si se quería se dejaban también medallas (Beronika K. resumido).
Además de las visitas puntuales que hacía cada cual, antes de la guerra se celebraba una romería en Harpeko Saindua el domingo de la Trinidad. En esa fecha acudían tropeles de gente a pie, desde Itsasu, desde Ainhoa o desde Ezpeleta, pasando por el collado de Mehatxe. Luego se organizaba una fiesta en Burkaitzenborda y en Lezetakoborda, con la música de un mal acordeón: «Era una fiesta muy bonita entre euskaldunak, hasta que venían los carabineros! » (E. Elizetxe).
Por Pentecostés la fiesta se hacía en Sumusekoborda. Pero aquellas romerías no eran del gusto de todos, los verdaderos peregrinos no pasaban el tiempo en semejantes algaradas: «La gente que de verdad venía por la Santa volvía directamente a casa», opina Beronika.
VI. LAS CURACIONES
En Harpeko Saindua, aparte de los eczemas y enfermedades de la piel, se curan también otros males, tanto de las personas como de los animales. Los informadores afirman que son innumerables los que allí han sanado, y cada uno recuerda una lista de casos conocidos, sobre todo referidos a niños.
Tengo yo una sobrina pequeña que tenía toda la cara cubierta de eczema, no se le podía ni tocar. (...) Estuvieron ahí (la entrevista se hace en Bernatenea, anteúltima casa antes de la gruta) y al cabo de ocho días la chiquilla estaba limpia (Mariana B.)
Una sobrina pequeña mía - tengo dos - llegó toda llena de costras rezumando. Fue ahí (entrevista en Harrusea, ultima casa antes de la gruta) hizo así y para cuando volvió las tenía secas. Y luego se curó (Angela H.).
Yo he visto a una criatura… Nunca he visto algo parecido - mi marido podría decírselo si estuviera aquí: toda, lo que se dice toda, llena de costras; no tenía un trozo limpio ni para poner una cabeza de alfiler. Cuando la volvieron a traer tres o cuatro semanas después, tenía la piel todavía muy fina y se notaba la cicatriz, pero estaba curada. No tenía nada. ¡Y cuántas como ésa! (Angela H.).
Otra historia de un niño que, sin tratarse de un gran milagro, tiene su importancia:
Lo que voy a contar pasó hace ya por lo menos 10 años (hacia 1970). Iba yo a Donibane Garazi y en el tren me encontré con una mujer que iba con sus dos hijos. (...) Había subido aquí, en la estación de Bidarrai; y me dice:
- Es usted de Bidarrai?
Y,
- Pues sí, así es.
- Yo soy de Lekorne... Yo ya he estado en la Santa de Bidarrai, fui con estos dos niños.
- Ah, bueno, tendría usted algún problema...
- Pues sí, sí que tenía.
Los dos niños parecían completamente normales, sobre todo el chico era un encanto, tendría como unos diez años, creo yo. Sabía hablar y todo lo demás muy bien. Pero no conseguían que comiera pan aquel niño; comía de todo, cualquier cosa, de todo de todo ¿eh? Pero no había manera de que comiera pan. (...) Le llevaron a no sé cuántos médicos, y todos los médicos les decían que ya empezaría algún día a comer pan. Pero claro, en una casa de labradores, pues ya se puede hacer una idea, no estaban muy conformes.
Hasta que alguien debió de decirles que por qué no hacían con el niño una peregrinación a Harpeko Saindua. Al mismo tiempo la hija, la que llevaba con su hermano en el tren, estaba ella también con eczema, y también a cuenta de ella andaban aquí y allá entre médicos... Pero no se le curaba aquel eczema.
Al fin decidieron ir el matrimonio con sus dos hijos a donde la Santa, a ver si podían arreglar también lo del chico – que por la demás tenía juicio, conocimiento y todo ¿eh?
Así que fueron ahí, hicieron sus devociones y el niño en cuanto volvió a casa empezó a comer pan.
Y luego también, a la niña se le notaban todavía las marcas de eczema, su madre me enseñó donde lo había tenido. Y a ella también, después de frotar a la Santa, le limpiaron el eczema con el agua de Harpeko Saindua. Y enseguida, para el noveno día ya se le había ido el eczema.
Estaban muy contentos, claro, contentísimos. El chico comía pan: pan con queso, pan con chocolate, o sea, todo lo que le daban; se comía su pan en la comida y en la cena, como una persona normal (Beronika K.).
Todos estos testimonios parecen indicar que la Santa tiene especial predilección por los niños. He aquí el caso de uno que no hablaba:
Primero le voy a contar una historia... Y no es un cuento, porque ha pasado de verdad. La madre de mi marido vivía en el monte, en el monte monte, en la casa Zuhaia. Entonces no había carretera ni nada: para ir de Bidarrai a Ezpeleta tenían que ir a pie por el monte. Y un día se le presentó un hombre en casa (...) preguntando por el camino de Harpeko Saindua. Y le hizo entrar - ya sabe, en Euskal Herria siempre hay esa… para que tomara algo. Hacía un tiempo horriblemente malo.
Y luego supimos que aquel hombre, que era médico en Cambo, tenía un hijo mudo; y tenía en casa una criada vasca. Y la criada le dijo:
- Si le parece bien y me ayuda un poco, yo llevaré a este niño a Harpeko Saindua, a Bidarrai.
Y así fue, el médico le ayudó y ella vino con el niño a Harpeko Saindua; pero a pie, por el monte. Y cuando entraron en casa de nuestra madre, aquellos hombres se habían puesto en camino al ver que el tiempo empeoraba, para ir a buscar al hijo y a la criada, para salirles al camino. Y ya sabe cómo son los relámpagos y los rayos en el monte, es un lugar terrible... El chiquillo estaba asustado y la muchacha igual, asustados y calados. Y le vio a su padre el crío y empezó a gritar «Aita! aita! » («¡Padre, padre! »). El mudo.
Aquella gente fueron luego toda su vida amantes de Harpeko Saindua... (E. Elizetxe).
VII. LOS CASTIGOS
La Santa de Bidarrai requiere que la gente sea agradecida: los que después de curarse no vuelven a dar las gracias se cogen otra vez la enfermedad. Le son especialmente antipáticos los que se ríen de ella, y no suele dejar de vengarse:
No sé de donde sería aquél. La cosa es que vino uno a Harpeko Saindua. De peregrinación según él, pero no debía de tener mucha fe, porque cuando llegó parece que dijo:
- ¿Y esto es una santa? ¿Esto una santa? Esto no es nada, vaya mierda de santa.
Por Harpeko Saindua ¿eh? Bueno, no tenía ninguna razón para decirlo, ninguna necesidad; no sabía lo que era aquello, ¡no sabía nada!
Se fue de allí y antes de llegar a casa le dio una tremenda pirrilera - con perdón. Y no pudo curarse hasta que volvió allá otra vez. Tuvo que volver a dar gracias (sic), a pedir perdón. Médicos, historias, comedias, de todo hizo, y no podía curarse.
Yo digo que hay que andar con cuidado. No hay que reírse de todo, no hay que reírse demasiado. No tenía más que haberse callado, estarse callado siquiera ¿no cree? Si aquella (la Santa) estaba allí, por algo sería (Beronika K.).
Según dicen algunos informadores (Jose Mari K., E. Elizetxe), un castigo típico de la Santa era hacer que el irrespetuoso se rompiera la pierna. Hay que decir que, tal y como estaba el camino antes de hacer la carretera, más bien era necesaria su ayuda para no romperse nada. Así que los más afectados eran los forasteros que no conocían el lugar. Los que decían en tono despectivo que no les volverían a ver por allí, solían olvidarse de algo y tenían que volver a buscarlo.
Pero hubo sanciones más graves. Hace ya tiempo, según se cuenta, una mujer se llevó el dinero de cepillo de la Santa, y enseguida fue castigada: una fuerza misteriosa le arrancó el talón; unos dicen que fue un fantasma, otros que fue el diablo o el rayo.
Allí, en Harrusea, una mujer robó el dinero - el marido se llamaba Joanes y ella Gaxuxa. Según parece aquel día, aquel atardecer, hizo un tiempo muy malo, terrible, rayos... Y estaba sentada Gaxuxa esperando a su marido - el marido estaba fuera, trabajando en alguna parte. La cosa es que estaba junto al fuego y entró algo por la chimenea, de arriba abajo hasta el fuego, y esparció las brasas; es lo que decían: que esparció todo el fuego del hogar y se llevó el talón (de Gaxuxa).
Ya me acuerdo yo de aquella noche. ¡Qué noche fue! Truenos terribles y rayos, relámpagos y relámpagos, uno tras otro. Enseguida corrió la voz que el rayo le había llevado el talón por la chimenea. Y luego los médicos le fabricaron un zapato de cuero. Pero no era... Luego siempre andaba así, siempre así (coja) (Jose Mari K. resumido).
Otros dicen que el fantasma había entrado por el agujero de desagüe de la fregadera.
VIII. EL MITO FUNDADOR
¿Quién es la Santa y cómo es que está en la gruta? Para Beronika es un misterio:
Nadie lo ha entendido nunca, nadie lo ha entendido. La Santa entró en Harpeko Saindua con doce luces. La Santa. Y luego, al mismo tiempo, en el momento en que la Santa estaba entrando con las luces, todos los animales del barrio de Ohatarre empezaron a mugir y a bramar... y no se acallaron hasta que aquélla entró allí, hasta que la Santa estuvo dentro.
Fue algo milagroso ¿sabe? como en Lourdes. Para hacerse una idea: nuestro difunto abuelo era todavía pequeño entonces, cuando pasó aquello.
Dicen que entró una noche con doce luces. Y hubo un movimiento increíble: todos los animales de los casas de Hause, de Harruse, de Putzu, todos los animales del barrio estuvieron mugiendo, según parece. Y entonces, cuando la Santa se posó allí, se terminó (Beronika K.).
En cuanto a la fecha del suceso, Beronika precisa que su abuelo «era todavía un niño y ahora (en 1982) hace 42 años que murió, teniendo 97». Sin embargo, parece que el relato de Beronika no es sino la segunda parte de un acontecimiento que se había iniciado mucho antes:
Yo he oído decir que (la Santa) era una chica que se había perdido cuando estaba guardando las ovejas, y que no la encontraban. Y que al cabo del tiempo - pasaría mucho tiempo, claro - que vieron una noche doce luces entrando ahí, en la cueva; y que desde entonces viene la gente, que entonces empezó. Eso es lo que he oído a mi abuela y a mi abuelo (Angela de Harruse).
En la misma casa de Harruse le contaron en 1938 a Barandiaran (1973a: 410) que una zagala se perdió en el monte Euzkeimendi, y que hallaron sólo la cabeza. Luego, durante años se oían voces: «Aguarda, aguarda», gritaba alguien por la parte de Euzkeimendi; y una vez, a media noche, vieron una luz - o doce - entrando en la gruta: fueron allá y encontraron la estatua de la Santa, un cuerpo sin cabeza.
El esquema del mito - la joven pérdida que se halla en una cueva y la luz que entra en la cavidad - lo encontramos en algunas de las narraciones que tratan del origen de la Dama de Anboto (Barandiaran 1973a: 398). Dicen que una joven que recogía el ganado por la tarde se dio cuenta de que le faltaba una vaca y salió en su busca. Vio una roja y, pensando que era la suya, la siguió; pero aquella vaca sobrenatural le condujo al interior de una sima, y allí se quedó la joven. Es ella la Dama de Anboto. En opinión de Barandiaran, Harpeko Saindua es un avatar o una modalidad de esa divinidad.
IX. CREER
A la hora de explicar el poder de Harpeko Saindua y del agua que mana de allí, algunos informadores la comparan con Lourdes y su agua curativa; al fin y al cabo, si los milagros son posibles en un lugar ¿por qué no van a serlo en el otro?
Antes solían decir que pasaban cosas así, que ocurrían milagros. La Virgen María también se apareció en Lourdes; es posible que (aquí) pasara algo igual. Pero no en nuestros tiempos ¿eh? Sabe Dios cuando (Mari K.).
Es lógico, pues, que en Harpeko Saindua se rezara de igual manera que se hace en la iglesia.
Las veces que he estado acompañando a la gente, rezaban el rosario entero o el «Ave María» (Marixan U.).
Y según el sentirde Beronika la Santa de la gruta no tiene nada que envidiar al resto de los santos.
Por supuesto, yo les tengo fervor a los santos de la iglesia, pero le tengo aún más a la de la gruta. Me parece a mí: sí, sí, le tengo más fervor a esa santa. (...) Si entró, como lo hizo, con doce luces, no tenga ninguna duda, es que era una santa de devoción. Yo nunca he oído de ningún santo que haya entrado así. (...) Porque cuando entró aquel ángel y que todos los animales de por aquí estuvieron mugiendo y bramando... (Beronika K.).
De todas formas, la fe de ahora no es como la de antes.
Hoy en día es difícil creer, la gente va seguramente a por agua y, una vez de estar allí, le rezarán a la santa (Yvonne E.).
La mayoría de los informadores constatan que los jóvenes ya no tienen fe en Harpeko Saindua. Pero, precisamente, una joven dice estar pesarosa de no haber aprovechado la ocasión de aprender lo que eran esas creencias:
Mi abuela sabía muchas cosas de ésas, pero nosotras nos reíamos de ella. Y luego ya no quería contarlas, decía que con nosotras no valía la pena. Ahora ya está muerta y yo me he quedado sin saber muchas cosas...
A lo mejor, nunca es tarde para aprender. Por mi parte, terminaré expresando mi respeto hacia quienes supieron y creyeron, y agradeciendo a las personas de Bidarrai que me informaron sobre su Santa, de manera especial a Marixan Zedarri, que me guió amical y eficazmente. Sin olvidar a los demás, aunque no todos hayan sido citados en este resumen: Ane Miren Zedarri, Marixan Uztaritz, Yvonne Elorga, Eugénie Elizetxe, Maiana de la casa Bernatenea, Mari de Kazerna, Beronika de Karakoetxe, Isabel de Etxepare, Mailuisa de Sumusenborda, Jose Mari Kastantxo, Ana Mari Kastantxo, Jean Cabillon y Julia Borda.
ANUNTXI PEREA
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