KAPUSAI
Prenda de vestir
tradicional, especie de anguarina, capuchón o capisayo. «Muy curiosos son los
cuatro altorrelieves policromados del año 1600 esculpidos en madera por
Jerónimo de Larrea y Goizueta, existentes en el Archivo de Guipúzcoa en Tolosa
y que dieron lugar a fantásticas interpretaciones y caprichosos comentarios que
no han sido desvanecidos fundadamente hasta nuestros días. En ellos aparecen
guerreros enemigos con broquel al brazo y casco en la cabeza, mientras que los
nuestros se visten con kapusai y una espece de boina, que es idéntica a la
actual y hasta aparece pintada de rojo, como la que usan nuestros miqueletes.
Baltasar de Echave asienta en 1607 que los primitivos pobladores de la Península hacían de lana
sus trajes consistentes en un sayo llamado kapusaia, general en su tiempo por
las caserías de nuestras montañas de donde procede el capisayo o capote
vizcaíno comúnmente hecho de pelo de cabra «el cual traje fue muy celebrado por
los cronistas de cosas antiguas de España, pues según ellos fue universal a
toda ella... ».
En el siglo XVIII
se conservaban los capisayos o charteses con capilla, mangas anchas y cortas,
usados en los montes para días lluviosos, pero se había ya desterrado entre la
gente de los pueblos, sin que se hubieran jamás empleado entre mujeres (según
el Padre Larramendi). Labayru anota que los antiguos montañeses usaban kapusai,
especie de dalmática burda con cogulla o capucha. Gorosábel dice que desde
época remota se estilaba entre las gentes labradoras el kapusai de barragán
negro o azulado oscuro, muy recio, abierto por ambos costados con ciertas
mangas abiertas, que tan solamente servían para el resguardo de la lluvia, y no
para el frío. El kapusai era vestidura corta a manera de capotillo abierto, que
sirve de capa y de sayo, y que venía a constituir una especie de dalmática y
con sobremangas y capuchón de confección gruesa e impermeable, que se ponían
para abrigo los hombres y apropiada al clima frío y húmedo de las alturas, así
como la abarca rústica, calzado hecho de piel de vacuno que cubre la planta y
los dedos y se sujeta con correas sobre el empeine y el tobillo, colocado sobre
la txapiñua o mantarras, tira de cuero o de tejido burdo de lana que ciñe la
pierna hasta la rodilla.
Podemos figurarnos
uno de nuestros antiguos eukaldunes -observa Ladislao de Velasco en 1879-
cubierta la cabeza con sombrero de anchas alas generalmente caídas hacia abajo,
y que levantaban en determinadas y solemnes ocasiones, o con la cabeza
descubierta y el pelo largo por detrás, resguardada a veces por la capucha del
txartes o kapusai, que la cubre y abriga; ceñidas las piernas con la txapiñua o
mantarras, calzado con las abarcas y llevando en la mano el makilla, palo
endurecido al fuego.
En el museo
municipal de San Sebastián puede verse un kapusai o capote de color pardo,
tejido de pelo de cabra, procedente del monte Aralar, por la parte de
Guipúzcoa, en Ataun. Se compone de dos partes mayores, anterior y posterior,
que cubren cayendo por el pecho y espalda, y de otras dos partes menores que
por los hombros caen sobre las mangas, llevando una capucha cosida en la
abertura por donde se introduce la cabeza. Las dos partes anterior y posterior
se pueden atar por los costados con unas cuerdecitas y el conjunto está formado
por ocho piezas cosidas entre sí. Solía haberlos también de color gris y en
algunos parajes, como en Arrarás, valle de Basaburua Mayor, Navarra, se usaban
hasta hace pocos años los de color pardo para acudir a actos y ceremonias de
funeral. Entre otros pueblos, el de Anzuola, en Gipúzcoa, se distinguió por su
industria de kapagiñak, marragueros.
«¡Cuántas veces
-escribía Agustín Chaho en 1830- he visto durante el invierno en lo alto de las
colinas tapizadas de nieve aparecer un euskaldún montañés cubierto de su
kapusai o eskapila (dalmática oscura que parece haber servido de modelo al
vestuario de ciertas comunidades religiosas), semejante a negro fantasma, e
inclinar gravemente su cabeza y orejas envueltas en capuchón triangular y
puntiagudo de alas caídas, sin dejar ver más que la nariz aguileña, sus ojos
brillantes y la barba poblada! ¡Siempre quedé admirado del aspecto austero del
montañés y de su imponente portante! ¡El corte de su capisayo presentaba algo
de monumental!» Ref. Anguiozar, M. de: En el Pirineo Vasco.
Ekin, 14.
Fuente: http://www.euskomedia.org/aunamendi/54308
0 comentarios:
Publicar un comentario