LA EUSKAL DANTZA DEL SIGLO XXI.
En pleno siglo XXI, le ofrecemos productos folklóricos al espectador, los cuales serán tomados como verdades absolutas, convertidos en tradición. Esta acción se repite generación tras generación sin pasar no por un tamiz veraz, sino por el más mínimo análisis histórico, antropológico, hermenéutico, etc.
La tradición se basa en uno de sus ejes en la repetición, su accionar en el calendario convierte al hecho folklórico en tradicional, entre otras características obviamente. El legado de todos los inmigrantes vascos tiene un valor patrimonial incalculable. Su aporte en la vida de nuestra nación tiene huellas insuperables, hitos históricos, obras maestras, composiciones universales, aprendizajes sostenidos y enseñanzas superadoras. El sostén a lo largo de los años en cada fiesta y encuentro nacional han hecho que las costumbres y muy en concreto la danza vasca sean no solo un referente en nuestra propia comunidad sino en el propio país que habitamos. Su perduración está garantizada por generaciones y trasmisión y enriquecimiento.
El folklore no es ajeno a ningún movimiento social, corriente pensadora o estructura geopolítica dominante, independientemente de la época histórica a la que nos dirijamos. El saber del pueblo como su nombre indica, en ocasiones se ha ocultado bajo mantos de moralidad, roles de género ocultos y situaciones e intervenciones artísticas silenciadas, para poder sostener ejes temáticos al son de los discursos dominantes. Solo así, aprendimos que la danza vasca es eminentemente masculina, Oier Araolaza en el Gaztemundu 2014, desmontó y mostró como esto está muy alejado de nuestra realidad Histórica. Las mujeres de Garai, con su Soka Dantza año a año, en plena dictadura, hacen que la mujer en Euskal Herria comience a tener gracias a la memoria y su accionar el lugar que se merece. Sin ellas muchas de nuestras grandes manifestaciones folklóricas, hubiesen desaparecido, como la Maskarada de Zuberoa.
Desde este lugar en el mundo, una docena de miles de kilómetros, nos separan de nuestra primigenia raíz, estamos en plena etapa, donde nombres propios en el campo que nos concierne, comiencen a ser diarios en nuestros tímpanos. Larramendi, Xaho, Pujana, Olaeta, Urbeltz e Iztueta son algunos. Este Ultimo 30 años antes que Ambrose Merton (seudónimo de Williams Thoms) definiera el termino FOLKLORE, dejó una obra escrita que marca un antes y un después en lo que llamaríamos Danzas vascas. Su primera lectura, análisis y posterior critica es un ejercicio al que el dantzari está obligado a transitar.
Iztueta deja un legado inmenso, una trasmisión cultural, la cual despareció con él, un maestro de danza que fue. Un repertorio elegido para perdurar en páginas escritas y llegar a nuestros días, con matices, claro está y no llegar parte de otras representaciones, que el maestro Iztueta obvio. Este hecho histórico sienta las bases 200 años después en lo que son nuestras inquietudes diarias respecto a la danza vasca. La corriente moralista del siglo XIX, imperaba en Europa y el sentir vasco no escapó a esa moda. Esos son algunos hechos históricos que han incidido sobremanera, en el que hacemos hoy y que, y como nos han enseñado. Si Iztueta está no solo en Bibliotecas y libreias de nuestro País, como no va a estar en nuestras clases de danza vasca.
Mientras consumido el siglo XIX, la danza vasca se comienza a circunscribir a ámbitos académicos, en nuestra tierra, las casas vascas, comienzan a desarrollar un rol singular. El patrimonio campesino, el disfrute, la improvisación conocida, van despareciendo en detrimento de representaciones puramente formales y estructuradas. Los procesos bélicos acrecientan este devenir, donde modelos alejados del hacer herriz-herri, pueblo a pueblo, se multiplican durante casi todo un siglo. Contrapases, minuetos y mussetes, muy exagerados en sus movimientos, se trasmitieron como único modelo de danza femenina vasca, sin tener ningún arraigo en la geografía vasca. Visualizar este hecho es sencillo, como en nuestras casas vascas desaparece no la Soka o cuerda sino la ronda el círculo.
Este pequeño viaje, nos deja hoy, donde, un clip hace que la información salte. Donde no hay lugar donde estemos que podamos estar sin ser localizados, en estas circunstancias. Aunar esfuerzos, revivir hoy desde las instituciones estructuras como Saski Naski y Eresoinka, dotar de infraestructuras lo existente, fortalecer desde donde estamos, organismos nucleadores como Euskal Danztarien Biltzarra, dar el rango académico que debiera a nuestro folklore, como si sucede aquí, en Argentina, valorizar los esfuerzos y conocimientos tanto individuales como colectivos, repensar andaduras históricas, profundizar la base del conocimiento popular y ser dignos habitantes de nuestro propio pagos, son pequeñas tareas a abordar. Sin reproches. Mirar al futuro sabiendo que se hizo y que no se hizo en el pasado/presente.
El individuo, lo colectivo y la institución, cercana y a continuación aglutinadora, debieran compartir intereses. Solo así, ese sin-fin de frases recurrentes, que nos definen como pueblo, pueden llegar a dejar de lucir como slogan y ser reales. La identidad, no es cuadro en la pared, visto cuando ya pasaron cuatro siglos. Somos responsables a cada segundo de nuestras propias acciones. Regar la planta que es nuestra tradición es una de las tareas más importantes que tenemos y tendremos todos aquellos que somos y soñamos con una Euskal Herria de igual a igual en el mundo.
En pleno siglo XXI, mirarnos los unos a los otros como un ser igual, es el reflejo más perdurable y sostenible en el mantenimiento y fortalecimiento de nuestras raíces identitarias. Ser Dantzari sin importar el género, cuidar la raíz, ser solidario en la participación, honesto con el trabajo del otro, valiente en las propuestas y activo en cada hecho cultural, han sido pilares para la danza vasca en esta Semana nacional vasca 2017. Un pequeño paso.
Aitor Alava Zurimendi
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