ÁRBOLES SAGRADOS EN EUSKAL HERRIA
El culto a los árboles
(dendolatría) ha sido habitual en las zonas boscosas de Europa y especialmente
en el País Vasco donde persisten todavía algunas creencias y prácticas rituales
relacionadas con la floresta. De ahí, surge la idea del árbol sagrado - también
llamado "santo" o "monumental"- como un símbolo
político-religioso.
La existencia de árboles sagrados en el Pirineo
Occidental guarda relación con la abundancia de bosques y la importancia de
éstos en la economía local. El valor místico de estas especies vegetales, que
son bienes de uso y consumo -y por tanto, están sujetos a intercambio-, tiene
que ver así mismo con el sistema de comunicación tradicional de los pueblos
pirenaicos, donde los árboles y los bosques han tenido siempre un status
cultural elevado. Dicho de otra forma, los bosques en general y los árboles en
particular no son únicamente recursos económicos o bienes de uso cotidiano,
sino que resultan también -parafraseando a Levi Strauss- "buenos para
pensar". Este es el sentido que podemos dar al conjunto de creencias,
rituales, costumbres, objetos y lugares sagrados relacionados con este tema.
Divinidades arbóreas
En la parte franco pirenaica, se han registrado varias dedicaciones al dios Fagus (haya), en forma de altares con representaciones de árboles. Es el caso de la Croix de l'Oraison, en Saint Bertrand de Comminges. Otro interesante testimonio epigráfico de la época romana es Sexs arbori deo (el Dios de los Seis Arboles) (Marco Simón, 2007-2008:1023-1025).
Caro Baroja (1989) establece también una posible
relación entre el dios Marte (Marti Arixoni) -o el dios Arixo (deus
Arixon)- y el roble (Aritza). En estos casos, la epigrafía nos remite a la
época romana. Sin embargo, hay otros cultos relacionados con divinidades
arbóreas que podrían ser anteriores, como el árbol de Faído, una pintura de un
árbol aparecida en unas cuevas artificiales del sur de Alava (op.cit.:341-343).
Para los vascos, el roble (aritz o aretx)
ha sido un árbol sagrado (algo así como la versión local del arbol vitae).
Cuenta una leyenda que Iñigo
Arista, el primer rey de Navarra, lleva este apodo en alusión al roble
(Aritza) (ib.:344-345).
La fuerza simbólica que tiene el roble en el País
Vasco, parece conectar con creencias religiosas anteriores al cristianismo. De
ellas se nutren también algunos mitos y leyendas asociados a los bosques del
Pirineo Occidental. Es el caso del Basajaun. En algunos
lugares, como el valle de Goñi, el viejo roble que crece en el interior de la
selva, se ha considerado la representación de esa divinidad (Perales Díaz,
2011: 10). No cabe duda de que este personaje mitológico que aparece
representado con cuerpo velloso, largas barbas y fuerza extraordinaria, fue en
la antigüedad una divinidad o numen secundario de los bosques (Caro,1989: 347).
Toda esta mitología tradicional
sobre árboles y bosques, con sus espíritus y viejas divinidades, guarda una
clara sintonía con algunas creencias mágicas recogidas por etnógrafos y
folkloristas del pasado siglo, como Barandiarán (2007) y Resurrección María de Azcue
(1989).
Creencias mágicas y leyendas
Antiguamente, en algunas zonas de Bizkaia se
creía por ejemplo que los árboles iban a los caseríos por su propia voluntad
para que los quemaran. Según dice Caro Baroja citando a
Barandiarán, aquello se acabó el día en que una mujer se enredó con las ramas
de ellos en el portal de su mansión. Dijo con rabia: "Etorriko ez bali
obea leiko"("Sería mejor que no viniesen"). Desde entonces
es el hombre el que debe ir al monte a cortarlos (Caro, 1989:343).
El registro etnográfico del País Vasco ofrece
también numerosas creencias mágicas, como las recogidas por Azkue en San Juan
de Pie de Puertot. "Cuando se vende algún bosque, éste se encoleriza tanto
que siempre suele caer algún árbol que aplaste a uno o a otro de los hombres
que por él pasan. También está documentada, la costumbre - recogida en
distintas partes de Europa- de pedir perdón al árbol que se va a cortar. (ib.:
343). Asimismo, en el valle de Aezkoa era habitual que el padre de familia
cortase un roble cuando nacía un hijo. De este modo, al cumplir el vástago los
veinte años, el árbol estaría lo suficientemente seco y podría emplearse el
tronco y la madera en la construcción de una nueva casa" (Perales Díaz,
2006:51).
La dendolatría, o el culto a los árboles, ha
dejado también un poso importante en la toponimia. En Euskal herria, hay zonas,
donde la palabra "aritz" (roble) designa indistintamente al bosque en
su conjunto, y en otras a la especie arbórea "roble", en particular
(Caro Baroja, 1989:). En la montaña de Navarra encontramos entre otros Aritzelatz
(majada del roble), Arizbakotx (roble solitario), Arizdigorri
(robledal rojo), Arizgain (alto del roble), Arizgaña (alto
del robledal), Arizmeaka (paso de los robles), Ariztia (el
robledal) y Ariztokia (lugar de robles) (Belasco, 2000). Algunos de
estos topónimos guardan relación con cuentos y leyendas populares, que a
veces aparecen recogidas en obras literarias de corte romántico.
Es el caso del tamborilero de
Erraondo, de Arturo Campión.
La historia, resumida, cuenta el caso de Pedro Fermín, el hijo del tchuntchunero
Martín Izko, quien por no ir a la guerra carlista, abandona el solar paterno y
se marcha a trabajar a Buenos Aires. Al volver al señorío, tras medio siglo en
el nuevo mundo, el tamborilero encuentra todo muy cambiado y llora su nostalgia
tocando el instrumento debajo de un viejo roble solitario.
Además de los ya citados, en Euskal herría
aparecen también numerosos topónimos relacionados con el haya (fago) y
con la encina (arte). En el primero de los casos encontramos por
ejemplo Fagoaga, Paguaga, Fagodi, Pagogaña (Caro,1989:341). En Navarra,
aparecen también Pagadi (hayedo), Pagadiandieta (lugar del
hayedo grande), Pagalleta o Pagolleta (hayedo redondo, o
grupo de hayas), Pagamendi (monte de hayas) y Paogeta (lugar
de hayas) (Belasco, 2000:320-321).
Algunos de estos lugares tienen prendidas
leyendas. Este sería el caso de Pagomari (el haya de Maria), en la
sierra de Aralar. En varios pueblos de Sakana se cuenta que una chica de Iribas
y un joven de Lakuntza, solían juntarse en el raso de Intzazelai, debajo de un
haya gigantesco que destacaba sobre los demás. Un día ambos murieron a causa de
una nevada, y aparecieron cogidos de la mano debajo del gigantesco haya"
(Perales Díaz, 2007: 13). Además de ser un hito visual, este árbol gigantesco
hoy desaparecido -en el momento del cuento, se decía que tenía 400 años-
cumplía una función de testigo, o quizás también de "lugar de encuentro en
las alturas".
Árboles festivos y terminales
Como queda reflejado en la película Tasio de Montxo Armendáriz, en
algunos pueblos de Tierra Estella, el baile se celebraba antaño debajo de un
enorme castaño o de un roble. En Legarda (Navarra), junto al pórtico de la
iglesia de la Asunción,
donde antaño estaba el cementerio, hay un árbol y un pequeño banco-mirador de
piedra en el cual se reúnen todavía los vecinos al abrigo del cierzo. Y en el
casco urbano de Buñuel, se conserva todavía un pino monumental que se adorna
por Navidad y que se engalana durante las fiestas patronales. Cualquiera de los
ejemplos citados, servirían para ilustrar la función general que cumple el gran
árbol, un ejemplar copudo y añoso, como lugar de encuentro cotidiano y también
como símbolo festivo.
También era frecuente en otro tiempo la
utilización del árbol como hito o límite. Este podría ser el caso de los
llamados árboles terminales, que señalan el fin o el comienzo de un territorio
o el final del casco urbano de un pueblo. En muchos casos, hay cruces que
sustituyen antiguos hitos arbóreos. Cabe destacar asimismo el uso delimitador
del territorio que tenían en el medievo algunos robles vizcaínos (como el de
Arechabalaga, el árbol
Malato de Luiando, etc...)
Estrechamente ligado a este rol de hito o de
límite, y también al carácter mágico-religioso expresado atrás, asoma por
último el significado jurídico-político que han tenido algunos árboles en el
País Vasco. Es el caso, entre otros, del roble de Guernika. Como señala Caro
Baroja (op.cit.:355), "las juntas generales del Señorío de Vizcaya
se realizaban a la sombra de un roble. Pero también las del Duranguesado se
llevaban a cabo a la sombra de otro: el de Guerediaga".
El árbol como un símbolo político
En concreto, "las primeras armas del señorío de Vizcaya fueron un árbol verde en campo de plata, y éste era el de Gernika", señala Caro (ib.: 365). Situado delante de la casa de juntas de esta localidad, este árbol constituye sin duda un símbolo superior en la vida de la colectividad. "Sólo después de jurar "so el árbol", se es señor; sólo legislando "so el árbol" se hace ley; sólo convocado so el árbol" un hombre puede ser acusado y condenado o absuelto de modo legal. Se trata de la transmisión del poder en una sociedad compuesta de linajes y dividida en bandos. En definitiva, -concluye Caro (íb.:360)- del modo en que esa sociedad legisla, y, en último término, de cómo aplicaba la ley o las leyes".La importancia del roble como símbolo político resulta particularmente significativa en el País Vasco, pero no es exclusiva de esta cultura. Existen antecedentes y paralelismos en otras comunidades del pasado y del presente, en las que aparecen también árboles sagrados con usos parecidos. Por ejemplo, entre los aequos , pueblo coetáneo de los romanos, o entre los "Pinon" de Auvernia (s. XVIII). Estos últimos elegían al jefe de la maison de village, bajo un gran roble secular (íb.: 387). Sin embargo, en pocos lugares ha estado este símbolo tan activo políticamente, ni se ha mantenido y recreado como en el País Vasco. En la época medieval, el roble de Gernika simbolizaba las libertades de los vizcaínos frente a sus señores. A mediados del siglo XIX, los versos de Iparragirre, imbuidos por el ideario carlista, hablan ya del roble de Gernika como "un árbol santo, plantado por Dios hace mil años y bendecido por todos los vascos". Nada que ver con el cuadro de Picasso, que bajo el mismo título -y ya sin relación directa con el árbol- representa el horror de la guerra civil.
Bibliografía
José Antonio Perales Díaz
2011
2011
Excelente !!!
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