Gernika en cuarentena
Por Federico Ratti.
Hoy se cumple un nuevo aniversario del bombardeo a Gernika. Son 83 años de aquel fatídico 26 de abril de 1937. La memoria, siempre viva, se las ingenia cada año para evocar de manera distinta aquel recuerdo que nos permite seguir construyendo nuestro futuro como comunidad. Cierto es que la forma en la que aquel pasado se nos hace presente depende de las vivencias de quienes somos interpelados por el mismo, aquellos que, en última instancia, resignificamos el sentido de cada hecho histórico desde su propia experiencia.
De igual manera sucede con el arte en la medida en que cada percepción que se tiene de una obra está atravesada por las circunstancias de quien percibe. No es lo mismo observar el Gernika de Picasso o el Gure Airaren Etxea (La casa del padre) de Eduardo Chillida en un momento que en otro porque nuestro alrededor también transforma la interpretación que se le otorga a la obra. En relación al cuadro de Picasso, las figuras que lo componen exclaman gritos que nos suenan distintos cada vez que los escuchamos, y ofrecen imágenes cuyos significados nos revelan nuevas lecturas ante cada nueva apreciación. Con referencia a la escultura de Chillida, sus símbolos también están cargados de sentidos que van modificándose con el paso del tiempo. Así, se ve cómo cada nueva percepción de las obras nos invita a seguir pensando nuestra realidad como comunidad.
Este año la particularidad se centra en que esta conmemoración ocurre en tiempos de una pandemia a escala mundial. La cuarentena que estamos cumpliendo puede ser un buen motivo para acercarnos al arte. Inmersos en una sociedad que sobreexcita nuestros sentidos a través del entretenimiento y las noticias, tal vez el arte sea una vía de escape a esta vorágine, una necesaria pausa que nos permita dialogar con nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras certezas.
Es preciso detenernos un ratito y sentarnos a observar qué tienen las obras de arte para decirnos hoy.
Dice Herman Hesse sobre los árboles que “En sus ramas más altas susurra el mundo y sus raíces descansan en lo infinito; pero no se abandonan ahí, luchan con toda su fuerza vital por una única cosa: cumplir con ellos mismos según sus propias leyes, desarrollando su propia forma, representándose a sí mismos. Nada es más sagrado, nada es más ejemplar que un árbol fuerte y hermoso (…) en sus anillos anuales y en sus cicatrices están descritos con exactitud toda lucha, todo sufrimiento, toda enfermedad, toda fortuna, toda recompensa. Años flacos y años abundantes, agresiones soportadas y tormentas sobrevividas. Y cualquier hijo de campesino sabe que la madera más dura y noble es la que tiene los anillos más estrechos, y que arriba en la montaña, en constante peligro, crecen las ramas más inquebrantables, las más fuertes y ejemplares.
EUSKAL DANTZA TAILERRA. |
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