Manuel Larramendi
Juan Antonio
de Lardizabal.
Escritor y pensador guipuzcoano (1690-1766).
Manuel Larramendi
El pequeño ayudante de sacristía, "franco, divertido, honrado y fiel", según lo define quien le conoció de cerca, optó por ingresar en la Compañía de Jesús en cuanto pudo, tras los estudios de Gramática y la mínima edad exigida (6 de noviembre de 1707, sin haber cumplido los 17 años). Un año más tarde pronunciaba los votos de devoción (18 de noviembre de 1708) y los votos de bienio el 13 de noviembre de 1709, en el Noviciado de Villagarcía de Campos.
Monumento a Manuel Larramendi en Andoain (Gipuzkoa).
Su estrella académica palideció cuando fue destinado confesor de la Reina Mariana de Neoburgo, viuda del último Austria, Carlos II, confinada cerca de Baiona. Desplegó no escasa actividad desde su puesto, conociendo directamente los efectos del jansenismo y galicanismo. Graves intrigas cortesanas mancharon su nombre y el de la reina, a quien defendió bravamente acudiendo en persona a la Corte de Felipe V en Sevilla. Aunque el intrigante fue desterrado, el hecho puso en grave crisis la salud de Larramendi y le causó un fuerte desengaño que le empujó a retirarse de la vida pública y académica a Loiola. Una patente del general, obtenida por la reina, le permitió disfrutar de tal elección, aunque la orden lo quería llevar de nuevo a Salamanca. A partir de 1734 figura en los catálogos como operarius et concionator de la comunidad de Loiola, donde consumirá más de treinta años, hasta su muerte (1766).
Caserío Garagorri, en Andoain (Gipuzkoa) donde nació Manuel Larramendi.
De ese período datan algunas de las obras que publicó como el citado Diccionario, la Nueva demostración en favor de la tesis vergaresa sobre la cuna de San Martín de la Ascensión, y sus numerosas obras inéditas, publicadas una a fin del siglo pasado (Corografía) o en el nuestro (Conferencias sobre los Fueros de Guipúzcoa), alegatos jurídicos en favor de Hernani, fábrica de anclas, piezas del período universitario (Acto Menor y Mayor, Margarita, Sermón sobre S. Francisco de Regis, etc.); continuando inéditas o perdidas otras cuantas (una obra extensa sobre el galicanismo titulada Fides graeca gallorum, un ensayo sobre el Agur, escrito breve sobre el jansenismo, dictámenes, cartas, sermones, etc. ). Recientemente se han publicado por el P. Altuna el inventario de la rica biblioteca personal de Larramendi, legada a Loiola a su muerte (Muga VI -1984- 66-81 ); y un sermón en euskera pronunciado en Azkoitia (1737), Anuario de Filología Vasca "Julio de Urquijo", 19 (1985) 237-88, por J. A. Lakarra.
Carta autógrafa de Manuel Larramendi
Si con estos elementos se llena de contenido el trentenio hasta ahora vacío, de ellos se deduce una imagen muy viva del P. Larramendi. El paréntesis cortesano de Larramendi determinó su vida, lo apartó de la Universidad donde hubiese brillado con arreglo a sus facultades; en compensación concentró su atención en asuntos y problemas de su país, despertando inquietudes y conciencia y dejando una estela que se recupera actualmente con el descubrimiento de toda su obra.
Larramendi, desde un punto de vista literario, es un gran escritor en castellano, mérito que supo descubrir L. Michelena, y maneja bien el latín y el euskera como lo demuestran las piezas que conservamos escritas en tales lenguas y hay que suponer que aprendió el francés. Su prosa castellana posee un gran garbo y gran riqueza de léxico. Pero es el fondo de sus obras más que su forma lo que ha atraído la atención del lector moderno.
“En cualquier caso, pasa por ser el impulso de un renacimiento del euskera, especialmente con fines pastorales, y por ello impulsor de un renacer literario religioso.
La otra parte de su obra (Corografía, Fueros, etc.), difundida en nuestro siglo y hasta en nuestros días, le merece el título de despertador de la conciencia vasca en su dimensión general, y hasta en la especificidad guipuzcoana, con sensibilidad singular y premonitoria de amenazas que más tarde se convertirían en conflictos graves. Por ello su mensaje, mucho más complejo que sus supuestas o reales mitologías, ha encontrado sorprendente eco hic et nunc, en un claro exponente de gloria póstuma.”
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