CASIMIRO AIN
Nombre real: Aín, Casimiro
Seudónimo/s: El lecherito y
El vasquito
Bailarín
(4
marzo 1882 - 17 octubre 1940)
Recibe sus apodos por ser hijo de un vasco lechero,
del entonces barrio de La
Piedad, donde aprendió a bailar de muy pequeño al compás de
los organitos callejeros.
Fue bailarín del circo de Frank Brown, el célebre payaso extranjero que vino a
ganar fama a éste país que tomó por adopción.
En 1901 Casimiro Aín
viaja a Europa en un buque de carga, trabajando de cualquier cosa menos como
bailarín.
A su regreso en 1904 actúa en nuestro teatro Ópera junto a su esposa Marta.
Durante los festejos del Centenario (1910) actúa con gran éxito, convirtiéndose
definitivamente en un profesional de la danza cuando viaja en 1913 a Francia con la
orquesta típica que integraban el bandoneonista Vicente
Loduca, el violinista Eduardo
Monelos y el pianista Celestino
Ferrer.
Se presentaron en el mítico Cabaret El Garrón que era el reducto de la
comunidad argentina radicada en París y que encabezaba el músico Manuel
Pizarro.
Luego viaja a Nueva York donde permanece tres años, volviendo a Buenos Aires en
1916.
La década del '20 lo encuentra nuevamente en París, donde gana con su compañera
Jazmín, el Campeonato Mundial de Danzas Modernas, que se realizó en el Teatro
Marigny en el mes de junio y compitiendo con 150 parejas.
Más tarde con la alemana Edith Peggy recorrió toda Europa y en 1930 retorna
definitivamente a la
Argentina para actuar unos pocos años más.
Existe una historia, para nosotros una leyenda, ya que nunca fue debidamente
comprobada, que el primero de febrero de 1924, por una iniciativa del entonces
embajador argentino ante el Vaticano, Don García Mansilla —muy preocupado en
disipar el sayo de la inmoralidad del tango y su prohibición eclesiástica—, Aín
bailó ante el Papa Pío XI y otros altos dignatarios el tango “Ave María”,
de Francisco y Juan Canaro.
Su pareja fue la bibliotecaria de la embajada, una señorita de apellido Scotto,
acompañados por la música de un armonio. El tango elegido, muy livianito
recibió la aprobación del Papa.
Esto lo cuenta y lo afirma Aín en un reportaje que se le realizó a su regreso
de Italia. Pero nuestro amigo, el musicólogo Enrique Cámara, catedrático de la Universidad de
Valladolid y con muchos años de residencia en Italia, recorrió con
pacientemente la hemeroteca del Vaticano, en especial su diario L'Osservatore Romano,
y no encontró nada al respecto.
En un artículo transcripto en la revista Tango y Lunfardo Nº 34 dirigida
por Gaspar Astarita, el periodista Abel Curuchet entrevista a Casimiro Aín,
en una publicación aparecida el 21 de marzo de 1923.
Allí nos dice «es en realidad un hombre simpático que habla a grandes voces, ni
joven ni viejo, tendrá a lo sumo cuarenta años. De mediana estatura, viste con
corrección aún cuando su elegancia es escasa. Al saber que soy cronista y que
desconozco su obra y su prestigio, el hombre se desvive por ponerme al
corriente de su vida.
«¿Si se baila mucho? Nunca como este año, la gente parece que no quiere más que
bailar. No doy abasto con las lecciones.
«Mire esta libretita —la miro y leo, en orden alfabético, los nombres más
copetudos—.
«Son a los que le di lecciones. Yo me dediqué al baile por casualidad. Fue una
aventura de muchacho curioso y bohemio. Mi primera salida del país fue allá por
1903. No sabiendo qué hacer en Buenos Aires, me embarqué sin rumbo en un vapor
que me condujo a Inglaterra. Estuve un mes en Londres y de allí pasé a París.
Con dos amigos comenzamos a recorrer los bares y cabarets, con una guitarra
raída y miserable y un violín destartalado, formamos un terceto errante y
pintoresco. Yo comencé a bailar el tango criollo. El éxito que tuvimos fue
rotundo, empezamos a ganar dinero a granel. De París fui a España, donde
después de una breve estadía, regresé a mi país. Me fui perfeccionando en el
baile e hice progresos notorios que me valieron importantes contratos para
bailar en los teatros, como número de fin de fiesta.
«En 1913, deseoso de conquistar fama y fortuna, hice mi segunda salida de la
patria. En el vapor Sierra Ventana, partimos a la aventura, yo y tres muchachos
amigos. Uno de ellos pianista, el otro cargaba su violín y el tercero con un
bandoneón. (se refiere a Ferrer, Monelos y Loduca, viaje que fue costeado por
Ramón Alberto López
Buchardo, importante personaje de la sociedad porteña).
«Llegamos a Bulogne Sur Mer y ni bien desembarcamos tomamos el tren rápido a
París que llegó a las doce de la noche. Era una noche de un invierno cruel y lo
primero que decidimos fue marchar a Montmartre. Encontramos el primer cabaret y
nos metimos, estaba rebosante de gente. Y llegado el momento nos metimos con lo
nuestro, atrajimos al público que nos tiraba unos francos, tantos que los
cuatro vivimos muy bien durante un mes. Hubo suerte, porque aquel cabaret era
el Princesa, famoso luego cuando en manos de Manuel
Pizarro se transformó en El Garrón.
«También anduve por Dinamarca, Alemania, Rusia y Portugal. Por el momento no
creo que regrese al Viejo Mundo. Aquí he reunido una fortuna respetable que me
permite vivir rodeado de comodidades. Además están mi familia, mi madre, mi
esposa y mis hijos.
«Claro que el dinero que gano me cuesta fatigas, pero no tengo más remedio que
seguir enseñando a bailar a los que no saben, como si fuera un nuevo
mandamiento.
«¿Usted quiere saber cuánto bailo yo? Le citaré un caso. Los siete días de la
semana, por veinticuatro horas, dan un total de ciento sesenta y ocho horas.
Pues bien, durante la semana del carnaval pasado bailé ciento veinticuatro
horas repartidas así: en el salón del Club Pueyrredón, setenta y cuatro horas;
sumadas a las siete u ocho lecciones diarias, que son otras cincuenta horas.
Suponiendo que cada hora de baile corresponda a tres kilómetros, he recorrido
trescientos setenta y dos kilómetros.
«Además, anote que he bailado con unas veinte mil personas.
«¿Si gano mucho dinero? Por año unos ciento veinte mil pesos.
«En eso se nos acerca una señora y le pregunta al bailarín cuándo podrá ir a su
casa para unas lecciones, Aín consulta su libretita y le contesta que recién en
tres semanas, la dama se retira después de saludar fríamente.
«Realmente comprobamos que es un artista exitoso.»
Casimiro
Aín bailando ante el Papa
Por Carlos Hugo Burgstaller
Todos estamos de
acuerdo que el tango nació bailado o para bailar; sin embargo difícil sería
encontrar los nombres de aquellos (hombres y mujeres) que fueron dándole a esta
danza sus pri meros pasos.
También podemos
coincidir en que la suma de las inspiraciones de aquellos anónimos bailarines
fue dando forma a ese vuelo quebrado entre el cuerpo y el alma que es el tango
bailado. Poco a poco alguno de ellos fueron puliendo esos pasos primitivo
elevándolo a una categoría que bien podríamos llamarla profesional. Y es muy
posible que, en el recuerdo o en la memoria, (que tal vez no sean la misma
cosa) surja el nombre de José Ovidio Bianquet, “El Cachafaz”, para muchos el
más grande. Sin embargo los cortes y las quebradas de “El Cachafaz” no
alcanzaron (aunque paseó su talento por Europa) las cumbres del éxito y la
popularidad que si logró Casimiro Aín, “El Vasquito”, en aquel continente.
Ahora si Bianquet
fue mejor que Aín no es tema que me interese debatir hoy, pero si rescatar el
hecho que, entre otros, Aín posee el mérito de haber logrado que el tango fuera
bailado por lo más encumbrado de la sociedad europea.
En aquel barrio de
Buenos Aires que aún se llamaba La
Piedad, Casimiro Aín aprendió a bailar de muy pequeño al
compás de los organitos callejeros. De su padre, un vasco lechero, heredó el
apodo. Su capacidad para el baile le permitió formar parte de la trouppe
del célebre payaso Frank Brown.
Sin embargo el
sueño de alas errantes que germinaba en Aín le pronosticaba otros destinos,
mucho más lejanos y glamorosos. En 1901 se embarca en un buque de carga rumbo a
Europa donde trabaja de todo menos de bailarín. El año 1904 lo encuentra
nuevamente en la Argentina,
y si el viaje no había resultado lo que sus anhelos le prometían el baile
seguía siendo su pasión. Junto a su esposa Marta comienza a presentarse en
teatros porteños hasta que los festejos del Centenario (1810-1910) le traen el
éxito y el reconocimiento definitivo para convertirse en profesional. Un nuevo
viaje a Europa en 1913 lo lleva acompañado del trío formado por Vicente Loduca
en bandoneón, Eduardo Monelos en violín y Celestino Ferrer en piano. Otra
historia comenzaba a escribirse.
Los años que
vinieron podemos resumirlos de la siguiente manera: En París se presenta en el
famoso y mítico cabaret EL Garrón, reducto de la comunidad argentina. Luego
fueron tres años en New York y el regreso a Buenos Aires en 1916. La década del
20’ lo
encuentra nuevamente en París donde, junto a su compañera Jazmín, gana el
Campeonato Mundial de Danzas Modernas realizado en el teatro Marigny
compitiendo contra 150 parejas. Más tarde junto a la alemana Edith Peggy
recorre toda Europa.
1930 es el año del
retorno definitivo a la
Argentina donde actúa unos años más falleciendo un 17 de
octubre de 1940, había nacido el 4 de marzo de 1882, tenía apenas 58 años.
Pero a esta altura
de la nota debo confesar que el recuerdo de Casimiro Aín es solo una escusa
para referirme a otro tema que bien podemos llamar: El tango y la iglesia (o el
Papa).
Creo que todos
hemos escuchado aquella historia sobre el Papa (luego veremos cual) que pidió
que se bailara frente a él un tango para emitir su juicio y que fue Casimiro
Aín el encargado de hacer la demostración. Ahora, a medida que uno va
adentrándose en esta historia descubre que fueron tres los papas que
intervinieron: Pío X (1903-1913*), Benedicto XV (1914-1922*) y Pío XI
(1922-1939*). Sin embargo esto provoca algún tipo de confusión, no pudieron ser
los tres, ya que en una sola oportunidad Aín bailó ante el Papa.
Pues veamos:
Historia 1 -
Comencemos por el relato que hace Néstor Pinzón en su nota “Casimiro Aín”
publicada en la página de Internet Todo Tango. Según este autor la historia no
pasa de ser una leyenda ya que nunca fue debidamente comprobada. ¿Y cuál es esa
historia que no pasa de ser leyenda?: El primero de febrero de 1924 y por
iniciativa del entonces embajador argentino ante el Vaticano, Don garcía
Mansilla –muy preocupado por disipar las nubes de inmoralidad que rodeaban al
tango para la iglesia- logró que Casimiro Aín bailara frente a Pío XI
(1922-1939*) bailara el tango Ave María de Francisco y Juan Canaro. En esa
oportunidad la compañera de “El Vasquito” fue la bibliotecaria de la embajada,
una señorita de apellido Scotto; el tango elegido fue ejecutado en un armonio.
Pinzón se basa
para decir que solo es una leyenda en base al a investigación que realizó el
musicólogo Enrique Cámara, catedrático de la Universidad de
Valladolid y con muchos años de residencia en Italia. Cámara recorrió la
hemeroteca del Vaticano, en especial su diario L’Osservatore Romano, sin
encontrar referencia al hecho. Sin embargo Pinzón afirma en su nota que el mismo
Aín relató ese encuentro en un reportaje que le hicieran a su regreso de
Italia. Ese reportaje, realizado por el periodista Abel Curuchet en una
publicación del 21 de marzo de 1923, fue reproducido en la revista Tango y
Lunfardo Nº 34 dirigida por Gaspar Astarita.
Historia
2 - El segundo testimonio llega de la mano de Guillermo Bosovsky quien extrajo
los datos de una nota, de autor anónimo, titulada: “Gloria y ocaso de El
Cachafaz y de El Vasco Aín”. Y en esa nota se sostiene que Aín bailó frente a
el Papa Benedicto XV (1914-1922*)
Historia 3 -
Horacio Salas en su “Tango. Una historia definitiva” habla de Pío X
(1903-1914*), y allí relata que muchos prelados habían criticado abiertamente
las connotaciones sexuales que contenía el baile. Encabezaba estas críticas el
arzobispo de París. Según este relato de Salas Pío X no encontró pecaminosa la
danza aunque recomendó reemplazarla por la furlana, danza de origen Véneto que
había conocido en su juventud.
Historia 4 - El
mismo Horacio Salas traza un relato, un poco diferente, en su libro “El tango”.
En el sostiene que los arzobispos de París, Cambray y Sens, junto al obispo de
Poitiers, rechazaron el tango desde sus respectivos púlpitos y que le fue
encargada a la
Santa Congregación de la Disciplina de los
Sacramentos, analizar el problema. Los oscuros y pecaminosos orígenes del tango
ponían en jaque al pensamiento de la iglesia. Fue entonces que a principios de
1914 el papa Pío X (1903-1914*) se encargó de juzgar, personalmente, los peligros
del tango. Lo que llevó a intervenir al Papa fue explicado en la edición del 7
de marzo de 1914 en la revista P.B.T. Allí se contó que varios jóvenes de la
nobleza habían reclamado por la injusticia que significaba que, a causa de una
disposición del Ministerio de Guerra Italiano, la oficialidad del reino no
pudiera participar de la danza (el tango en los próximos festejos del
Carnaval). Fue así que a instancias del cardenal Merry y del Val, el príncipe
A. M. (¿?) y su hermana, -según P.B.T.- fueron recibidos por el pontífice en
audiencia privada y lo bailaron en su presencia. El papa no condenó el tango
pero sí se burló de una moda que “0bliga a sus esclavos a bailar una danza tan
poco divertida” y recomendó, en cambio, la furlana (una danza campesina surgida
a comienzos del ochocientos). La prohibición a los oficiales se mantuvo, el
papa no se sumó explícitamente a la censura castrense italiana lo que fue
tomado como una tácita aprobación. De todas maneras en Buenos Aires circulaba
una letrilla que sostenía: "Dicen que el tango es una gran languidez / Y
que por eso lo prohibió Pío Diez...
Historia 5 - Y el
último relato para esta nota, pertenece al libro de José Gobello, “Brevísima
historia crítica del tango”, y que me parece la más clara y completa.
Gobello relata, al
igual que Salas, que los obispos franceses fustigaron severamente al tango
cuando este hizo irrupción en París. Y al igual que los escritores argentinos
Lugones, Larreta e Ibarguren, los obispos consideraban al tango un baile
lascivo y obsceno. Ahora coincidiendo con el relato de Salas para 1914 algunos
jóvenes romanos habían comentado con el cardenal Merry de Val, que les habría
gustado bailar el tango pero no lo hacían porque los obis pos enseñaban que era
pecado (aquí no hay referencia al decreto del Ministerio de Guerra Italiano).
De Val le comentó
al Papa y este sintió deseos de ver bailar un tango para formarse una opinión.
La presentación estuvo a cargo de dos jóvenes de la aristocracia romana
(hermano y hermana) que bailaron frente al papa algo parecido al tango; pues
era una danza purificada por un famoso maestro de baile romano, el profesor
Pichetti. Al Papa le pareció que el tango era aburrido y aconsejó a los jóvenes
bailar la furlana. Pío X nunca se pronunció en contra del tango y, sostiene
Gobello, que aquella letrilla, para él inventada en España y no en Buenos
Aires, y que decía: -“Dicen que el tango es una gran languidez
Y que por eso lo
prohibió Pío Diez...” es mentirosa.
A pesar de que el
comentario de Pío X solo hizo referencia a lo aburrido que le pareció bailar
tango, la mala fama del tango persistió en Europa. Tanque que diez años
después, otro papa, Pío XI (1922.1939*), quiso tener su propia experiencia. Y
aquí aparece otra vez el embajador argentino Daniel García Mansilla (como
también cita Pinzón) quien fue el encargado de presentar a la pareja de baile
al Papa. García Mansilla ya era embajador ante el Vaticano en 1914 pero no
había participado en aquella presentación ante Pío X.
Echo los arreglos
correspondientes el 1· de febrero de 1924, a las 9 de la mañana, ingresó Casimiro
Aín en la Sala
del Trono acompañado por la señorita Scotto, que sería su compañera de baile y
que ya no era bibliotecaria como en el relato de Pinzón sino traductora de la
embajada Argentina. La pareja bailó el tango Ave María, cuyo título no hace
referencia a la Virgen
sino que se refiere a la interjección castellana de Ave María que denota
asombro o extrañeza.
Hacia el final del
baile Aín improvisó una figura que colocó a la pareja de rodillas frente al
Papa. Luego Pío XI se retiró de la sala sin hacer ningún comentario.
Para finalizar
reproduzco el texto del comunicado (Gobello) de la Junta de Historia
Eclesiástica dependiente del Episcopado Argentino, con relación al juicio que
el tango merecía de la iglesia firmado por su presidente Guillermo Gallardo y
su secretario Fray José Brunet, cursado a la Academia Porteña
de Lunfardo el 3 de noviembre de 1967:
“Tenemos el agrado
de di-rigirnos al señor Presidente de la Academia Porteña
de Lun fardo y, en respuesta a la solicitud dirigida a la Junta Histórica
Eclesiástica Argentina con fecha de 2 de octubre, sobre si existió una
prohibición eclesiástica formal del tango, o si la Santa Sede o la
autoridad eclesiástica local condenó ese baile y que carácter revistió la
condena, en caso de haber existido, le manifestamos no tener conocimiento de
prohibición expresa alguna sobre el particular ya que, bajo el aspecto moral,
tanto éste como los de su género se hallan comprendidos en los principios general
de la moral”.
Luego de recorrer
todos estos datos creo que es justo cerrar con algunos datos finales de la vida
de Aín, que en definitiva dio origen a esta nota: Anduvo paseando su arte por
Dinamarca, Alemania, Rusia y Portugal y supo reunir una respetable fortuna.
En 1927, para
otros en 1930, regresa a la
Argentina y va desapareciendo de la actividad pública. El
destino en forma de ironía le expone a una intervención quirúrgica en una
pierna que derivó en una amputación. Aquel eximio bailarín tuvo un final con
muletas, y a los pocos meses murió.
El mayor mérito de
Aín fue pasear el tango por Europa, principalmente París y Roma, y su viaje a
aquel continente (que antecedió a El Cachafaz en 4 años) fue decisivo para que
el tango conquistara el mundo.
Creo que es justo
pensar que cada bailarín le dio al tango una parte de su alma y colaboró así en
su enriquecimiento. Cuando aquellos creadores ignotos fueron pisando más fuerte
en las pistas de baile comenzaron a aparecer nombres que, por distintas razones,
quedaron en la historia y llegaron hasta nosotros·
pero como se baila el baile
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