La contradanza es un tipo de baile que fue seguramente el
más popular en toda Europa occidental a lo largo del siglo XVIII (Burford y
Daye s.f.).
Al parecer tuvo su origen en la Inglaterra del siglo XVII, bajo el nombre de
country dance, y se expandió por Francia en el siglo XVIII con el nombre de
contredanse, adquiriendo con rapidez una popularidad tal que dejó al hasta
entonces omnipresente minué arrinconado en la corte. Aunque no muy conocida en
Vasconia, de modo que hoy día a nadie se le ocurriría considerarla un baile
característico del País, podemos decir que su importancia en otro tiempo e
incluso su trascendencia a día de hoy justifican más que de sobra una entrada
sobre ella en una enciclopedia sobre el País Vasco.
Los primitivos modelos ingleses tenían esquemas circulares, cuadrados y en
fila, pero estos últimos fueron los que triunfaron en Francia y de allí se
expandieron por toda Europa. Una de las características fundamentales del
modelo de la contradanza es que, a diferencia de buena parte de los modelos
coreográficos anteriores, desde el minueto hasta la soka-dantza, la célula
coreográfica de la contradanza no es el individuo sino la pareja. En el
desplazamiento sobre el terreno, el asir y desasir de las parejas
y las distintas combinaciones entre ellas radica la gracia de este baile, sin
duda mucho más democrático y precursor en ese sentido del Nuevo Régimen que las
anteriormente citadas. Un tratado francés de mediados del XVIII, Le repertoire
des bals, ou Théorie pratique des contredanses, hablaba de la costumbre, identificada
con usos alemanes, del entrelazamiento de brazos, por lo que a veces se habla
de contradanzas alemanas para referirse a ellas, mientras el término
contradanza inglesa parece más bien referirse a las contradanzas en modelo
longway, cuya base coreográfica es la larga fila de parejas.
Por lo que respecta a la música, su velocidad era muy rápida, tenía ritmo
binario, utilizando tanto el compás de 2/4 como el de 6/8 en frases cuadradas
de ocho compases, no siendo infrecuente que comenzaran en la parte de arriba
del compás. Como puede apreciarse, esta estructura no presenta una gran
especificidad, de modo que no siempre es fácil identificar ni distinguir
musicalmente como género a la contradanza.
La contradanza en Iparralde: las kontra-iantzak
Parece claro que la contradanza empezó a ser popular en Vasconia en las primeras décadas del siglo XIX (Guilcher 1984:22). Bien por la mayor proximidad del modelo francés, bien porque aquí las polémicas y la presión del poder eclesiástico y civil en su contra no tuvieron un carácter tan fuerte como en los territorios del sur, lo cierto es que el éxito de estos bailes fue bastante mayor en Iparralde. En los repertorios de músicos populares de la importancia del violinista y clarinetista Faustin Bentaberri (1865-1936) y de su sobrino y también violinista Jean Otheguy Lanyaburu, muerto en 1956, eran, en efecto, muy numerosas las contradanzas. Según José Antonio Quijera, en efecto (2004:164-165), los bailes dominicales de esas zonas hasta la II Guerra Mundial seguían un orden preestablecido, según el cual tras los jauziak, se interpretaban por ese orden una polca, un chotis, una mazurca y un vals. Tras ellas, al menos cuatro kontra-iantzak (así denominadas en el dialecto local) diferentes. Una vez realizadas éstas, volvía a empezar el ciclo con una nueva polca.
Según Miguel Ángel Sagaseta (1977:131) con datos referidos a Valcarlos, en la segunda mitad del siglo XX fue decayendo su uso hasta casi su extinción. Quizás fue este propio hecho el que hizo que varios jóvenes de la localidad se interesaran en la recuperación de un repertorio que unas décadas antes hubiera sido calificado de extranjero y extraño a las tradiciones vascas. El hecho es que, bajo la supervisión de una persona mayor del pueblo, Perico Echeverri, se realizó el aprendizaje de las kontra-iantzak, que desde entonces se interpretan todos los años en la fiesta de Bolantes después de los jauziak. Según este autor, sin embargo (ibid.), al menos en la época en que escribió su libro, persistía la costumbre de que los bolantes se colocaran para bailar las contradanzas una blusa negra por encima, para dejar de manifiesto que es "un baile semi-extranjero, y dejar bien claro que los Jauzis y las contradanzas son cosas muy distintas."
El éxito de estos bailes ha traspasado claramente las barreras locales,
siendo hoy día una de las danzas más corrientes en el repertorio de los grupos
de danza vascos. En ello ha pesado sin duda la tradicional coyuntura de estos
grupos, que han dispuesto siempre de mucho mayor disposición de chicas que de
chicos que quieren ser dantzaris y se han enfrentado sin embargo a un
repertorio mucho menos nutrido e interesante de danzas femeninas o mixtas que
masculinas.
A nivel musical, estas contradanzas se encargan también de nutrir el
repertorio de martxak (ibid.: 23-24), lo que, según Quijera (2004:194), ocurrió
con casi todas las marchas militares de época napoleónica. Guilcher, por otra
parte (1984: 185-190), reconoce incluso por el nombre varias contradanzas, como
Les Dragons o L'assaut, a cuyo son se bailan hoy en día bailes tan conocidos
como Godalet-dantza o el jauzi Eskualdunak entre otros. En libro de Miguel Ángel
Sagaseta (1977:135-137) pueden encontrarse las partituras de las contradanzas
que se interpretan actualmente en Valcarlos (incluyendo la polka-pik, que
usualmente se cuenta entre ellas), y en el de Quijera (2004:165-167) la
descripción de algunas de las evoluciones más frecuentes en la contradanza.
La contradanza en Hegoalde y sus problemas
Es más que evidente, por otro lado, que la contradanza cruzó los Pirineos en
fecha no muy posterior a su recepción en Iparralde, tropezándose pronto con una
doble inquina: una de tipo moralizante, el contacto físico entre personas de
distinto género, que fue perseguido por la autoridad eclesiástica pero también
civil; y por otro lado, y sin dejar de tener su relación con ésta, su carácter
de danza extranjera y opuesta a la tradición española y vasca. Un tercer
factor, a menudo desdeñado en la búsqueda de interpretaciones más
trascendentes, alude fundamentalmente a la propia estética del baile, y muy
especialmente cuando se realizaba al final de la soka-dantza, ya que su
carácter diríamos dionisíaco rompía con el ideal de baile sereno, exponente de
cohesión social jerarquizada y control del cuerpo tan grato tanto para Iztueta
como para prácticamente todos los autores, que no fueron pocos, que trataron el
asunto. Es claro que estos tres factores son, de alguna manera, distintas
miradas sobre uno sólo: en la mentalidad de Iztueta, Larramendi y otros, la
contradanza es un baile extranjero e inmoral que no debía por ello contaminar
las desde Antaño honestas danzas vascas.
Un vizcaíno de Dima, Juan Antonio de Iza y Zamácola, bajo el seudónimo de
Don Preciso, publicó en Madrid en 1796 una obrita que bajo el título de Elementos
de la ciencia contradanzaria ridiculizaba los "currutacos, pirracas y
madamitas de nuevo cuño" que olvidando sus tradiciones se adherían a
cualquier novedad extranjera. En varias ocasiones se describe a la contradanza
como una mera sucesión de gritos, triscos y alborotos. Mucho más mordaz serán
otras opiniones del mismo autor que aparecen insertadas en el célebre libro de
Iztueta. Véase por ejemplo ésta:
"El nombre mismo de contradanza está diciendo que es un baile contrario
a las antiguas danzas, pero tan innoble y ridículo, que, si un oriental viese
por primera vez bailar una contradanza europea, no podría contener la risa,
pensando que se habían vuelto todos locos, al verlos mover a un tiempo y a
compás como monos de máquina, y especialmente al oír los desaforados gritos y
chillidos con que se desgañita el pobre músico para advertir a los
contradanzantes la figura que deben ejecutar." (1824: 134)
Hecho con el que parece que se parece indicar la costumbre, también citada
por Larramendi, de que fuera el músico el que a la vez que tocaba -obviamente
no un aerófono- marcaba los pasos del baile. Esta costumbre también ha sido
citada por Miguel Ángel Sagaseta (1977:151) referida a músicos como Faustin o
Lanyaburu.
Este hecho de ir contra la danza hace que en ocasiones Iztueta la traduzca
al vascuence como oker-dantza, recalcando su sentido de "danza
torcida". Es más, momento hay en el que llega a decir refiriéndose a su
tradicional objeto de ira, los tamborileros de su época y su peculiar afición a
las melodías extranjeras que:
"Al ir a dar la alborada, se presentarán en silencio en la puerta de la
casa: donde empezarán un minué de Inglaterra, y terminarán con un vals de
Francia. Éstos y las melodías de contradanza de los turcos son las que traen
los tamborileros de ahora". (1824: 110).
Sin embargo, el caso de la contradanza es quizás uno de los que se muestran
con mayor claridad las contradicciones internas en que incurre Iztueta. Es
decir, las mismas melodías son, por un lado, llegadas hasta nuestros días
claras y limpias a través de miles de años, y por otro ofensivas y
fétidas (p. 112). Parece que esto depende sólo del nombre. Cuando les
llama contradanza pertenecen al primer grupo, y cuando las identifica
como oker-dantza al segundo. Y es que , en boca de Iztueta, los
jóvenes caballeros que habían aprendido la contradanza en los seminarios
-refiriéndose sin duda al de Vergara- "las han
introducido en la brokel-dantza
con completa adecuación y muy pulcramente" (p. 218). Lo que muy
probablemente es el testimonio más esclarecedor de las reformas que se
realizaron en ese momento sobre las danzas guipuzcoanas.
La contradanza, el arin-arin y la biribilketa
Como hemos dicho ya, el momento en el que se centraron la mayor parte de las
intensísimas polémicas sobre la moralidad de la danza vasca (por ejemplo
Bidador 2005) es la parte final de la soka-dantza, la que Wilhelm von Humboldt,
en su diario (1923:207) describía como toda clase de chocarrerías, brincos,
movimientos indecorosos, pero a los cuales les falta toda sensualidad de
estímulo. Hoy día estamos acostumbrados a que este final, parte festiva en que
desaparece cualquier cuestión de protocolo, lo constituya el ciclo fandango-
arin-arin - biribilketa, pero las fuentes de la época citan, salvo para el
fandango, diversos nombres, y sus descripciones son muy imprecisas. Larramendi
(1882:272), por ejemplo, les llamó fugas apresuradas. En otras fuentes
-frecuentemente listas de prohibiciones- arrebato de jigas, el son llamado
tafetan o el toque llamado tapatan, alboca o unzurrunzanquetan. Por fin Iztueta
(1824:168), en determinado momento le llama arin-arinca, y Fray Bartolomé de
Santa Teresa (1816:137) arin aringa, aunque no estamos muy seguros de que lo
utilizara para nombrar al baile. Pero Humboldt, en su citado diario (1923:207),
mencionaba que al acabar la soka-dantza se bailaba, después del fandango, una
especie de contradanza inglesa, lo que parece indicar un compás de 6/8.
En este sentido, Iztueta comienza su libro renombrando a su manera los
géneros más usuales del momento (p. 48) y define dos tipos de contradantzak en
función de su compás: al igual que ocurre con su original, parece que en
Vasconia, o al menos en su parte meridional se bailaban en época de Iztueta
contradanzas en 6/8 -a las que es el único autor que llama saltarintxoak- y en
2/4, a las que llama -y a quí la conexión con nuestro legado tradicional es
mucho más clara- bizkai soñuak "melodías vizcaínas", ya que (p. 230)
este tipo de baile es peculiar de los vizcaínos, que acostumbran hacerlo a la
manera del fandango en contradanzas de dos por cuatro. El ejemplo que aparece
en su cuaderno de melodías no deja dudas para identificarlo con el arin-arin.
Y es que, en efecto, las diferencias musicales -que no coreográficas- entre
la contradanza en 2/4, que en el siglo XIX acaba asumiendo en general el
llamado "ritmo de reel" (Burford y Daye s.f.) y lo que hoy conocemos
como arin-arin son
mínimas, especialmente si recordamos el fraseo cuadrado de ambas y la continua
aceleración que ha sufrido, a la vez que el fandango, nuestro arin-arin.
Los cuadernos de partituras de tamborileros más antiguos proceden de finales
del siglo XIX, y en ellos no encontramos los hoy en día tan habituales términos
arin-arin, porrusalda, ni tampoco los de biribilketa, kalejira o pasacalles,
pero sí, y a demás de forma abundante, contradanzas tanto en 2/4 como en 6/8.
En palabras de Iztueta (1824:142) a aquellos músicos no les gustaba el nombre
de tamborilero sino otros como primer silbo, segundo, músico mayor y de ese
tipo, y preferían los nombres en castellano y los usos de la música erudita.
Que esto ocurriera también con el repertorio y por tanto prefirieran el término
contradanza es de entender entonces, especialmente si tenemos en cuenta que
este baile no tenía, al parecer, una denominación muy clara. Veamos este
ejemplo, tomado de uno de los cuadernos de tamborileros del siglo XIX (Ansorena
Miner 1990:4446). Las semicorcheas son abundantes, sugiriendo que el tempo
debía ser más lento que el habitual en nuestros días.
Menos difusa aún es la frontera entre la contradanza en 6/8 y lo que hoy
llamamos biribilketa,
ya que ambas se basan en frases cuadradas en compás de 6/8. En este caso
tampoco hay que olvidar su gran parecido con otro género de procedencia
británica, en este caso más antiguo: el jig, tan habitual en la música barroca
con el nombre de gigue o giga (denominación que, recordemos, ha sido recogida
en la época), que también tenía ritmo binario con subdivisión ternaria. Esto
aún complica más el tema, o al menos justifica la pluralidad de denominaciones.
Mucho más claro que cómo era musicalmente ese final de la contradanza es por
tanto el cambio de denominación que sufrieron los géneros musicales que en ella
se interpretaron. La revista Txistulari, órgano de la Asociación de
Txistularis del País Vasco, ha publicado tres repertorios de finales del siglo
XIX y comienzos del XX. El primero es el de Fernando Ansorena Izagirre, y tiene
la fecha de 1885 (Ansorena Miner 1996): en ese repertorio aparecen un total de
seiscientas treinta piezas. De ellas, cuarenta y dos son contradanzas escritas
en 2/4, lo que supone el 6,7% del repertorio total. A ellas, además, podemos añadir
otras cuatro piezas que aparecen bajo el nombre indeterminado de danza, pero
con el mismo compás de 2/4 y las mismas características. Atendiendo a su
número, ocupan el quinto puesto (o el cuarto, si les añadimos las danzas) entre
los géneros, tras valses y habaneras -los más abundantes con diferencia-,
zortzikos en 6/8 y contrapases. El número de contradanzas en 6/8 es de treinta
y ocho, un 6 % del repertorio total, que le hace ocupar respecto a su número en
el siguiente lugar, el sexto, de la lista.
En los otros dos cuadernos (Ansorena Miner 1990; Apezetxea Aguirre 1991),
más tardíos, en general el porcentajes es del 12,4 (más del 15 si incluimos
cinco danzas similares a las anteriores), siendo el cuarto género en cuanto a
número, tras los zortzikos en 5/8, valses y habaneras. Las contradanzas en 6/8
ocupan de nuevo el siguiente puesto, el quinto, con un porcentaje del 8,3.
La diferencia con las seis mil primeras páginas de la segunda época de la
revista Txistulari, aparecidas entre 1955 y 1998 (Agirregomezkorta y Vesga
1998), por contra, es más que evidente., y sería ceguera pensar que en este
cambio de denominación no tuviera su peso el resurgir del sentimiento
identitario vasco y la valoración que en él se hace del vascuence. Mientras
apenas aparecen una veintena de contradanzas, casi todas en 2/4, y que suponen
apenas un 0,9 % del total, sin tener en cuenta las que se incluyen en suites,
rapsodias u otras obras más largas, encontramos doscientas treinta y ocho
biribilketas, que suponen más de un 10% del total del repertorio, siendo el
género más abundante del momento. Por otro lado, el número de piezas con la
denominación de arin-arin, incluidas las porrusaldas es de ciento sesenta y
dos, es decir, un 7 % del total, ocupando el cuarto lugar entre los géneros por
su número, detrás de biribilketas, zortzikos y fandangos.
Ocaso y actualidad de la contradanza
En cualquier caso, la importancia de la contradanza en Hegoalde no puede
quedar reducida a las polémicas sobre las danzas y al libro de Iztueta. Está
claro, por ejemplo, que buena parte de las melodías de la brokel-dantza
guipuzcoana, y en particular los jokuak o jokoak donde se utiliza herramienta,
lo constituyen contradanzas en 6/8 ó 2/4. Más clara es la creación de
contradanzas -probablemente también con elementos coreográficos propios de la
misma- en el ambiente burgués urbano del siglo XIX. Desprovistas con seguridad
de cualquier elemento que pudiera parecer inmoral tanto al poder como a la
propia burguesía para la que fueron creadas, son especialmente interesantes las
creadas para las comparsas de Carnaval de San Sebastián, creadas por músicos de
la talla de Pedro Albéniz,
José Juan Santesteban,
o Raimundo Sarriegui.
Más detalles sobre el particular pueden verse en el extenso artículo de J. A.
Quijera (2004).
En cualquier caso, y vista la plena inserción de la contradanza musical en
los parámetros de la música erudita, con compases tan comunes como el 2/4 y el
6/8 y fraseo cuadrado, difícil es asegurar la procedencia de determinadas
melodías. A las similitudes con la giga hay que sumar otra bastante menos
conocida, la del rigodón, otra danza muy popular en los siglos XVII y XVIII y
que, aunque se escribía mayoritariamente en compás binario alla breve, tenía
también variantes en 6/8 (Little s.f.). Uno de los casos más probables de
contradanza, con todo, en buena parte por encontrarse la misma melodía en buena
parte de Europa occidental, y muy especialmente en Occitania, es la
conocidísima melodía en 6/8 que en Vasconia se conoce sobre todo por dos
canciones populares: el navideño Olentzero, buru handia... y el muchísimo más
conocido himno sanferminero Uno de enero, dos de febrero...
Si la influencia musical del género ha sido considerable -aunque difícil de
calibrar por los motivos que acabamos de exponer- el modelo coreográfico basado
en el asir y desasir de las parejas y las distintas combinaciones entre ellas
fue superado por nuevos bailes en las que la autonomía de la pareja era ya
prácticamente total, como el vals, la habanera, la polca, la mazurca o el
chotis, entre otros. Desde el primer cuarto del siglo XIX, en efecto, estos
bailes fueron sustituyendo primero de los salones burgueses y aristocráticos, y
más tarde de las plazas populares, a la contradanza. Por lo que respecta a
Vasconia, podemos decir que en este momento este tipo de coreografías se
limitan a Iparralde, y no sería exagerado decir que a la localidad de Valcarlos, una de las que
ha conservado mejor lo que sin duda son joyas de la danza y música tradicional
vascas. Con todo, su importancia histórica en el País es incuestionable.
R.S.Ekiza
2010
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