domingo, 7 de diciembre de 2014

Origenes de la llamada Brujería.



Mentalidad mágica y paganismo en los orígenes de nuestra brujería

Muchas y variadas son las explicaciones que ha solido darse al fenómeno brujeril en el País Vasco. En este terreno hay para todos los gustos, desde satanólogos, como Martín de Andosilla, ingenuos nominalistas, como D. Gregorio de Múgica, y sicópatas, como Pierre de Lancre, hasta eruditos modernos, tales como Julio Caro Baroja y Florencio Idoate, tendentes a la ponderación y sentido crítico. En cuanto a los orígenes, los autores más curiosos son aquellos que buscan las primeras raíces en corrientes "extravascas", es decir, ajenas al país. En el libro II del Paraninfo celeste de Nuestra Señora de Aránzazu (1686), se atribuye la introducción de las prácticas brujeriles a un brujo de la Guyena llamado Hendo, que habría iniciado a sus seguidores en el culto demoníaco. Hendaya y el monte Indamendi llevarían su nombre según esta tradición. "Muchos atribuyeron a los gitanos -dice Menéndez Pelayo- la propagación de las prácticas ocultistas en Navarra por los siglos XVI y XVII". Jerónimo de Alcalá, en el siglo XVII, en la obra Historia de Alonso, mozo de muchos amos, nos presenta a los gitanos como seres ambulantes que vivían de echar la buenaventura por las aldeas de Navarra. En la parte continental del país fueron también llamados bohemiens, quienes tuvieron que pagar las consecuencias de la cómoda costumbre -¡todavía bien viva!- de achacar todos nuestros males a influencia ajena. Pero ésta no sería más que una manera harto superficial de abordar el problema. El pensamiento mágico es inherente a todos los pueblos en determinada fase de su historia nacida en los albores de su desarrollo cultural. La naturaleza, hasta época reciente, estaba bien lejos de convertirse en una diosa muda. Todos sus componentes dialogaban con el hombre aterrorizado. En este contexto, la magia aparece como un intento de conocimiento precientífico al margen de una sociedad férreamente normalizada en todos los terrenos, tanto morales como científicos, artísticos, económicos, etc., como reacción humana normal ante la difícil conquista de la naturaleza, ante la impotencia por desvelar sus secretos, ante la personificación de los poderes ocultos que se muestran, por la fuerza del misterio, de lo indomeñable, hostiles al hombre. El cuadro se agravará en las situaciones críticas: hambres, pestes, inundaciones... El hombre, sumido en la indefensión, sólo puede enfrentarse a la adversidad a través de conjuros o por medio de pacto con las divinidades. A su vez, el medium utilizado por éstas, el ejecutor de los conjuros, será el mago, el hechicero, un ser dotado de poderes sobrenaturales, temido y venerado a la vez, al que el cristianismo triunfante colocará al margen de la ley. Dentro de esta tesitura, cree Campión que las creencias y prácticas brujeriles del país, "son restos de las antiguas (prácticas): de la agorería y de la demoniolatría, que practicaban -según Lampridio- los antiguos vascones y continuaron practicando hasta el siglo XII". (Como se ve, ni en pleno siglo XX se pierde la antigua costumbre de llamar "demonio" al viejo dios pagano...). Refiriéndose a la baja Edad Media, dice Lacarra, que "aunque existan iglesias, parroquias y monasterios, nunca sabremos hasta qué punto éstas habían ganado la fe de los campesinos, ni cómo éstos entendían la nueva fe, que es otro problema interno y más delicado". "Por otra parte -agrega-, no debe olvidarse que al no existir una religión pagana organizada, con una jerarquía eclesiástica, con templos y demás, y sin testimonios escritos, su paganismo tenía que manifestarse en supersticiones, creencias populares, hechicería (Vasconia medieval, San Sebastián, 1957, pp. 66-67)". Con el cristianismo, pues, durante mucho tiempo, el ejercicio mágico será una actividad clandestina, pero tolerada.

 
La magia blanca -procedimiento que emplea la causalidad natural para la obtención de fines sobrenaturales-, como práctica al margen del mundo oficial, es reprimida, pero sólo pecuniariamente. Una herbolera de Tudela, por ejemplo, acusada ante el alcaide del castillo de Estella de haber "dado yerbas" a una mujer (1279), será sólo multada por este hecho. Una judía de Viana, acusada de practicar sortilegios, recibirá la misma sanción en 1300.
En términos generales podemos decir que las prácticas de hechicería en Vasconia fueron perseguidas con benignidad por la Iglesia hasta que incidió sobre ellas el factor demoniolátrico.
Esto ocurrió entre los siglos XIII y XIV al resaltar la herejía maniquea cátaro-albigense la importancia del papel del Mal en la vida del hombre. El impacto del ideario cátaro y las consecuencias de su represión son sumamente importantes en Europa. Nace la temible Inquisición (1229) como instrumento del Papado, en connivencia con el rey de Francia, para combatir a los albigenses del Languedoc. A pesar de la oposición de los obispos, franciscanos y dominicos -dependiendo únicamente de Roma- juzgarán a los herejes, que serán entregados al brazo secular para ser pasto de las llamas, al margen de los tribunales diocesanos. Esta institución se implanta en Navarra en 1238. El Papa Gregorio IX encarga al dominico Pedro de Legaria la organización de la Inquisición navarra al tener lugar la reconciliación de Teobaldo I con el Papado. Se nombran dos inquisidores, un dominico y un franciscano. Pero esta misión -nos comunica amablemente el historiador navarro Goñi Gaztambide- tuvo un carácter extraordinario, siendo sólo los tribunales civiles, y bastante más tarde, los encargados de luchar contra la hechicería. Florencio Idoate aporta cerca de una docena de casos documentados de caza a la herbolera o faytillera -que es como se denomina a las brujas en los viejos papeles-, todos ellos de los siglos XIV y XV, cuando la demoniolatría ha hecho ya irrupción en el campo de la magia vasca. La Baja Navarra o Ultrapuertos cuenta con varios casos tempranos del uso de la terrible hoguera. En 1329, Arnaud Sanz de Acha, lugarteniente de Labastide-Clairence, tiende una emboscada a Juana la leprosa, a la que se acusa de nigromante y fabricante de filtros. Para ello se emplea a 17 hombres armados. Ese mismo año, las autoridades erigen en la villa una hoguera en la que perecen 5 mujeres: Juana la leprosa, Peyrona de Posac, Arnauda de Bose, Dominica de Burban y Juana Fillola. En 1342 arden en Garris dos mujeres, una vecina de Gabat y la señora de la casa de Aurteguia. En la castellanía de San Juan de Pie de Puerto se celebran varios procesos. Jurdana de Irisarry, de profesión herbolera, perece en la hoguera en 1330. Alamana de Méharin es acusada de cometer sortilegios y enviada a Pamplona para ser juzgada por el Consejo Real. En 1338 la hoguera fatídica da cuenta de una vecina de Lasse, Condesa de Urritzaga, acusada de bruja. En 1334 muere de la misma forma Arnalda de Leiza por haber asesinado a base de pócimas a Sancho de Aurraberatsa de Isaba. La justicia "privada" dio cuenta a mediados del siglo XIV (1349) de un tal Sanchuelo de Luesia, natural de Tudela, llamado Broxo. Otra vez, en la Sexta Merindad, en el castillo de Garris, vuelve a organizarse la caza; Guillaume Arnaud de Ibharrart, acusado del asesinato de su sobrina Peyrona, denuncia a sus cómplices agregando que tanto él como los denunciados son brujos. En el ruinoso proceso (1370) son inculpados así Pes de Goiti y Condesa de Beheti, ambos de Ilharre, como iniciadores del acusado. En este proceso aparece un elemento nuevo, el licantropismo, que luego será un ingrediente frecuente en las deposiciones de brujos y brujas. En la cuenca del Bidasoa también se alza tempranamente la hoguera: Johan, llamado Hereder, es prendido por los jurados de las Cinco Villas de la Montaña, al que "diziendo ser fitillero" hacen perecer en el fuego (1429). En 1450 es también condenada a muerte en el castillo benavarro de Garris una mujer acusada de brujería por los 16 diputados del tribunal de Mixe, la cual, resignada, relata sus prácticas de iniciación y las acciones a las que se había entregado. Estos casos abren el período propiamente brujeril: ahora se acusa al mago de rendir culto al demonio y obtener poderes sobrenaturales a cambio del mismo (nigromancia).

 
¿Cómo acaece este paso de la magia blanca a la negra, de la simple atribución de poderes ocultos hechiceriles al pacto demoníaco, cómo se efectúa la metamorfosis del mago (azti) en brujo (sorgin)? He aquí un problema clave en el estudio de la brujería vasca, al que bien merecería que los especialistas dedicaran su atención.
Sabemos que desde los tiempos de San Amando, los viejos dioses del culto pagano éuskaro eran identificados, por los autores cristianos, como el demonio: Compadecido San Amando, del error en que vivían (los vascos), empezó a trabajar para apartarles del servicio del diablo, dice Baudemundo en su "In vila S. Adamandi".
Sus habitantes casi todos se hallaban entregados a los cultos del demonio, refiere Hucbaldo en su "In vila Sanctae Rictrudis". Dice Margaret Murray: "como ocurrió que, a los ojos de los cristianos, todos los dioses no cristianos eran enemigos del suyo, consideraron que las brujas adoraban al Enemigo de la Salvación, es decir, a Satán". Así, Pierre de Lancre, dirá que "nuestros brujos tienen a estos demonios por sus dioses..." La impronta albigense sobrevivirá muchos años a la caída de Montsegur (1244) y al último Auto de Fe contra los "puros" (Toulouse, 1319). Y, por curiosa paradoja, el maniqueísmo cátaro- albigense es asimilado en gran parte por la Iglesia, triunfante sobre la herejía. "Dios es la imagen del Bien, y el demonio es la del Mal. Surge la demoniolatría con todos sus ritos y ceremonias, tantísimas veces descritos y que han invadido los campos de la literatura y el arte desde antiguo, para convertirse en tema de folklore más modernamente", observa Idoate en su folleto de Temas de Cultura Popular (n.° 4). El dios-demonio concreto de la mitología vasca pasa a ser perseguido -debido a imperativos históricos que superan ampliamente el marco del país- con todos los rigores que la extirpación del Mal, en sentido genérico, acarrea. El humilde y campesino numen vascónico se va transformando poco a poco, a golpe de anatema, en el perverso Satán que oficiará, desde su púlpito rocoso de Zugarramurdi u otros similares, extrañas anti-misas, blasfemas y sofisticadas. ¿Cuál de las deidades del Parnasillo vasco será la que vaya revistiendo estos diabólicos caracteres? Al llegar a este punto no nos queda más remedio que revisar el silvestre mito de Mari. Mari, en su concepción de Señora, es el nombre más antiguo (también se le llama Dama o Damea) del principal numen vascónico, al que están subordinados todos los demás, incluso su compañero Sugaar. Mari protege a sus adeptos, generalmente contra los fenómenos atmosféricos adversos, mediante oráculos y proezas. Suele aparecerse bajo la forma de doncella, pero también en La de toro, caballo, serpiente, buitre, carnero y macho cabrío. Esta última es una de las más frecuentes. El macho cabrío negro, Akerbeltz, es una de las manifestaciones zoomórficas de Mari, que ha perdurado rodeada de mayor veneración, hasta nuestros días, entre nuestros campesinos. Ello se debe a que "tiene facultades curativas e influencia benéfica sobre los animales encomendados a su protección y custodia. Todo chivo negro es considerado como símbolo suyo.
Por eso, en muchos casos, deseando impedir que su ganado sea atacado por alguna enfermedad, crían (los campesinos) en el establo un macho cabrío, que debe ser negro. Los adeptos de Mari la invocarán en las cuevas, ya que "la morada ordinaria de Mari son las regiones situadas en el interior de la Tierra". "Pero -agrega Barandiarán- estas regiones comunican con la superficie terrestre por diversos conductos que son cavernas y simas. Por eso, Mari hace sus apariciones en tales lugares con más frecuencia que en otros (Barandiarán: artículo Mari de esta Enciclopedia)". Un dato que no hay que olvidar es que dichas cuevas comunican, en muchas leyendas, con cocinas de caseríos; por estos pasillos circulan diversos númenes y almas de los antepasados aun mucho después de haber sido santificadas con ermitas (sierra de Toloño, Albaina, Atauri, Urdúliz, tonel de San Adrián, etc.). ¿Cómo no ver sorprendentes concomitancias entre este viejo culto que ha llegado hasta comienzos de nuestro siglo, y la brujería, que escoge como escenario los mismos antros paganos? ¿Cómo no ver en el zikirojana, practicado por los viejos de Zugarramurdi hasta nuestros días, una reminiscencia del sacrificio del carnero, especie predilecta de Mari en gran número de leyendas, obsequio especial que recibía con singular agrado de parte de sus fieles? Barandiarán no duda en asegurar esta identidad: "La brujería... dio particular notoriedad a esta vieja representación del numen Akerbeltz. Este era adorado en Akelarre por brujos y brujas en las noches de lunes, miércoles y viernes. Los reunidos bailaban y ofrendaban a su numen panes, huevos y dinero.
 
 
A juzgar por la descripción de sus reuniones, éstas respondían a un movimiento clandestino, inserto en viejas creencias, en el que llegó a cristalizar la oposición contra la religión cristiana y quizá, más solapadamente, contra la organización social vigente u oficialmente reconocida en el país (véase AKERBELTZ)". Ahora bien, a esto vendría a agregarse el importante papel que en las guerras de bandos -por las que atraviesan sin cesar nuestros agitados siglos XIV y XV- desempeña la sorgiña o hechicera. Las parentelas no dudan en acudir al buen oficio de las herboleras para conseguir una pócima que envenene al enemigo odiado, o un filtro para que lo embruje, lo deje tullido o impotente en el trato sexual -¡tan libre!- con mujeres. Enrique IV de Castilla recibió en Valladolid a una delegación de Guipúzcoa, según dice Gorosábel, en queja de la plaga social que representaban, hacia 1466, las brujas, plaga que era poco combatida a la sazón por alcaides y regidores en razón de parentesco, amistad, y sobre todo, "bandería". El Rey dictó una real Cédula en el mismo Valladolid el 15 de agosto de dicho año, admitiéndose facultad a los alcaldes de Hermandad para juzgar y sentenciar sin apelación. Hierbas, raíces y frutos silvestres son ya ampliamente conocidos en el medievo vasco. La hechicera no sólo fabrica ponzoña, sino también narcóticos y afrodisíacos mediante el uso de diversos estupefacientes como, veremos más adelante. No olvidemos, por lo demás, que el tema de los encantamientos, filtros, sortilegios, etc., reciben un tratamiento culto en la baja Edad Media, en la popular y floreciente novela de caballería que en Euskalerria, como en toda Europa, no dejaría de influir. Clases altas y humildes, cultas o populares, el entresijo de creencias en poderes ocultos, influencias astrales, premoniciones, etcétera, al iniciarse entre nosotros la modernidad, es inmenso. Veamos, por ejemplo, cuál es la confesión de un feligrés reportada por uno de los asistentes al Sínodo de Pamplona de 1499:
Otrosi, padre, he ofendido a Dios, a mi anima et a mis próximos en los 10 mandamientos... En especial he pecado contra el primer mandamiento... Otrosí, he tovido creencias en encantaciones y en adevinos y he recorrido a ellos por hallar cosas algunas que me fueron hurtadas. Otrosí creyendo en agüeros y haciendo hacer encantos para guarescer de enfermedades, tomando nóminas de ciertos nombres non conocidos o con ciertas ceremonias creyendo en sueños, y unos días ser mejores que otros para hacer algunas cosas, creyendo que hay broxas sorguinas y en estornudos et en otras cosas muchas...
El mismo Sínodo encargaba que se preguntara a los confesados:
"si creyó que el hombre, según la constelación o las planetas en que nasció, era forçado a ser buena o malo. Item, si dio yerbas a su marido o a la mujer o a otra persona, a dixo o Jizo alguna cosa fea porque le quisiese bien, pecó mortalmente... Item, si creyó que los hombres o las mujeres se tornaban gatas o otros animales con unciones o con palabras...
Goñi Gaztambide: El tratado "De superstitionibus", de Martín de Andosilla, "Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra", n.º 9, 1971, p. 250.
Respecto a las tierras situadas al norte del Bidasoa, dice una carta de las Litterae Societatis Jesu....:
Los habitantes de la parte montañosa de Laburdi participan del aspecto salvaje de esta comarca; desprovistos de toda cultura intelectual, así como de toda enseñanza religiosa, y abandonados a su áspera naturaleza, han caído en los desórdenes más espantosos de la superstición, de la magia y de la hechicería. Parecen no conservar más que algunos restos de la doctrina de la Iglesia y éstos para emplearlos de modo sacrílego. No tienen otra religión que un culto diabólico y la ponen de manifiesto por medio de prácticas tan extrañas como abominables. Sin embargo, no es sólo a través de la magia y de prácticas situadas al margen de la religión oficial por donde intentarán abrirse paso las viejas creencias de nuestros antepasados. A mediados del siglo XV surge en Vizcaya el más asombroso de los movimientos espirituales del medievo vasco -e incluso de épocas modernas-, el de los llamados Herejes de Durango, fenómeno místico-religioso que se tiende a emparentar con los registrados en otros lugares de Europa -como los fraticelli, los cátaros unos siglos antes, etc.-, pero que una crítica seria, más rigurosa, tiende a identificar también con restos, aún vivos o en pleno sincretismo, del paganismo vasco. Los herejes vizcainos fueron aleccionados por dos frailes de San Francisco, Fray Alonso de Mella y Fray Guillén. Instalado en Tavira hacia 1425-1430. Fray Alonso "enseñó primero a los aldeanos y después a los de la villa, sus dos errores fundamentales, es decir, comunidad de bienes y de mujeres... (Aguirre)". "Los herejes de Durango creyeron no haber otra cosa sino nacer y morir: algunos quisieron entender la sacra escriptura en otra manera de como la entendieron los santos Padres y Doctores de la Iglesia (Valera)". Este famoso episodio al que Mariana denomina "cierta herejía de fraticellos" será denunciado a las autoridades en 1442, siendo quemados en Valladolid y Santo Domingo de la Calzada más de 100 herejes. Aún duraba en 1482 y volvió a reavivarse en el transcurso de los siglos, bajo formas curiosamente similares, hasta en el mismo siglo XIX

Estereotipo e Inquisición en los umbrales de la modernidad vasca

Los Reyes Católicos ponen en vigencia la bula de Sixto IV contra los judaizantes (1478), abriendo paso a la actuación de la Inquisición, en la que destacará Torquemada, Inquisidor General en 1483. El Consejo Supremo de la Santa Inquisición española se instaló en Madrid. Lo presidía el Inquisidor General, designado por el rey en nombre del Papa, y estaba compuesto por 6 inquisidores, 2 de los cuales pertenecían al Consejo de Castilla. Tribunales dependientes de éste eran los de Toledo (luego C. Real), Sevilla, Valladolid, Granada (luego Jaén), Córdoba, Murcia, Llerena, Cuenca, Santiago, Calahorra (luego Logroño), Zaragoza, Barcelona, Santa Cruz de Tenerife, Valencia y Mallorca. Cada tribunal constaba de 3 inquisidores, 3 secretarios, 1 alguacil mayor y 3 receptores, calificadores y consultores. Su misión no sólo era velar por la ortodoxia católica, sino también sobre asuntos que caían fuera del ámbito de la fe, como la medicina y farmacia y, en general, todo quehacer científico. En Francia este organismo se hallaba ya en desuso por estas fechas, como veremos más adelante. En el País Vasco, no existió tribunal inquisitorial en la Edad Media. En todo el país lo usual era que los tribunales civiles se encargaran tanto de heterodoxia como de brujería vulgar.

 

Los últimos grandes procesos: paroxismo del terror [1609-1611]

En el último tercio del s. XVI y décadas subsiguientes se desarrolla en Europa una nueva y terrible persecución de la magia llamada negra. Nicolás de Remi, por ejemplo, inquisidor de Nancy, hizo quemar, a partir de 1580, a más de 800 pretensos brujos. Ese mismo año aparece también De la démonomanie des sorciers, de Jean Bodin, donde se da cabida a toda clase de fantásticas afirmaciones sobre el poder del demonio. En el año 1600 arde en la hoguera inquisitorial de Roma nada menos que Giordano Bruno. Pero, en víspera de los grandes procesos del s. XVII, el Santo Oficio apenas cuenta en Francia, país de burguesía ya desarrollada. Los crímenes de herejía y brujería corren a cargo de la Universidad de París y de los Parlamentos, mientras que el título de Gran Inquisidor apenas pasa de honorífico. En nuestro sufrido país vuelven a encenderse las hogueras, mientras las guerras religiosas no perdonan casi a los pueblos y aldeas septentrionales, durante el agitado reinado de Enrique III de Navarra (IV de Francia). Laburdi fue la peor librada de todas las tierras vascas, allí donde la represión fue más cruel y donde aparecen más claramente las oscuras motivaciones sociopolíticas del drama. Ya en 1576 el teniente de la senescalía de Lannes, Boniface de Lasse, destacó por la dureza de sus veredictos y su gran credulidad respecto a los relatos sobre hechicería.

Empuje racionalista y satanismo caduco en el pensamiento posterior a Lancre y Logroño

La masacre llevada a cabo por P. de Lancre y el Auto de Fe de Logroño constituyen el broche final del ciclo bajo medieval de represión de las artes mágicas tanto por la justicia civil como por la Inquisición. En la evolución ulterior del enjuiciamiento del hecho brujeril tuvo capital importancia, según nos da a conocer J. Caro Baroja en diversas investigaciones, la actuación de uno de los tres componentes del Tribunal de Logroño durante el Auto de 1610. Al concienzudo inquisidor Alonso de Salazar y Frías, que había discrepado de sus colegas Valle y Becerra Holguín en el Auto de Fe, le cupo en suerte promulgar el edicto de gracia dictado en Logroño el 26 de marzo de 1611 y hacer averiguaciones en el escenario mismo de las acusaciones que habían llevado a tantos desgraciados a la muerte y a la desesperación. Salazar interrogó a 1802 testigos, de los cuales, un enorme porcentaje se retractó confesando que habían actuado bajo los efectos de la obsesión o de la tortura. La investigación lo mantuvo ocupado casi todo el año 1611; al acabarla, en enero de 1612, redactó un largo y minucioso informe. Salazar, llevado tal vez por un remordiente deseo de reparación, llega a unas conclusiones completamente radicales. Sólo 6 de las 1802 personas se mantuvieron en sus declaraciones y afirmaron haber vuelto a ir a los akelarres... "Las cosas que dicen que les pasan y hacen como brujos no se han podido comprobar..., son todas vanas e inciertas..., embustes..., sueño o flaqueza del cerebro". [La relación de Salazar puede leerse en el "Anuario de Eusko Folklore", 1933, t. XIII, pp. I15- 130, en edición publicada por J. C. Baroja]. Un proceso coetáneo, el de las brujas de Fuenterrabía en 1611 en el que fueron testificadas 41 personas tuvo ya una sentencia final benigna, María de Garro, Inesa de Gaxen, María de Illarra y María de Echegaray fueron acusadas por algunas niñas. Solicitada la intervención de Salazar y Frías, éste autorizó la devolución de los bienes incautados a las acusadas, que fueron finalmente condenadas a penas de destierro. Una de las mujeres, la indomable Inesa de Gaxen, negó hasta el final todos los cargos que se le imputaron. En el proceso incoado a las brujas de Arráyoz (1612) el tribunal no sólo absolvió a las acusadas, sino que condenó al destierro a los promotores de la acusación. Así, pues, hacia 1612 el furor en Navarra comienza a decaer; enardecidos por el edicto, brujos y brujas comienzan a desdecirse, los alcaldes de Corte piden cuenta de las extorsiones realizadas por los jueces ordinarios y llegan incluso al conflicto con la Inquisición por liberar a un reo sin su beneplácito.
Por otra parte, en Madrid, el Gran Inquisidor tampoco parece estar de acuerdo con muchas de las conclusiones logroñesas, llegando incluso a pedir su parecer al obispo de Pamplona, Antonio de Venegas, que contestó achacando gran parte de los males al excesivo celo empleado por sus funcionarios y al ejemplo de P. de Lancre. El clero local, salvo excepciones, como el celosísimo colaborador de la Inquisición y abad de Urdax, Aranibar, el rector de Zubieta, el de Vera y otros pocos, era hostil a esta intromisión, evasivo y parco en informaciones. Incluso el Dr. Zalba, visitador del obispo de Pamplona, se atrevió a negar ante testigos la existencia misma de las brujas. Muy importante fue, por otra parte, la actuación del jesuita Hernando de Golarte desde 1611 a raíz de las investigaciones que hizo en el transcurso de su viaje por la zona afectada por la epidemia de brujería. Testificó en sus informes en contra de los métodos empleados para hacer confesar a los supuestos brujos y brujas esgrimiendo casos concretos. Varias niñas de Yanci, por ejemplo, habían confesado tener trato sexual con el demonio, pero Golarte hace constar que "habiéndose examinado se han hallado enteras". Un niño de Echalar confesó no ser ciertas las relaciones sexuales que había dicho tener con el demonio, sino que había hecho esta declaración para que sus padres le mimaran... Dos casos entre muchos ocasionados por la mitomanía y el pánico. El veredicto final sobre la actuación de los inquisidores de Logroño tuvo lugar en 1614.
El Gran Inquisidor y el Consejo dieron la razón a Salazar y Frías y debieron de hacerlo, no sólo presionados por su asesor y por personalidades como Golarte y el obispo de Pamplona, sino también por convicción propia, paulatina, de que los acusados habían confesado ya sea por mentir deliberadamente, ya por no sufrir más tormento.
La resolución final, firmada el 29 de agosto de 1614, marca un giro de gran importancia en la historia de la brujería en el país, ya que servirá de directriz en los procesos que se pretendieran incoar en el futuro. Se observa, pues, dentro del pensamiento trascendente una vuelta a la cordura, sobre todo por parte de la tan vilipendiada Inquisición española. Afortunadamente para todos, Satanás vuelve a ser recluido en su reino tradicional: los infiernos. Se inquieren nuevas explicaciones al comportamiento brujeril tales como el uso de alucinógenos y la mera búsqueda de desenfreno sexual. Humanistas y teólogos comienzan a dudar de asertos que hasta hacia poco habían casi tenido carácter de dogma y estaban dispuestos a admitir que los acusados podían haber estado sometidos al efecto de sustancias vegetales, tales como las descritas en la Pérites yatrigués, del griego Dioscórides Pedanio [s. I], que acababa de ser vertida al castellano por el Dr. Andrés Laguna [Dioscórides Anazarbeo, cerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos, Valencia, 1596]. No olvidemos que, a diferencia de lo que ocurre frecuentemente en nuestros días, las propiedades naturales de las plantas no constituyeron un misterio para pastores y campesinos. Algunas especies son conocidas desde muy antiguo; la toxina, alcaloide extraído del tejo (agin en euskera, fuente de numerosos topónimos como aginaga y poderoso abortivo), fue ya utilizada por los cántabros, como atestiguan César (Bell. Gall., 6, 31, 5 ed. Klotz) y Floro (2, 33, 46, ed. Rossbach), entre otros. ¿Experimentaron los vascos con las propiedades alucinógenas de su variada flora desde la remota antigüedad? Dotadas de innumerables nombres autóctonos, el beleño (arabedar, biotz-igarra, atabaloi, azkordinbedar, oilo- belhar), la dulcamara (erpe-bedar, eztikarats, belharkirets), la misteriosa mandrágora (urrilo), la belladona (beladar, beladona, belaiki, belhar-otzar) y el estramonio (sorgin-belhar, asma-belhar, aitañi-lili), fueron alucinógenos ampliamente utilizados por las clases populares europeas para crear humildes paraísos artificiales y aplacar, en caso de necesidad, las molestas punzadas del hambre. Aquí volvemos a tropezar nuevamente con un importante elemento del rito primitivo: la droga.
Todas estas solanáceas, en especial el beleño, aparecen ya desde muy antiguo, en las religiones autóctonas de Europa, sobre todo en las ceremonias de iniciación y en las sesiones augurales. (Hoy en día los estupefacientes son de uso ritual obligado en Australia y continente americano). Beleño y belladona (ricos en atropina y otros alcaloides) y el hongo llamado amanita muscaria (kuleto paltsoa), sirvieron en el medievo europeo para fabricar ungüentos alucinógenos que se aplicaban en diversas partes delicadas del cuerpo y cuyos efectos, conocidos hoy por vía de experimentación -sensación de euforia, visiones, sensación de volar, feliz relajación, sueños eróticos-, coinciden, en la mayoría de los casos, con las deposiciones efectuadas por los brujos ante la justicia. De esto se había percatado ya el agudo humanista Pedro de Valencia (1555-1620), que escribió a propósito del Auto de Fe de Logroño un Discurso... de las brujas y cosas tocantes a la magia, en el que explica las fantásticas deposiciones que hicieron en el Auto -vuelos por el aire pócimas fabricadas con sesos de muerto, agua de sapos, belarrona, etc., ayuntamiento de brujos y brujas con el demonio, vampirismo, necrofagia, misas negras, etc.- como "embustes de los reos, torpemente interrogados". También se dio cuenta del papel decisivo jugado por los bebedizos y ungüentos alucinógenos en los supuestos viajes por el aire, "visión nacida quizás. de estar compuesto el unto de yerbas frías, como cicuta, solano, yerba mora, beleño y mandrágora que, no sólo producen efectos narcóticos, sino visiones agradables". Como suelen interpretar algunos autores modernos un tanto unilateralmente, Pedro de Valencia pensó que tal vez los asistentes a los akelarres "con deseo de cometer fornicaciones, adulterios o sodomías, ayan inventado aquellas juntas y misterios de maldad, en que alguno, el mayor vellaco, se finxa Sathanas..." En Francia, el empuje racionalista va a tardar mucho más en manifestarse y aún tendremos que esperar a 1682 para que el delito de hechicería deje de ser penado con la hoguera.
Sin embargo, los jueces que sustituyen a Lancre fueron más benévolos; apenas admitieron un número restringido de pruebas y pusieron en libertad a aquellos acusados que habían podido sobrevivir a los horrores transcurridos, ante la indignación de Aranibar, el abad de Urdax, que pronosticó que aquello había de "causar mucho mal en esta tierra de Francia". La misión general de Lab. fue encomendada a los doctos jesuitas. Fracasada la comisión de Lancre, que había costado vanamente tantas vidas humanas, la reina madre, regente de Francia y Navarra a la muerte de Enrique IV, tuvo que desistir y adoptar el método blando. Para ello recurrió (1612) al P. Coton, célebre predicador de la época, que encomendó la tarea a Champbon, provincial de Aquitania. El problema principal de la misión consistió en encontrar a predicadores en lengua vasca. Por fin, en 1614, un tal P. Soccarro, de San Juan de Pie de Puerto y otro jesuita no identificado intentaron volver al redil a los descarriados laburdinos. El obispo bargorritarra Echauz colaboró con los dos jesuitas tanto más cuanto que su conciencia le remordía de tener a su dióc. abandonada debido a las obligaciones que le imponía su cargo de primer capellán real. Las Litterae societatis IESV annorum duorum... nos dan una interesante relación de esta misión, del estado de terror colectivo en que se hallaba sumida esta parte del país, estado semejante al que encontró el P. Golarte en la otra vertiente pirenaica y, Salazar y Frías, el inquisidor. También ponen de manifiesto el carácter multitudinario de la brujería y la inmensa credulidad de los predicadores que creen, como Lancre, en la verdad de todas las prácticas de hechicería, aunque se les haya encomendado otra manera de extirparlas. Su actitud mental respecto a los nativos es una mezcla de compasión y desprecio. He aquí algunos párrafos:

En los alrededores de Bayona, queriendo el demonio que se le rindiera culto divino, se había constituido una especie de reino entre hombres bárbaros y se hacía adorar bajo la forma de un repugnante macho cabrío... Desde el interior del País Vasco, algunos católicos vinieron a pedirnos ayuda contra los fantasmas infernales que arrancaban a los niños de sus cunas casi todas las noches y los llevaban durante cierto tiempo; toda la región adoleció de esta plaga cruelmente. Aconsejados por nosotros, recurrieron a los exorcismos de la Iglesia y fueron así liberados de toda clase de fantasmas... El demonio que preside esta reunión -akelarre- recibe el nombre de jaunam gorriam en lengua vulgar del país... En 1614 recorrimos la parte de Cantabria (País Vasco) situada al N., la que depende enteramente de Francia y que está separada de la Cantabria española por la cadena de los Pirineos. Habiendo penetrado la corrupción en este pueblo privado desde hace mucho de una sana doctrina, todo este país goza de una triste reputación por horribles y malhechoras prácticas que ronda el prodigio. Recordamos que a menudo, numerosos tropeles de habitantes de esta provincia, convictos de este crimen, habían sido condenados y quemados en Burdeos... Habiendo obtenido la misión del obispo de Bayona penetraron -el relato aquí pasa momentáneamente a la tercera persona- sin tardanza en el País Vasco, llenos de confianza en poder arrostrar las dificultades de la empresa que preveían iba a ser muy ardua. Sin embargo, las dificultades no aparecieron por el lado que esperaban desde el principio... Al rumorearse la vertida de nuestros Padres cundió una gran consternación por todo. Creían ver en ellos a dos magistrados revestidos de poderes supremos para renovar las diligencias y volver a encender las hogueras. De esta forma les costó a nuestros Padres gran trabajo el destruir este prejuico popular. Los Padres se detuvieron a la entrada de la provincia para predicar a los habitantes de San Juan de Luz e inclusa dar un curso de teología los mismos sacerdote,... Cuando penetraron más adelante en el país; grupos de hombres acudieron a ellos de todas partes y, sin haber sido denunciados ni interrogados, declararon haberse librado voluntariamente la brujería, confesando cosas terribles, tanto para decir como para escucha, sobre ellos mismos y sus cómplices. Se relataron cosas terribles sobre los curas, que hacían profesión de estas execrables prácticas.
Así resultó que de sus bocas sacrílegas, saltan alabanzas a su amo Satanás, al que dirigía; los más respetuosos epítetos en sus sermones, y para serles más propicios ultrajaban violentamente, mediante sacrílegos sarcasmos, a su Magestad Divina. En un antro lleno de toda clase de impurezas, llegaban hasta el extremo de simular el Santo Sacrificio de la misa y, en lugar de la Hostia celeste, imponían a la adoración de los asistentes un redondel de no sé que sustancia negra como la pez. Según lo que decía la gente, se confiaba a los adultos destinadas a cometer crímenes mayores y a la infancia recién iniciada en los misterios infernales, a guisa de aprendizaje del crimen, el cuidado de criar rebaños de sapos que se recogían cuidadosamente para los usos perjudiciales del arte mágica. En efecto, en el seno de las asamblea de brujería, se preparaba el veneno que se hace cocer en calderos para propagar luego enfermedades en los campos, rebaños y personas... Además de niños, un buen número de personas de edad avanzada, que habían servido criminalmente al infierno durante 40 ó 50 años, se presentaron a nosotros para ser curadas y renovadas. Entre otras personas, acudió un brujo que; para la perdición de muchos, profesaba públicamente la magia en estos lugares; nos testimonió la sinceridad de su abjuración trayéndonos para quemar sus tratados de magia... Dábamos a veces nuestros cuidados a 90 personas en un solo día y, por favor del cielo, con tal éxito, que en menos de seis meses liberamos a 600 del culto infernal y las reconciliamos con Cristo y su Iglesia... No pudimos satisfacer a la mayoría, a pesar de nuestros deseos. Vinieron, además, gran cantidad del País Vasco español y de más allá de los Pirineos, de la Baja y de la Alta Navarra y de la misma Pamplona...
Por otra parte, nuestros Padres apresuráronse en aprovechar las circunstancias, celebraron la fiesta de nuestro bienaventurado Padre en el mismo santuario de Loyola, con toda la solemnidad posible durante dos días completos. Cuando iban a irse de allí, les salieron al paso habitantes del lugar que venían en su busca a Loyola para ser liberados de un cruel maleficio... Mientras volvían de regreso, a través de la Baja Navarra, les fueron presentados muchos posesos de ese lugar que ladraban como perros. Uno joven de 19 años entre ellas, iniciada recientemente a las criminales orgias del infierno, fue arrastrada a ese grupo. Esta reveló que todos los que entraban en la cofradía infernal recibían en el blanco del ojo izquierdo, a la mitad de la ceremonia de iniciación, una infusión de una droga que hacia que se formara en ese lugar la imagen de un pie de sapo, auténtico signo de su consagración al demonio... Saint-Palais es la villa principal de nuestra Navarra, donde reside el consejo supremo herético. de este gobierno. También hay en él un buen número de católicos. Les predicamos algunos sermones, les explicamos el catecismo y los instruimos sobre un buen número de cuestiones muy graves concernientes a la fe y a las costumbres; discutimos también con el procanciller de este gobierno, calvinista erudito, sobre puntos controvertidos de la doctrina... Actuamos, en fin, seriamente ante el consejo entero para que las personas que hubieran pactado con el demonio en otros tiempos, fueran eximidas de los rigores de la justicia, sí se ofrecían ellas mismas para que fuera curado su espíritu... El consejo pareció convencerse con nuestras ideas y dispuesto a ratificarlas... Nuestros Padres salieron directamente para Burdeos. A su paso acudieron de todos lados grupos numerosos de campesinos y villanos con sus curas y magistrados, dándonos las gracias por haber traído la salud a sus compatriotas... Quedaron muy afligidos cuando nuestros Padres, dejándoles algo de esperanza, les dijeron netamente que, a pesar de toda su buena voluntad, no tenían más tiempo para ocuparse de ellos.

 
 Pero el carácter secreto de las averiguaciones y conclusiones inquisitoriales mantuvo durante mucho tiempo al pueblo, e incluso al personal de los tribunales civiles, anclado en el miedo al poder activo del demonio y en estereotipos transmitidos de generación en generación. El mismo edicto de gracia emitido por el tribunal logroñes -dividido, como hemos dicho, en tendencias opuestas- pone flagrantemente de manifiesto la contradicción que suponía el admitir los hechos relatados en el escrito del Auto de 1610. No es de extrañar, pues, que durante buena parte del s. XVII, Satán se resista a reingresar en la caja de Pandora, otrora tan generosamente abierta. En 1616 las autoridades vizcainas piden a Madrid se persiga a la multitud de brujos y brujas que pululan en el Señorío. Tras las investigaciones efectuadas por un juez y el jesuita Medrano, el caso de las brujas de Vizcaya pasa a manos de la Inquisición de Logroño, donde se halla nuevamente Salazar y Frías (1617), junto con un inquisidor nuevo, Antonio de Aranda y Alarcón. Solazar chocó con el Corregidor y las autoridades civiles que querían llevar el asunto con mano dura. El Santo Oficio, esta vez, siguió el criterio adoptado por el informe de 1614. Lo mismo sucede con la petición formulada por el historiador doctor Lope Martínez de Isasti, en 1619; Isasti se queja de "los daños que en mar y tierra resultan de las muchas bruxas que ay en aquella comarca" creyendo en la autenticidad de su existencia y prácticas. El Santo Oficio, a pesar de las reiteradas peticiones de las Juntas de Guipúzcoa supo escabullirse enterrando el asunto por falta de pruebas convincentes. En las Juntas Generales celebradas en Guernica en marzo de 1619 se acordó pedir una campaña en regla contra la brujería en el Señorío, petición que se reiteró en la de junio, en la que un juntero manifestó la "necesidad de proceder con todo rigor y pedir hasta el tormento". Del mismo tenor es la petición de V. de Ordizia del mismo año. Y aún en 1621 siguen insistiendo las Juntas guipuzcoanas, sabiéndose que Azpeitia custodiaba por entonces a dos brujas ya procesadas. Uno de los últimos procesos de brujería pura que se incoaron en tierra vasca debió desarrollarse a mediados del s. XVII, ya que el 6 de enero de 1647, en una asamblea general celebrada en Labastide-Clairence (Baja Navarra), se votó un empréstito de 1.800 libras y se nombró a dos síndicos para continuar las diligencias comenzadas contra 5 mujeres y un hombre encarcelados bajo la acusación de brujería. En Zuberoa, un tejedor bearnés, tardío epígono de la Morguy, alborotó, hacia 1670, la región, diciendo que era un antiguo asistente al akelarre y que podía reconocer a sus compañeros por las manchas dejadas por Satán en el ojo izquierdo. Una oleada de pánico se abatió sobre la población que vio venir sobre sí otra nueva persecución a lo Lancre. Pero la evolución del pensamiento trascendente por estas fechas era ya irreversible. Por orden del 19 de octubre de 1671, el trasnochado vidente fue arrestado... En el sínodo de Bayona de 1679, se prohibió al clero el uso del Malleus y libros similares. Una nueva arremetida, el demoledor empuje del siglo de las luces, bastará para derribar por tierra el viejo esperpento teórico prohijado por el Malleus.

El retorno a los viejos cauces

Las aguas vuelven, pues, a su cauce, conforme se apagan, poco a poco, los ecos suscitados por los procesos de 1609-1610. La magia intenta conseguir, y lo logra, un acomodo en un mundo que se racionaliza cada vez más. En el transcurso de los siglos XVII, XVIII y hasta nuestros días, vuelve a haber herboleros y herboleras, en abierta competencia, ahora, con sus colegas titulados, los médicos y los boticarios. Idoate nos da a conocer una buena selección de ellos, siempre a la greña con el protomédico de turno. Un tal Domingo Gallego, a mediados del siglo XVII, curaba en Peralta, mediante bebedizos, ungüentos y "ciencia infusa", casi todas las enfermedades. Procedente de Tolosa, Lucas de Ayerbe, "especialista en extraer los demonios del cuerpo" a base de golpear al endemoniado, se estableció en Villava, Navarra, hacia 1670, sin sufrir apenas persecución. En Atauri, Álava, los servicios del "saludador" eran estipulados mediante contrato con el Concejo (1691). En pleno siglo XVIII (1713) el "saludador" tiene un sueldo fijo -o contractual- concejil, con la obligación de asistir al vecindario, animales y campos dos veces al año. A finales del siglo XVIII, el "cirujano" pamplonica Ignacio Páramo cura los cánceres de piel suministrando un brebaje que él llamaba "caldo de víboras", atrayéndose la denuncia de los farmacéuticos navarros, que, por lo visto, utilizaban métodos más honorables. Caro Baroja nos da a conocer el caso de la curandera Francisca Ignacia de Sorondo, que en 1826 se hizo extender por el ayuntamiento de Fuenterrabía un certificado por el que se garantizaba que no era bruja. A comienzos del siglo pasado, un saludador atrajo a grandes multitudes de labriegos laburdinos, sobre todo de Ascain y Sara, que acudieron con sus animales para que fuesen bendecidos y exorcizados. Francisque Michel atestigua la existencia por entonces, en Saint-Jean-le-Vieux (Baja Navarra) de un sedicente "Rey de los Brujos" que ejerció durante más de 80 años la curandería y la adivinación. Un párroco relató también a W. Webster su estupor al recibir la confesión de uno de sus feligreses, hacia 1875, en la que se acusaba de asistencia al Sabbat... J. M.ª Iribarren, en su Retablo de curiosidades (1954) recoge varios casos, actuales y decimonónicos, de atribución de facultades ocultas a determinadas personas, generalmente mujeres. Opina Iribarren que suelen acaecer estos fenómenos en lugares sometidos "al influjo druídico de los bosques y de las cuevas", y observa que, en la Ribera, los lugares más propicios son los que poseen cuevas, por "el misterio inherente a la oquedad". Recoge este autor más de una docena de casos y personajes: llevan fama de brujas, en Monteagudo, la tía Flora; en Arguedas, la Caramba y el Ostión; en Fitero, la Choya; en Cintruénigo, la Morundaca; en Valtierra, un hombre "mucho malo que guardaba los diablos en un cañuto y, con esto, tenía poder"; en Milagro, la Cartago, etc., personajes todos ellos del siglo que vivimos. La Morundaca debió inspirar tal pavor que se le adaptó una copla:
En el cielo manda Dios
y en el fuerte manda el,
Jaca y en el camino a Tudela
manda la tía Morundaca.
La Tafallica fue sorprendida por un herrero de Tafalla cuando estaba convertida en grulla. Otros casos se producen, también a comienzos de siglo, en Corella, Larraga, Subiza, Galdeano..., hasta poderse afirmar, como lo hace Iribarren, que "raro será el pueblo de la Ribera que no cuente con su brujo o su bruja contemporáneos". En Leiza se hacía una cruz sobre la ceniza del hogar antes de irse a la cama, en Cascante se empleaba un cedazo y una tijera, en muchos pueblos de la montaña se coloca -y se sigue haciendo- un cardo en la puerta para que la bruja se entretenga y no entre, o se echa un puñado de sal al fuego si el gallo canta en horas intenpestivas. Cuando se cree que alguien o algo está encantado, se queman los colchones o se abren para examinar su contenido; la caprichosa forma zoomórfica de un copo de lana puede ser la manifestación inequívoca de un hechizo. Esto se hacía al menos en la cuenca del Bidasoa y en la encrucijada situada ante una antigua poterna de Bayona. Refiere Azkue que a finales del s. XIX había tres brujos en Ochagavía: una mujer llamada Martina Oxokokoa, otra mujer de Zubieta y un hombre de Eseverri. Los tres murieron sin reconciliarse con la iglesia y se cuenta que a su muerte cayó una enorme granizada. Casos semejantes hubo, en los mismos años, en Vidángoz, Bigüezal, Zubieta y Aezkoa. La bruja llamada la Caliente, de Aezkoa, cambió repetidas veces de postura en el ataúd, si hemos de creer a sus contemporáneos... También en esta época, un vecino de Orendain conjuraba a las nubes provenientes del Aitzgorri a que descargaran sus precipitaciones en Gorritimendi. Hay una tonada conservada hasta hace poco en las montañas de Navarra de indubitable sabor akelárrico:
Adarrak okerrak akerrak ditu
Okerrak adarrak akerrak ¡bai!
Tal vez la conociera aquel misterioso brujo de Arrauntz (Ustaritz) al que los laburdinos llamaban, sin el menor asomo de broma, Jainko ttipia, antes de la II Guerra Europea. Caro Baroja recoge varios casos de asistencia a akelarres bien entrado nuestro siglo (1932, 1942), en Vizcaya y montaña navarra. En Isaba (Roncal), una de las últimas brujas de comienzos de siglo se atrevió a presidir, convertida en cabra, la ronda de una cuadrilla de mozos; entre todos le dieron, mientras bailaba, una paliza, a consecuencias de la cual, al día siguiente, apareció bajo su forma humana bastante malparada... [Lo más curioso de este caso fue la muerte de la supuesta bruja, que acaeció casualmente -le cayó una piedra- al encontrarse en un tramo del camino a Uztarroz, especialmente abundante en sapos...]. De todos estos casos, pero sobre todo de la multitud de leyendas y creencias recogidas en lo que va de siglo por Barandiarán, se desprende el carácter autónomo de la brujería vasca, y la escasa mella que sobre ella hicieran procesos y elucubraciones satanísticas. Más de 300 años después de ser quemados tantos de nuestros antepasados, Barandiarán ha podido recoger de boca de cientos de campesinos un sinnúmero de creencias que tienen muy poco que ver con el Malleus y mucho con los seres míticos que pueblan cuevas, bosques y fuentes en los misteriosos atardeceres del hombre que trabaja en contacto estrecho con la madre tierra. Para él, hay seres humanos que tienen contactos con el más allá y que pueden producir el bien o el maleficio, seres predispuestos a los que basta con dar tres vueltas alrededor de una iglesia, o recibir la transmisión de la facultad de manos del moribundo, o estar mal bautizados, o persignarse con el pie, para convertirse en sorgin, el ser mítico que lleva a cabo acciones extraordinarias al servicio de Mari, que adopta la forma de diversos animales y huye ante la invocación del nombre de Cristo o de sus santos. Tras los grandes procesos, la bruja de Goya se limpia el rostro de maquillajes. Las aguas vuelven a su cauce.

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Idoia Estornés Zubizarreta

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