MITOS VASCOS
PARA PENSAR
La mayor parte de los relatos de nuestra mitología cuentan las luchas que los humanos mantienen con los seres míticos, y concretamente en las historia de laminas o de jentiles esos conflictos son muy frecuentes, aunque de vez en cuando aparecen en armonía. Vamos a fijarnos en cómo son esas relaciones, con la idea de que son un reflejo de las que existen entre vecinos y de que en los mitos se piensan y formulan una serie de problemáticas cotidianas: la amistad y la envidia, la ayuda mutua y los conflictos, los abusos, la opresión y la reacción contra ella.
Los humanos viven en casas; las laminas, los jentiles y mairus, el basajaun tienen sus moradas en el bosque, muchas veces en cuevas, como seres chtónicos que son. Como ocurre entre vecinos, los dos grupos se encuentran cuando las laminas van a las casas, o los humanos al bosque: más aún, ciertos relatos dan a entender que en algún tiempo hubo buenas relaciones entre ellos, pero que luego las cosas se deterioraron.
I. COMO SON LAS LAMINAS
Las laminas son seres de sexo femenino en la tradición occidental de Euskal Herria. En Nafarroa y Zuberoa suelen más bien ser hombres muy chiquitos, todos de nombre Gillen, que construyen puentes y palacios en una noche. Las laminas que van a ser tratadas aquí son femeninas y tiene mucho parecido con la Virgen descrita en la balada «Orbela airez aire», donde ella aparece peinándose a la orilla de un arroyo que corre por una hermoso prado «su pelo es de oro y de cada uno mana una perla; la cinta que ciñera ese pelo costaría en Madrid a cinco ducados la vara; la tejedora de esa dama es María Magdalena ”apostolada”, y su costurera la linda hija del rey. El rango de las sirvientas indica cuán alto es el de su dueña».
Es típica la imagen de la Virgen al borde de un rio, el rio del Edén. Esta señora de la balada es una copia de la laminas y basanderes míticas, son ellas quienes suelen estar al borde del agua peinándose con peine de oro (en el caso de la Virgen el pelo es de oro y no el peine) o lavando su preciosa ropa. Esta imagen de la Virgen haciendo la colada es propia de algunos villancicos: «La Virgen está lavando y tendiendo en el romero... ». La tradición oral ha prestado a la Virgen características propias de las laminas, equiparándolas de tal manera que puede hablarse de sincretismo. En el cristianismo popular abundan casos parecidos y, aunque con frecuencia se afirme lo contrario, en la mayoría de los casos no es el cristianismo quien ha cambiado la religión pagana, sino más bien al contrario, es la tradición pagana la que ha transformado la figura de los personajes cristianos e influenciado en su naturaleza, como en el caso de la Virgen-lamina.
Las laminas son muy bellas cuando están en sus dominios y entre ellas, sin que nadie les vea; y en el momento en que se dan cuenta de que se les está mirando, se vuelven del todo feas. Es decir que pueden ser guapas o feas, buenas o malas, ambivalentes. Y algunos añaden que, cuando entran por la chimenea en las casas de los humanos, son «feas como brujas» y nada amables.
II. LAMINAS PEDIGÜEÑAS
Suelen acercarse a las casas sobre todo para pedir de comer. En Orozko dicen que, antaño, cuando en los caseríos cercanos al bosque se hacía pan, solían venir, como atraídas por el buen olor, a pedir pamintxa (pan relleno de chorizo), y que se iban contentas si les daban un trozo, mientras de lo contrario no dejaban a la gente en paz (Arana 1996: 219). Pero lo que más les gusta a las laminas es el «txitxiburruntzi» (tocino en asador) y la manteca, como lo refiere la historia de La lamina herida.
En Altzürükü (Zuberoa) en la casa Erregia, cuando el dueño estaba ausente entraba una lamina por la chimenea para pedirle al ama de casa borona untada en manteca; además amenazaba con pegarle si no se lo daba enseguida. Y todas las noches lo mismo. La mujer se hartó y se lo contó al marido.
-¡Ah! ¿Sí? Mañana le espero yo a esa lamina.
Se puso la ropa de su mujer y se sentó a hilar al lado al fuego. Viene la lamina y le dice:
- ¿Anoche pirpirin-pirpirin y hoy pordoska-pordoska? - porque el hombre no sabía hilar y le salía muy basto.
- Es que anoche tenía lino y hoy estopa.
Pero la lamina desconfía y le pregunta:
- ¿Cómo te llamas?
- Yo misma(o).
La lamina se remanga la falda, pone el trasero a calentar y le pide manteca.
El hombre echa gran cantidad en la sartén y, cuando la tiene bien caliente, se la tira a la lamina por debajo de la falda. La lamina sale chimenea arriba chillando, y a los gritos acuden sus compañeras:
- ¿Quién te lo ha hecho?
- Yo misma.
- Pues si te lo has hecho tú misma, ¡aguántatelo tú misma! - allí la dejaron y se murió (resumen de Cerquand 1986: 60).
En Sara contaban que en una sima al pie del monte Larrun vivían la laminas y que perseguían a la gente, sobre todo en las casas de alrededor. Entraban por la chimenea a pedir de comer y a una mujer le trataron con toda clase de insolencias (Cerquand 1986: 55). En las versiones de este tipo se considera a las laminas como maleantes que entran a comer y se van sin pagar.
III. INVITACIONES MUTUAS
Sin embargo tampoco ahí está ausente la ambivalencia ya que existen versiones donde las laminas son amables y, a cambio de lo que les ofrece el ama de casa, trabajan el campo, gracias a lo cual la casa se enriquece cada vez más. Así lo relata la historia de Barbier «Las laminas de Bazterretxe», y todavía de manera más explícita una versión de la Landas recogida por Arnaudin (1996: 40, cfr. capítulo «Mujeres, I»). Las relaciones entre la mujer y la lamina se realizan a espaldas del marido y es él quien, al enterarse, hiere a la lamina; a partir de entonces no volvió más y la casa se acabó arruinando.
En estos dos últimos relatos las mujeres invitan y agasajan a las laminas, y ellas, como divinidades de la abundancia, proporcionan prosperidad a la casa: todos salen ganado. Pero el marido lo estropea todo y se termina la edad de oro. Sucede al contrario que en la historia bíblica de Edén, donde fue Eva quien causó el final de la amistad con la divinidad.
En otro tipo de relato de Orozko, una mujer fue al bosque a participar en los bailes que allí organizaban las laminas, fiestas de tipo akelarre a las que, como es habitual, la protagonista acude saliendo por la chimenea (relato completo en el capítulo «Mujeres, I»). Hay una notable simetría entre algunas versiones de La lamina herida, como la de las Landas, y esas historias de Akelarre: en las primeras las laminas entran por la chimenea para acudir a la cena que les preparan las amas de casa; en las segundas, las mujeres salen por la chimenea para ir a los bailes de las laminas. La reciprocidad de las relaciones sociales aparece en estas relaciones entre personas humanas y laminas.
Salvo que en las diversas versiones y transformaciones de las historias de laminas el sentido no es siempre el mismo. En unas queda subrayado el apoyo mutuo entre vecinos, cuando las laminas pagan con trabajo la comida que reciben; en otras las laminas son como ladronas que se llevan la comida con amenazas y violencia. Entre estos dos extremos, existe también la visión intermedia según la cual las laminas eran pedigüeñas y pesadas, se auto invitaban y luego no correspondían. ¿Dónde está la línea divisoria entre el hecho de pedir y el de robar?
IV. ROBO DEL PEINE DE LAS LAMINAS
Los seres humanos, por su parte, robaban a las laminas en cuanto podían. Cuando éstas tomaban el sol o se peinaban al borde del agua y alguien se acercaba, iban corriendo a esconderse en su cueva. Es así como comienza el relato que llamamos El peine robado, del que existen versiones en Bretaña, en Occitania y en Euskal Herria (Arana 1996: 706). He aquí una versión de Orozko:
Alguien del caserío Arandi, de Urigoiti, fue a buscar las cabras y se topó con las laminas. Ellas huyeron corriendo a meterse en su agujero y dejaron olvidado un peine (o una sábana que tenían secando). Arandi cogió el peine y se lo llevó a casa. Y a la noche siguiente las lamias vinieron a su casa a decirle: «Arandi, Arandi / devuélvame el peine / porque si no yo destruiré tu parentela».
Arandi cogió miedo y volvió a dejar el peine donde lo había encontrado. Y en adelante le dejaron en paz, según dicen la mayor parte de los informadores.
Pero algunos añaden que las laminas lanzaron una maldición a la casa: «En Arandi no faltarán tontos ni locos». En el momento de escribir estas líneas, la casa está vacía y abandonada (adaptado de Arana 1996: 233-234).
En las versiones orientales de Euskal Herria, las laminas cubrieron de piedras el campo de la persona que les cogió el peine (ver el capítulo «Agua»).
Esta última versión del Peine robado se contrapone a la de La lamina herida: en la primera la lamina se lleva comida y la paga muy cara (es herida); en la segunda son los humanos los que se llevan el peine y también lo pagan caro (locos en Arandi); los perjuicios son recíprocos y la partida acaba en empate.
Son de notar, por otra parte, las diversas modalidades de robo que aparecen en las dos historias: en la primera el límite entre pedir y quitar no queda claro; ni en la segunda, la diferencia entre encontrar y quitar. Y no se agotan ahí todas las virtualidades, ya que en la próxima historia, La partera de las laminas, se nos presenta otra posibilidad.
V. LA PARTERA DE LAS LAMINAS
También de ésta se han recogido muchas versiones. En Euskal Herria están las de Kortezubi, Zugarramurdi, Isturitz, Altzai (Barandiaran 1961: 66; 1962b: 84; 1973a: 448-451); Behorlegi, Altzürükü, Eskiula (Cerquand), Sakana, Abaurrea (Azkue 1966: 425 eta 393)...
Sébillot (1968a/ 438) la ha encontrado en Accous (Bearne); y según el catálogo de Thompson (F 333 y F 372), el motivo existe en Inglaterra, Escocia, Irlanda, Bretaña, Laponia, Islandia, Dinamarca, Japón e India.
En esta versión de Orozko se habla de jentiles en lugar de laminas.
La abuela de la abuela del dueño de la casa de Presatxu vivía en Maiurtu. Una noche vino un jentil diciéndole que su mujer estaba de parto y, como había oído que el ama de Maiurtu era muy buena partera, que por favor fuera a ayudarles. La mujer se negaba porque tenía miedo.
Pero el gentil le insistió:
- Mire, andratxu (damita), yo le cojo aquí y vuelvo a dejarle aquí; pero venga por favor, el parto no viene bien.
Fueron los dos y la mujer reconoció el camino hasta Jentil Zulo (Agujero de los Jentiles), pero más allá sólo sabía que andaban cerca de un arroyo (el arroyo de Jentil Zulo, sin duda). Llegaron a una puerta y, al tocarla con algo, se abrió. Por dentro era como una gruta, y había luz.
La partera ayudó a la jentil a dar a luz, y después le invitaron a huevos con chorizo y con un pan buenísimo, blanco-blanco. En un descuido la mujer se metió un trozo en el bolsillo para enseñar en casa lo bueno era. Al marcharse le dieron algo de dinero y una sobrecama preciosa.
Pero cuando fueron a salir no podían abrir la puerta.
- Andratxu, usted ha cogido algo de aquí.
Y ella que no y que no. Y el jentil:
- Sí, andratxu, no le voy a hacer nada, pero algo ha cogido.
Al fin sacó el pedazo de pan: era por eso que no podían salir. Se lo cogieron y le dieron un pan grande. Y se fue a casa. Aquella sobrecama la ha conocido el amo de Presatxu, y luego se la dieron a los traperos (resumen de Arana 1996: 245).
Esta tercera modalidad de «robo» es aún más leve que las anteriores, ni siquiera es robo, justo un poco de falta de educación: no está bien visto que los invitados se lleven lo que no han comido. Parece como si los mitos se recrearan en meditar sobre la propiedad y los intercambios, buscando ejemplos para considerar todas sus virtualidades, lo que es robar y lo que no lo es. Debe de ser un tema que interesa a la gente, puesto que tantas vueltas le dan.
Según el principio de que «la olla de la vecina es más sabrosa que la mía», las laminas codician el pan de los humanos, aunque el suyo sea tan blanco que los humanos se lo quieren llevar casa. Los unos anhelan los bienes de los otros y se los intercambian continuamente - solicitándolos, quitándolos, dándolos.
Esta vez la historia termina bien, las relaciones entre humanos y laminas no llegan a enconarse y, aunque al principio se muestre desconfianza, acaban comportándose como buenos vecinos. Y al final está la satisfacción de haber practicado la ayuda mutua que hace salir a todos ganando.
VI. LOS MAIRUS, LAS LAMINAS LADRONES Y ROLDÁN
Las laminas, los jentiles y los mairus son protagonistas de un conjunto de relatos. Las palabras 'mairu' o 'jentil' significan «no cristiano»; y, como 'cristiano' quiere decir tradicionalmente persona humana, en este contexto, 'no cristiano' significa «no persona» o «ser mítico».
Los mairus y los jentiles, al igual que el significado de sus nombres, son muy parecidos, sin ser del todo idénticos: hombres en general - aunque acabamos de ver una jentil de parto -, son grandes, unas veces hermosos y otras con un solo ojo en medio de la frente. Suelen ser amigos de la laminas femeninas, en algunas regiones son sus semejantes e incluso sus paredros. Los jentiles se encuentran en la parte occidental de Euskal Herria - Gipuzkoa y Bizkaia -, los mairus sobre todo en la oriental.
Jentiles, laminas y mairus son intercambiables en algunos tipos de historias, aparecen indiferentemente unos u otros. Roldán suele ser el vencedor de los mairus, pero también lo es de las laminas:
Sansón era primo de Roldán y además el vaquero que cuidaba de sus vacas en los montes de Donaixti; una de esas vacas era nodriza de Roldán. Un día, después de llevarlas al pasto, se echó Sansón bajo un árbol y se durmió. Las laminas que estaban al acecho se lanzaron en tropel a robar el ganado. Cuando Sansón se despertó y vio que faltaban las vacas, se levantó furioso y se adentró en el bosque. Allí encontró osos y, creyendo que eran sus vacas, se los llevó a la cabaña, usando un haya a guisa de bastón. Al día siguiente vino Roldán a visitar a su nodriza, pero en vez de sus dulces mugidos oyó los terribles rugidos de los osos. Entonces fue a consultar a un adivino, quien le reveló que las laminas se habían llevado sus vacas. Salió Roldán en su busca y las encontró en pleno banquete. Mató a todos, mujeres y niños incluidos. Y desde entonces no hay más laminas en los Pirineos (Cerquand 1986: 141).
El relato se sitúa en una zona de montaña que vive del pastoreo, y el robo de que trata no es una nimiedad, sino algo importante. Los vaqueros, un rebaño de vacas robadas, la venganza violenta y desmesurada de Roldán, dan a la historia un ambiente de western – ¿quizás la contó alguien que fue pastor en América?
VII. LAMINAS, BASAJAUN Y JENTILES RAPTORES
El secuestro de personas eleva el nivel de gravedad de los sucesos relatados. Los mairus (o laminas) y los jentiles raptan de cuando en cuando muchachas; y lo suelen hacer con un pretexto banal.
Una hija de la casa de Usi, en Orozko, fue a buscar las cabras por la parte de Leizeaga y entró en la cueva que lleva ese nombre. Los jentiles (algunos dicen que fueron las laminas) le dieron un puñado de oro, pero le advirtieron que no debía volver más por allí. Llevó el oro a casa y la familia le insistió en que debía de volver a la cueva. Y ella que no y que no. Y ellos que sí, que igual le darían más oro. Por fin fue, y no regresó nunca más.
Sus hermanos fueron a buscarla, y los jentiles les dijeron que ella ya sabía que no tenía que acercarse más por allí, y que no volverían a verla; y que en adelante no faltaría oro en Usi, pero tampoco un loco (resumen de Arana 1996: 250)
¿Se trata de demostrar que «la avaricia rompe el saco»? En todo caso, también esta historia es contraposición de La lamina herida: la lamina pide y vuelve a pedir, y acaba siendo herida; la muchacha de Usi, por haber ido a pedir otra vez, fue perdida. De nuevo se observa la tendencia a alcanzar la reciprocidad en las relaciones entre laminas y seres humanos.
En Behorlegi (Baxenabarre) el secuestrador es el basajaun.
El basajaun secuestró a la hija de la casa Etxepare y se la llevó a su antro: la veían a la entrada de la cueva tomando el sol junto al basajaun que dormía con la cabeza apoyada en el halda de la muchacha. Un día, la joven cortó el delantal con sus tijeras, posó sobre él suavemente la cabeza del basajaun y se escapó. Cuando el basajaun se dio cuenta, le lanzó una maldición: «¡Ojalá te mueras al entrar en casa!». Y así fue, la chica cayó muerta con un pie dentro de casa y el otro fuera (resumen de Cerquand 1986: 19).
En otra versión de Arantsuse, la raptada logró escapar y el basajaun anduvo buscándola por todo el mundo; y al no poder encontrarla, murió de tristeza. En Altzürükü, la joven llegó huyendo hasta Paris:
Margarita, hija de la casa Berterretxe de Zihiga, estaba de pastora en el monte. Un día una lamina se la llevó a Lamin Zilo (agujero de laminas) de Altzürükü: un mendigo la vio gritando cuando la lamina la llevaba a la espalda. Sus familiares temían que las laminas los mataran si se acercaban a Lamin Zilo. Cuatro años estuvo allí Margarita y tuvo una criatura. Las laminas le daban de comer que mejor imposible, y sobre todo un pan blanco como la nieve.
En aquella zona vivían los «mairus», unos hombres salvajes guapos, grandes, fuertes y ricos. Todas las semanas los mairus se reunían con las laminas para a festejar en Mendikolanda (la campa de Mendi). En una de ésas, Margarita se escapó dejando allí a su criatura. En su casa estaban contentos pero con miedo a que las laminas vinieran a por Margarita. Y sí que vinieron, pero no la encontraron. Luego la mandaron a París y la laminas volvieron, pero para entonces ella ya estaba en Atharratze (resumen de Cerquand 1986: 19).
Margarita no habría hecho más que seguir la corriente de las numerosas jóvenes zuberotarras que iban a Paris de criadas. Estas historias de raptos también reflexionan sobre las relaciones entre vecinos, sobre un tipo particular: las violaciones y los consecuentes nacimientos , casos que realmente han ocurrido y que serían bien conocidos. Pero existen relatos, aunque son mucho menos frecuentes, en los que una lamina o bruja rapta y causa la pérdida de hombres jóvenes (Arana 1996: 252).
VIII. EL FIN DE LOS JENTILES
En las relaciones entre seres míticos y seres humanos encontradas en las relatos hasta aquí citados, el reparto de victorias y derrotas parece bastante equilibrado: unas veces pierden los unos - el basajaun muerto - y otras los otros - la muchacha muerta. Pero en definitiva no es así. La historia de Roldán nos muestra que se tiende finalmente a la eliminación de las laminas, por los menos en los Pirineos. Infinidad de historias cuentan cómo fueron perdidos los jentiles, los mairus o las laminas. En Larraine una Salve Regina recitada por un cura desterró al basajaun; el mismo efecto tuvieron sobre las laminas de Eibar las armas de fuego; las de Laudio fueron ahuyentadas por las ermitas y rogativas; las de Arratia por el tranvía. También se dice que el fin de los jentiles sobrevino cuando apareció la primera nube.
Todo ello queda muy lejos, sobre todo la primera nube, y posteriormente se ha seguido teniendo noticia de la existencia de esos seres míticos. Y es que las historias que hablan de su fin no reflejan un acontecimiento histórico, sino que relatan un tema mítico recurrente. El final en cuestión anuncia además una posible parusía. En Bretaña decían que las lamias de la bahía de Saint-Malo se habían marchado en el siglo XIX, siglo impar, y que volverían en el XX; y cuando aparecieron las primeras veraneantes en coche y con pañuelos de seda, algunas personas de edad pensaron que serían las lamias que venían a ver si su país les seguía gustando (Sébillot 1968b: 111). El dragón de Azalegi, después de tragarse el pellejo de pólvora que le presentó el caballero de Altzai, se fue volando en llamas hasta el mar y desapareció, según la versión más común (Cerquand 1986: 94-97); salvo que una versión paralela afirma que renacerá en el agua y volverá, esta vez por vía subterránea, a su cueva de Azalegi.
Aunque no de manera tan explícita, se vislumbra algo parecido en la historia de los jentiles de Orozko. Vivían en la gruta de Jentil Zulo, en el barranco del mismo nombre; pero también se les sitúa en el castillo de la cima de Untzuetapiku, cuyas ruinas pueden verse todavía, así como las bolas de piedra, proyectiles de cañón. Cuenta que los jentiles jugaban con ellas a pelota, lanzándolas desde Untzuetapiku a Santa Marina, el monte que está enfrente (Barandiaran 1960: 113). También raptaban jóvenes y eso fue los que les perdió:
Los jentiles tenían atemorizado a todo Orozko y raptaban a las muchachas del lugar. Un día que la hija del caserío Olabarria fue a la zona de Axpuru a buscar las cabras, los jentiles la secuestraron, se la llevaron a Jentil Zulo (o al castillo de Untzuetapiku) y la encerraron con puertas de hierro. Los hermanos de la chica se acercaron a la puerta y pudieron hablar con ella: les dijo que a tal hora estarían todos dormidos y que volvieran entonces.
Los jóvenes fueron armados de palancas, rompieron la puerta y rescataron a su hermana. Algunos dicen que los jentiles estaban durmiendo la siesta al amparo del muro del castillo y que los hermanos, usando las palancas como layas, derribaron el muro sobre ellos y los dejaron sepultados. Así libraron a Orozko de los jentiles, que no volvieron a ser vistos.
Y a los salvadores, en recuerdo de su hazaña, como eran hijos de soltera y estaban «sin apellido», les concedieron el de Hierro-Palancos, que ahora llevan los habitantes del caserío Gorigitxi. Otros dicen que la joven de Olabarria quedó embarazada de los jentiles y que fue su hijo «sin padre» quien recibió el apellido de Hierro-Palancos (adaptado de Arana 1996: 254).
Como las historias de basajaun, las de los jentiles también tratan del problema de la violencia contra las mujeres, y parece que plantean adrede la cuestión de los hijos naturales, ya que por dos veces y de modo algo diferente, hacen mención de la falta de patronímico y de la forma de remediarla. Los jentiles del castillo usaban y abusaban de los campesinos hasta que algunos de estos, en el rol de héroes, se rebelaron y los vencieron. La acción, más que una modalidad de las relaciones entre vecinos, parece una lucha contra la tiranía y tiene visos de revolución. Esos raptos misteriosos realizados por seres del otro mundo recuerdan bastante a la opresión que en este mundo ejercen sobre sus subordinados quienes detentan el poder. Mito y política se encuentran.
IX. MITOS E IDEOLOGÍA
La cuestión es que, según los mitos, a pesar de haber sido eliminados hace tiempo, laminas y compañía continúan vivos. En Orozko, aunque se afirma que acabaron con los jentiles, también se dice que éstos se adentraron más profundamente en su cueva o que huyeron de la zona; lo quiere decir que podrían volver. Cuando los hermanos de la casa Olabarria los sepultaron bajo el muro del castillo, lo hicieron a la manera de los labradores con las layas, o como se cubre de tierra el grano sembrado, no para matarlo sino para que produzca una nueva planta (ver el capítulo «La muerte»). Los jentiles también podrían estar dispuestos a renacer de debajo de los escombros. A no ser que perduren a través de su hijo en el nuevo linaje por él fundado.
Como si los relatos insinuaran que aquellos malos señores están muertos pero quizás no para siempre. Y se puede entender, teniendo en cuenta que la imagen de los jentiles no es del todo negativa. Son seres a quien les gusta jugar, capaces de convertir las armas de guerra - bolas de cañón – en pelotas instrumento de diversión, y que viven sin trabajar, sesteando tranquilamente. Son opresores guapos, desocupados y ricos que connotan una edad de oro y una vida paradisíaca. No es de extrañar que se les añore y que no se les quiera destruir para siempre.
De ser así, se plantea la cuestión de la influencia que tienen los mitos y los símbolos en la aceptación de la opresión, es decir hasta qué punto pueden fomentar la alienación. En 1997 el mundo se conmocionó con la muerte de una princesa en accidente de circulación. Los príncipes, hasta que se demuestre lo contrario, pertenecen a la casta de los ricos y opresores que viven del trabajo de los demás. Y sin embargo, ¡cuántas lágrimas derramaron los pobres por aquella lady! El sociólogo Edgar Morin (Libération, 2-IX-1997) nos explicó el por qué: fascinados por vida de los habitantes del Olimpo moderno, proyectamos en ellos las aspiraciones que nos es imposible realizar: los alimentamos con nuestras aspiraciones y ellos nos alimentan con sus vidas. Todos estamos atrapados en las redes de esa ilusión. Y como la imaginación es terreno idóneo para estudiar las raíces profundas de las ideologías, Augé se pregunta (1979: 123-125) si todo lenguaje simbólico no es necesariamente político, y si el objetivo de la antropología no es el de poner en relieve las relaciones de poder, sus modalidades de acción y los mecanismos de estas modalidades. Siendo el poder al mismo tiempo simbólico e ideológico, los símbolos que tocan a la persona humana, como por ejemplo la cosmología y la cosmogonía, enseñan a cada individuo a reconocer su lugar y a aceptarlo; en este sentido la ideología está ya en el símbolo.
En el camino hacia la libertad son muchos los obstáculos que vienen de fuera, pero los más arduos de superar son seguramente los que se llevan dentro, y es posible que más difícil que conseguir la emancipación sea el hecho mismo de buscarla. Podemos ser tan ambivalentes como las laminas y aceptar los lazos de subordinación a la vez que cantamos himnos a la libertad.
ANUNTXI ARANA
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