EL SILENCIO PRONUNCIADO
Por Felix Maraña:
Cuando haciéndose eco de la sabiduría de Cesare Pavese,
Oteiza se atrevió a decir qué desgraciados son los artistas que les toca
ensayar sus experiencias en un momento en el que no se les necesita, no nos
estaba mirando a todos nosotros. La suya era una imprecación, una sacudida
deses-perada y angustiosa, al ver cómo en una sociedad llena de poder, en la
que se esperaba un renacimiento inevitable, las ideas no cayeron en tierra
buena, sino donde las cizañas azuzan y así nos va. El país avanza de noche,
cuando los que mandan están dormidos. El libro que hoy nos ofrece,
"Jorge Oteiza, esteta y mitologizador vasco", un libro convergente,
porque en él se exponen variadas formas de entender a Oteiza, creo que debe ser
el comienzo de una nueva etapa de encuentro con el poeta de Orio, con el poeta
de todos los lugares del mundo donde "poéticamente habita el hombre".
Es esta una conjunción sinfónica, que viene de otro primer encuentro, convocado
en esta misma sala, con el mismo título, y promovido por los jóvenes
investigadores de nuestra joven Universidad Vasca, aquí, de Zorroaga. No creo
que esto que estamos haciendo deba ser un necesario homenaje a Oteiza, y sí una
renovación de afecto intelectual y humano. Estamos llenando Euskadi de
homenajes y no tenemos tiempo para hacer análisis, introducciones criticas,
aportaciones discursivas sobre la obra y el pensamiento de nuestros mejores
pensadores y pensadoras. El referente cultural que nos vendrá en un futuro
joven nos pedirá más "Introducciones criticas al pensamiento de..." y
menos "Homenajes a...", porque los homenajes a excluyen, a priori,
cualquier planteamiento critico. Así, por tanto, bueno es que este libro, de
pronto, no se titule "homenaje a" y tenga el título que tiene. En el
título hay un adjetivo que no sólo califica, sino que determina, como decimos
los de Gili Gaya, al nombre. Se trata de un vocablo algo forzado, como es el de
"mitologizador". Pero, si reparamos, es suficientemente expresivo.
Oteiza no es un mitificador, sino un mitologizador, un sabio que entrelaza las
conexiones míticas de la existencia, de la cultura. Un literato (por literatura
y literadura) que aprueba o reprueba los entresijos de toda intertextualidad,
como ahora se dice. Oteiza es el narrador de la existencia que nos ha
facilitado la gran experiencia de podemos encontrar con Hegel en Zarautz, a la
esquina de una tasca o a la puerta de un batzoki. Cierto es que la existencia
es algo más que un problema de definición, y, acaso, la filosofía no sea otra
cosa que una trampa del lenguaje, pero leyendo a Oteiza todo esto se aclara.
Porque donde Jorge Oteiza habita, habita el lenguaje. Y el lenguaje es la casa
del ser.
Oteiza, más
necesario que nunca, se nos aparece hoy como la conciencia que nos avisa de
todo un equivocado camino. Los mensajes de Oteiza han sido muchos, a lo largo
de su camino; los ha expresado en muchas ocasiones y a través de soportes
múltiples, pero sobre éstos, sobrecubriéndolos, esta su noción y acción
poéticas. No puede explicarse ya Oteiza si no es desde, en, para, por, según,
sin, sobre, trans la poesía. Y dentro de la poesía, en su noción del silencio.
La noción y la acción. Porque no es el suyo un silencio amorfo, monocorde,
melifluo, quieto, quedo, sino pluriforme, plurimorfo, fluorescente y abierto.
Oteiza, a través del verbo transparente, nos ha dejado, mostrándose más
generoso que lo que nuestros méritos merecen, un compendio de nociones
fundamentales sobre la creación y la filosofía. Estas están recogidas
fundamentalmente en sus libros. Están tan bien recogidas que no es arriesgado
decir que su historia son sus libros y el resto de manifestaciones artísticas
son las ramas de un árbol con más sabia que un sabio. Pero, claro está, los
libros no son libros hasta que no se leen, porque, como nos ha dicho también
Oteiza, la poesía no es sólo "una toma de contacto con las zonas oscuras
del yo" (Celaya), sino que "lo que transforma un idioma en poesía es
la necesidad de que las palabras nazcan en el corazón del hombre". Que los
verbos se pronuncien, que el silencio se mastique. Se pronuncie el silencio.
Así es que el mayor homenaje que se le debe a Oteiza es el de leer su obra.
Tomar nota, subrayarlo con un lápiz amarillo, para hacer reventar sus
silencios. Pronunciar el silencio, porque toda la obra de Oteiza es un
pronunciamiento poético.
Cuando les estaba
escribiendo estas líneas para ustedes, me comunican que un bárbaro frío ha
acabado con la vida de Antxon Ayestarán. La coincidencia del juicio que
Ayestarán tenía sobre Oteiza, a quien calificó de genio, con lo que yo quisiera
exponerles, no es sino un ferviente reconocimiento a Ayestarán, cuya tarea en
la formación espiritual de este pueblo todos ustedes conocen. En el libro que
Pelay Orozco escribió sobre el Orfeón , Ayestarán dice: "Oteiza es, lo
creo al igual que tú, aunque con mucho menos conocimiento, un genio auténtico.
Mi genio es de los que sólo sirven para fabricar un mal vinagre". Pero
vamos a seguir viviendo. Y jurando, que nadie saldrá de aquí sin haber hecho
firme propósito de leer de una vez por todas la última página de
"Ejercicios espirituales en un túnel".
Eruditos,
sabios y genios
Leyendo a Oteiza
uno se apercibe de inmediato lo importante que es tener ideas, pero, muy
especialmente, ideas vivas. Porque, como nos predijo Unamuno, las ideas no hay
que tenerlas, sino vivirlas, derrocharlas en una festiva borrachera creadora. Tener, pueden tener ideas muchas
personas, bien por préstamo, bien por hurto. Pero adecuar esas ideas a la
acción y ejecutoria personal, interior, eso es algo que esta dentro de una
categoría superior: dentro de una consecuencia. Quienes tienen ideas, sobre
todo si son prestadas, no son más allá de eruditos. Sólo quienes poseen ideas,
las practican y las viven, llegan a ser con propiedad sabios. Si, por demás,
esas ideas no las ha tenido nunca nadie y quien las propone como invento se
adelanta a su tiempo y a su memoria histórica, es decir, son algo creado por
quien las pronuncia, ejecuta y respira, nos hallamos ante el genio.
La historia de
este siglo ha sido poco generosa con Euskalherria y en el reparto nos ha dejado
en suerte, eso sí, dos pronunciamientos de primer orden: Miguel de Unamuno y
Jorge Oteiza. Unamuno es el primer vasco que entra en la modernidad y
Oteiza es el fervor, la fiebre que completa esa modernidad y nos enlaza con la
transmodemidad, con la ultramodernidad. Cuando Menéndez y Pelayo cometió
el atrevimiento de referirse a la honrada poesía vascongada, Unamuno le
contestó de forma inmediata: "Yo me encargaré de deshonrarla". Es
decir: de rehacer, mejorar, remover y discutir aquella "honradez" tan
poco honrada. No se apercibió entonces Unamuno de que él era precisamente el
primer poeta vasco que enlaza con la modernidad. Y es que Menéndez y Pelayo no
conocía la literatura ni la cultura vasca más allá de la bucólica de Antonio
Trueba, que en su conjunto nos propuso una Arcadia pestiña y bobalicona para
Euskalherria. La historia, tristemente, se repite en las expresiones culturales
vascas de ahora mismo. Y Oteiza lo sabe. Hoy se habla del nuevo cine vasco, de
cine vasco, pero de ese cine no se ha hecho una lectura en profundidad, un
análisis ideológico, estetico-ético; en definitiva: una crítica. Sólo Oteiza ha
dicho, al menos yo le he oído decir, que ese cine es Antonio Tueba; que no ha
pasado de la arcadia truebeña; que ese cine está equivocado de siglo, aunque
guste mucho y, por tanto, se le aplauda a rabiar, en las inauguraciones
oficiales. Nos podrá contundir a todos, pero eso no se le escapa a Oteiza. Ya
en su libro "Androcanto y sigo" (1954) Oteiza clamaba para que
nuestra universidad fuera universidad, y advertía de la necesidad imperiosa de
que los niños vascos de ahora no siguieran naciendo en otro siglo anterior.
Veamos, en consecuencia:
Pusiste Señor un árbol
hermoso como un rostro en la falda del Aloña
lo miraban un carpintero y un pintor
yo bajaba del Urbía
donde nuestros padres obraron misteriosamente en tu presencia
que yo comprobaría en la ciudad
al cabo de un tiempo
donde una universidad tenía parada su máquina
y desde entonces todos los niños nacen aquí en el siglo 17.
hermoso como un rostro en la falda del Aloña
lo miraban un carpintero y un pintor
yo bajaba del Urbía
donde nuestros padres obraron misteriosamente en tu presencia
que yo comprobaría en la ciudad
al cabo de un tiempo
donde una universidad tenía parada su máquina
y desde entonces todos los niños nacen aquí en el siglo 17.
Aunque
"Androcanto y sigo" no tuvo en aquel momento un eco, no ya entre la
crítica o en otras esferas sociales, sino entre los propios creadores vascos,
el libro es en sí mismo definitivo. Cuanto Oteiza propone en
"Teomaquias" (1986) surge ya en embrión inconfundible en
"Androcanto y sigo". Y, ciertamente, el lenguaje, la propuesta
semántica de Oteiza ha ido calando entre los creadores. Si cito a Gabriel
Aresti no citamos a todos, pero justo es decir que ya en Aresti se convoca
buena parte de la propuesta cultural de Oteiza. La consecuencia de esa asunción
cultural ha tenido otras manifestaciones. No parece en vano, sino profundamente
meditada, la afirmación del también poeta Juan Mari Lekuona:"La
existencia del pensamiento de Oteiza libera a la poesía vasca de cualquier
complejo de inferioridad". Lekuona, quien ha iniciado el estudio de la
poética de Oteiza, fundamentalmente a partir de "Quosque
tandem!",reconoce la evidencia y clarividencia del análisis de Oteiza, al
conjugar en un mismo verbo bertsolarismo, poesía popular y estilo vasco.
Oteiza, que es
nuestra más feliz deshonra unamuniana, ya se encargó de "Androcanto
y sigo", es decir, en 1954, de referirse de forma elusiva y alusiva, o lo
que es igual, con el silencio, de dar fe de que "poeta es el hombre que se
recupera y se usa entero en su lenguaje", como luego nos advierte (1965),
cuando escribe el prólogo al libro de poemas, nunca publicado, que iba a ser
una antología de Gabriel Aresti, Otsalar, Mikel Lasa y Joxe Azurmendi (2). En este prólogo, donde se condensan otras sabias lecciones,
Oteiza, interrelacionando la creación poética de los cuatro poetas, se lamenta
de la oscuridad que se percibe en el ambiente y del poco eco que sus propuestas
para un renacimiento cultural habían tenido. Hoy Oteiza camina acaso con no
menos desesperación, desesperanza o angustia. Pero, como él mismo había escrito
en "Androcanto y sigo",recogiendo una página de lo que llamó una especie
irregular de Diario del escultor (3), "renovar la angustia es renovar la inteligencia del
hombre y su creador". Ese diario, escrito exactamente el 19 de junio de
1948, en Buenos Aires, registra también lo siguiente: "La angustia crece,
evoluciona, busca como un gran río darse en nuestras manos hasta acabar. Como
un gran río desesperado, porque es el desequilibrio entre la vida y la muerte,
entre el hombre y Dios. No hay angustia verdadera en la angustia de hoy en
equilibrio, que no llega a las manos, que se queda y pudre y hasta se
mercantiliza. De la angustia verdadera no queda nada en las manos verdaderas.
Si no tengo mas inteligencia de la vida eterna que Unamuno, debo tener su misma
desesperación; entonces esta desesperación de Unamuno no es en mí verdadera,
porque quiere decir que no se ha movido. ¿Y cómo el gran río de la angustia ha
podido permanecerquieto?". Julio Caro Baroja, para citar a una
persona por quien Oteiza siente profundo respeto, ha escrito precisamente ayer:
"Don Miguel (Unamuno) poseía una vitalidad enorme y esta vitalidad le
llevaba a situaciones de angustia, que originan gran parte de su obra
funda-mental" .
Vemos, por tanto,
que las preocupaciones de Oteiza no son obsesiones personales al margen de una
concepción intelectual. La tradición cultural -si entendemos por tradición el
conjunto de préstamos que en una relación, en un proceso afluyente e
influyente, es decir, renovador, se transmiten entre sí las mentes pensantes-,
veremos que, además de los citados, otros creadores vascos -por no referirnos
ahora a aquellos que se han decidido por las expresiones de la escultura-,
singularmente en la literatura escrita, han reparado en Oteiza. Cuando Gabriel
Celaya -autor: por otra parte de dos libros de poemas,"Marea del
silencio" (1935) y "Lo demás es silencio" (1952), títulos que
nos aportan por sí mismos suficientes resonancias-, quiere interpretar el
silencio en su poema "El silencio vasco", de su libro "Baladas y
decires vascos", cita a Oteiza:
"Estilo
vasco quiere decir privación de un sentimiento (el sentimiento trágico de la
existencia) que ha sido curado en el proceso artístico prehistórico elaborado
con esa finalidad y concluido victoriosamente en la nada-cromlech del
Neolítico... Los cromlechs vascos son unas pequeñas piedras que dibujan un
círculo muy íntimo, muy pequeño, de dos a cinco metros de diámetro, y que no
tiene nada dentro".
Escuchemos a
Celaya:
Pero a veces sale
un loco,
y por eso escribo yo,
que al predicar el silencio,
doy el sí, diciendo no.
Es el círculo sagrado:
el de nuestro cromlech-sol;
es la magia del espacio
revivido en lo interior;
la escultura desde dentro
donde me siento el que soy,
la calma que todo mueve,
lo inmóvil de lo veloz.
y por eso escribo yo,
que al predicar el silencio,
doy el sí, diciendo no.
Es el círculo sagrado:
el de nuestro cromlech-sol;
es la magia del espacio
revivido en lo interior;
la escultura desde dentro
donde me siento el que soy,
la calma que todo mueve,
lo inmóvil de lo veloz.
¿Qué ha propuesto
Oteiza durante toda su vida sino desocupar el espacio, las dimensiones no
asibles de los objetos, su vacío? Oteiza es en buena medida la historia de sus
silencios, la dimensión silente de su creación. Así lo vieron y cantaron otros
poetas vascos, como Gabriel Aresti o Blas de Otero. Aresti dedicó
a Oteiza acaso el poema más largo que jamás compuso. Es el poema "Q";
de "Harri eta Herri":
Porque Jorge de Oteiza no es un hombre,
porque Jorge de Oteiza es un superhombre;
en este último tiempo me han traído al pensamiento
de que él
es un
profeta.
Antiguamente
a los profetas
los mataban
a pedradas.
Hoy en día,
a desprecios,
a desamores
Y
a ostracismos.
Yo no sé cómo Jorge de Oteiza
ha aguantado
hasta el momento
tanto desprecio.
porque Jorge de Oteiza es un superhombre;
en este último tiempo me han traído al pensamiento
de que él
es un
profeta.
Antiguamente
a los profetas
los mataban
a pedradas.
Hoy en día,
a desprecios,
a desamores
Y
a ostracismos.
Yo no sé cómo Jorge de Oteiza
ha aguantado
hasta el momento
tanto desprecio.
No sé cuando
llegará el tiempo en que Euskadi se encuentre definitivamente con el artista
creador y se pongan en hora los relojes cordiales (del corazón). El propio
Oteiza lo dejó dicho en su libro sobre la megalítica americana y lo reprodujo
en Quosque tandem : "Desgraciados los artistas que por inercia se dan
en épocas en que ya no se les necesita". Pero a Oteiza le necesitamos,
porque creadores de esta especie no se reproducen en xerigrafía. Con Aresti, y
desde su poema "Q", digamos la verdad a Oteiza:
El canto del ruiseñor
llena
mi alma
de paz.
Cuando lo escucho
me nace
dentro
una placentera melodía.
llena
mi alma
de paz.
Cuando lo escucho
me nace
dentro
una placentera melodía.
No menos preciso
es el encuentro con la melodía silente de Oteiza que Blas de Otero nos brinda
en el poema "Palabra en piedra", dedicado a "Oteiza, en
Aránzazu" 1977:
El vacío del centro
de la piedra,
círculo horizontal
prolongándose
por sí solo,
redondo
y pleno
todo,
lengua llameando,
izando
entre la piedra
cóncava,
cuchara de la palabra,
sílabas oleando,
ritmo
brizado en el silencio,
ahondando
en el cuenco de la mano
poderosa
de Oteiza .
de la piedra,
círculo horizontal
prolongándose
por sí solo,
redondo
y pleno
todo,
lengua llameando,
izando
entre la piedra
cóncava,
cuchara de la palabra,
sílabas oleando,
ritmo
brizado en el silencio,
ahondando
en el cuenco de la mano
poderosa
de Oteiza .
Vemos, por tanto,
cómo poetas como Celaya, Otero, Aresti han sabido valorar la noción del
silencio, del vacío, "la presencia de la ausencia", como el propio
Oteiza ha dicho, en Oteiza. No debe extrañar a nadie esta asimilación cultural,
ya que Oteiza, en 1960 dejó pronunciada en Lima acaso la mejor interpretación
poética que nunca se haya hecho de César Vallejo, precisamente sobre "la
poética de la ausencia".Añadamos a esto que fue Oteiza quien le invitó a
Otero a conocer y leer a Vallejo.
Y si estos
nuestros poetas han sabido asumir esta noción y proposición cultural, no es
fácil entender que nuestra universidad, nuestras ikastolas, cualquier centro de
decisión sobre la conciencia colectiva, no acabe por encontrarse
definitivamente con el poeta. Tenemos muestras de que esto es así y él lo sabe.
Cuando un nuevo poeta, como Carlos Aurtenetxe, compone su libro
"Caja de silencio",esta respondiendo al eco del mensaje parabólico de
Oteiza. Y si hablamos de "caja",podemos hablar de "armario"
y, si de armario,"ventana" ("El armario y la ventana" es el
libro definitivo del pensamiento de Oteiza, que ahora está en proceso), y si
decimos "ventana", hablamos del espacio por donde a Jorge Oteiza se
le escapó, arrebatado por un viento brujo, el texto de la intervención que hoy
iba a pronunciar aquí el poeta. Pero no es un simple rapto: a buen seguro que
el gesto no es más que un nuevo guiño, señal de humo, mensaje que Oteiza nos
manda, en lenguaje parabólico, para que tomemos nota y, si nos decidimos,
vayamos con él a salvarnos.
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