domingo, 20 de abril de 2014

...BAILAMOS COMO AYER?



La academización del baile tradicional en Euskal Herria

 30. hamarkada Tudelan erromerian baltseoan.

Los que nos dedicamos a la enseñanza de la danza tradicional en algún momento hemos tenido que responder a esta pregunta: ¿qué enseñamos a nuestros alumnos?, ¿qué modelo seguimos? Esto presupone asumir que existen modelos diferentes para bailar la danza tradicional, como fruto de diferentes procesos que se han dado a lo largo de la historia.

Estos apuntes para el debate se realizan sobre el tema de la danza tradicional de plaza, también llamada danza social. Sobre el folklore llevado a escena habría mucho que decir y Juan Antonio Urbeltz ha hecho un interesante análisis al respecto en su artículo “Argia como memoria”.(ver: http://www.dantzan.com/edukiak/argia-como-memoria)


No vivimos como hace 100 años. No bailamos como hace 100 años

Ni como hace 50. Entendiendo como objeto de este análisis y propuesta el baile tradicional: aquel que se ejecuta de una forma lúdica como forma de relación entre los integrantes de una sociedad y que se transmite de generación en generación, la afirmación de que no bailamos como hace 50 años se hace más real si cabe.

Porque la danza tradicional no es un fenómeno aislado, tiene una estrecha relación con la sociedad de la que surge, evoluciona en la medida en que la sociedad que la trasmite lo hace. Pero también está relacionada con otros fenómenos paralelos: artes escénicas, otros tipos de danza... incluso las características estéticas y coreográficas de las danzas preeminentes en la zona pueden marcar estilo en los bailes que se ejecuten de modo lúdico en las plazas.

Uno de los procesos que a nivel internacional ha influido de forma decisiva en la danza tradicional es la academización de ésta, academización que ha tenido diferentes fases, dependiendo del ámbito cultural. ¿Qué entendemos en este artículo por academización de la danza?: sería la aplicación de ciertas normas clásicas de la danza (de origen diferente según la época) a la danza tradicional: diferentes estructuras, estilos y formas de ejecución.


Como decimos, este fenómeno ha influenciado la danza tradicional desde la jota mallorquina a la escuela guipuzcoana, desde las danzas escocesas a los puntüak souletinos... no es exclusivo de nuestras danzas. También tenemos que decir que nuestras danzas han tenido sin duda diferentes procesos de academización: la influencia de las danzas de corte del XVII-XVIII, del ballet en el XIX, El manierismo estético de principios y mediados del XX... Nosotros vamos a tratar especialmente de este último proceso que se ha dado en nuestras danzas, y que todavía pervive en gran medida en los modelos de danza que utilizamos. Porque ese es el problema de fondo: cuál es el modelo de danza que queremos perpetuar.

La academización de la danza no es un proceso negativo en sí mismo. Es un proceso natural de mestizaje, de comunicación entre fenómenos sociales y culturales. A veces tremendamente enriquecedor, cuando se mantiene dentro de los parámetros de danza tradicional, cuando se asume por la sociedad de una forma natural y se transmite de generación en generación, como, sobre todo en los casos de muchas danzas de Guipúzcoa y Zuberoa. Pero esto no siempre ocurre.


De la plaza al escenario, y del escenario a la plaza

El nacimiento de los grupos de danza conlleva la aparición del escenario como factor determinante en el folklore. Hay muchos artículos de referencia sobre la aparición de los primeros grupos de danza en Euskal Herria, y no vamos a profundizar en el tema. Lo realmente importante es el cambio de perspectiva que se produce en torno al folklore: la plaza va cediendo su protagonismo como lugar de práctica y aprendizaje, surge con pujanza el escenario como eje y objetivo de la actividad folklórica. La danza es gestionada por los grupos de danzas, no por la sociedad en general, y eso rompe en gran medida el proceso lógico de modificación natural de la danza.
Los grupos de danza, sin duda con la mejor de las intenciones, rescatan bailes sociales para realizarlos en el escenario pero a la vez los modifican para poder adaptarlos a las modas vigentes. La uniformidad se convierte en un valor en alza buscando la espectacularidad como elemento primordial en la danza. No importa tanto su carácter lúdico, importa su estética, y ciertamente el resultado es espectacular para los ojos de la época.

Pero al mismo tiempo los escenarios se van convirtiendo en modelos a seguir en las plazas, con las consecuencias que ello trae: perdida de individualismo, dejación del estilo a favor de la uniformidad, cambios de estética y coreografía en aras a una mayor coordinación y vistosidad...

La escena cobra protagonismo, la plaza se convierte en escena y el folklore cambia su punto de equilibrio desde la sociedad en general a los grupos de danzas, girando en torno a ellos, lo que acentúa los procesos antes mencionados. Cada vez hay más dantzaris de grupos de danza y menos gente bailando en las plazas.


No sé euskera, no sé bailar

Para entender el proceso más reciente de academización de la danza tradicional, podemos decir que la danza ha seguido un proceso paralelo al desarrollo del euskera:

Condicionada por muchos elementos diferentes la danza, como la lengua, es plural en su inicio, rica en matices en pueblos diferentes, incluso en lugares no muy alejados entre sí. El nacimiento del escenario como modelo de referencia, del dantzari del grupo de danzas, balletizado y acrobático como ejemplo a seguir, hace que muchos que entendían la danza como una actividad de relación en la que no necesariamente había que destacar, no se encuentren capacitados para ella. Creen, como el aitona que como no entiende la ETB cree que habla mal euskera, que la danza que ellos conocen es un fenómeno menor, de poco valor, ante las acrobacias de los jóvenes sobre el tablado. Y ante la pregunta de “dantzan badakizu?” contestan “ez”, y tienen razón: ellos no saben hacer esa danza.


Eso trae, al igual que en ocurrió con los euskalkiak del euskera, una degradación progresiva de ese rico tapiz de matices que constituye la danza tradicional en Euskal Herria. La globalización llega también a nuestra danza y la academización conlleva la perdida de la planta a favor de la punta, de la suspensión a favor del salto, de la cadera en favor de la rectitud en la columna. Los brazos toman posiciones imposibles desde el punto de vista de la actividad lúdica que constituyen las danzas sociales, pierden por lo tanto su posición natural. El movimiento natural se fuerza al igual que se hace en el ballet: se pierde la lógica del movimiento a favor de la estética manierista de éste.

Surge un batua, un nuevo modo de bailar, ni mejor ni peor, diferente. Un modo no tradicional de interpretar la danza tradicional; una forma espectacular de hacer danza para espectáculos.

El problema es cuando ese “batua”, ese modelo de danza se convierte en el modelo a seguir, el que define al “buen dantzari”... la perspectiva desde el escenario es, claro, diferente a la de la plaza; por algo están a diferente altura.


El ejemplo de la jota

Un buen ejemplo de esta academización lo encontramos en el caso de la jota, fandango, orripeko, lehenengoa... Esta danza, popularizada en Euskal Herria en el siglo XIX sufre una profunda transformación entrado el siglo XX: la aparición de los concursos de jota conlleva una recreación del modelo tradicional bastante alejado de su referente. 

¿Cómo se bailaba la jota en Euskal Herria? Sin duda con mucha libertad en cuanto a los pasos, con soltura, movimientos naturales y flexibles, usando las rodillas y la cadera y adaptándose a la estructura musical.

 
Bartolo Lasa, dantza maisu de Zeberio decía que para bailar la jota:

“Burua geldi eukin behar da, garritik bera kaderatako bisagrak mogidu, eta garrie astindu, jitanak narruten dabizenean moduen”.

Y no era ésta una forma propia del valle de Arratia, pues del mismo modo se hacía en toda Bizkaia, y también en el norte de Navarra, como menciona Pontxio Irurtia, txitulari de Leitza, en un artículo escrito en la revista Txistulari (Txistulariak 153. kanttarien basoa).

“Berrogeitamarreko hamarkadaren hasierako fandangoa, patxadan eramaten zen, hankak arin, gerria abailduz... Gune edo punturik garrantzitsuena ez zegoen oinetan gerriaren kulunkadan baizik, gerrien gora beherantz hori eperdiaren ezker-eskubiratzeak nabarmenagotzen zuelarik”.

O, mucho antes, el padre Santa Teresa, hablando sobre el fandango (“Euscal-errijetaco olgueeta ta dantzeen neurrizco-gatz-ozpinduba”):

“...Bestian pandanguan nos arpegijakin, nos besuakin, nos sabeleekin, nos albuakin alkar ez joko, bai joko neska ta mutil, menio desonestubak ta lotsarizkuak geratu bagarik egiten deutseezala alkarri”.

Si el lector ha visto a los dantzaris bailando en la plaza, con un estilo más próximo a los concursos de suelto que a los “menio desonestubak”, comprenderá la influencia de la academización en esta forma de baile.

Un efecto secundario pero muy importante es que la sociedad en general toma como referente de la jota la que se hace en los concursos, la que ejecutan los grupos de danzas, no la que surgió en las plazas. Esto hace que la danza, en vez de ser una actividad de respuesta psicomotriz natural ante la música, se convierta en un alarde de unos pocos ante muchos espectadores que observan conscientes de que nunca podrán llegar a hacer nada parecido.


Una propuesta para futuro

Sin duda, la academización que la aparición de los grupos de danza y el escenario como objetivo y eje de su actividad conlleva, ha creado un nuevo estilo de bailar al que no tenemos por qué renunciar. Es una parte de la riqueza coreográfica de nuestro folklore, un apunte histórico de su desarrollo.

Ahora bien, dentro del proceso de recuperación de la plaza como espacio para la danza, creo que sería de gran ayuda desacademizar las danzas de plaza a la hora de enseñarlas: volver al contacto con el suelo, con la pareja, con la gente, con el espacio, recordar que además de piernas tenemos tobillos, rodillas y caderas, potenciar el estilo personal de bailar... en una palabra, democratizar el disfrute de la danza.


Dejar la danza acrobática para los dantzaris y los escenarios y devolver la danza natural a la plaza, para que, gracias a un proceso de modificación natural, dentro de 50 años no bailen igual que nosotros bailamos ahora, señal de que el folklore sigue vivo.

                                                                                    Patxi LABORDA

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