LA DIOSA MARI
“El numen central de la mitología vasca es de sexo femenino, su nombre es Mari o Maya […] Hace funciones de oráculo, guía de los fenómenos climatológicos (característica fundamental para un país agrícola) y somete la naturaleza entera a su voluntad (ella misma es la naturaleza, una personificación de ésta). Mari castiga la mentira, la jactancia, la falta de ayuda al prójimo, encargándose, asimismo, de que se cumpla la palabra empeñada y, sobretodo, de que se lleve a término la voluntad de la madre. Igualmente, educa y transmite conocimientos (misterios) a la mujer.” Txema Hornilla, “Los héroes de la mitología vasca”
Mari ¿Origen paleolítico?
Mari es un ejemplo viviente de que las teorías de Marija Gimbutas iban bien encaminadas. Está Gran Madre (que recibe los nombres de Dama o Señora) representa, según la arqueóloga, un excepcional nexo con la cosmovisión originaria de los primeros europeos. Al igual que la Diosa neolítica, Mari es la figura central del panteón mitológico vasco, todos los demás seres y genios están supeditados a ella. Según la tradición, representa tanto a los fenómenos naturales (tormenta, viento,…) como a los animales (cuyas variadas formas adopta) y aparece vinculada a espacios sagrados (manantiales, cuevas, montañas,…). Es además sacerdotisa (sorgin) y rige la conducta de los seres humanos.
Pero además existen una serie de características que conectan el mito de Mari
con el paleolítico. El ejemplo más claro es que Mari esta estrechamente
vinculada con las cuevas y el mundo subterráneo. Los genios y animales en los
que se metamorfosea proceden según las leyendas del inframundo, lo que
establece un vínculo (demasiado obvio para ignorarlo) con las expresiones
artísticas y culturales de las cuevas prehistóricas del cantábrico y el
Pirineo. Son indudables los paralelismos con otras culturas indígenas en las
que la cueva se concibe como entrada al útero de la Madre-Tierra, lugar
dónde se gestan todas las criaturas vivientes. Así describe J.M. de Barandiaran
la relación entre Mari y el mundo subterráneo:
“Mari viene a ser un núcleo temático o punto de convergencia de diversos temas
míticos. Atendiendo a algunos de sus atributos, como el dominio de las fuerzas
terrestres y de numerosos genios subterráneos y su identificación con muchos
fenómenos y agentes telúricos, nos inclinamos a considerarla como un símbolo (o
personificación) de la
Madre Tierra […] Las habitaciones ordinarias de Mari son las
regiones situadas en el interior de la tierra, que comunican con la superficie
por diversos conductos que son las cavernas y los precipicios. Por estas
razones, Mari aparece preferentemente en estos lugares” J.M. de Barandiaran,
“Mitos del pueblo vasco”
Por su parte, Andres Ortiz-Osés, explica así el posible origen paleolítico del
mito de Mari:
“El trasfondo arquetípico de la mitología vasca hay que inscribirlo en el
contexto de un Paleolítico dominado por la Gran Madre, en el que
el ciclo de Mari y sus metamorfosis ofrece toda una simbología típica del
contexto matriarcal-naturalista. De acuerdo con el arquetipo de la Gran Madre, esta suele encontrarse
relacionada con los cultos de fertilidad, como en el caso de Mari, quien
es la hacedora de lluvia o pedrisco, aquella de cuyas fuerzas telúricas
dependen las cosechas, la vida y la muerte, la suerte (gracia) y la desgracia.
Mari no es sino la proyección de una experiencia primigenia: la experiencia
vivida bajo el misterio del embarazo femenino, de la alimentación y cocción
femeninas, de la magia curativa de la mujer, del hogar como centro de la casa.
Mari no solamente es la epifanía de Ama Lur (La madre Tierra/naturaleza y sus
fuerzas personificadas) sino que representa el ordo natural, cuyas redes
teje y desteje en las astas de su carnero. A esta divinidad máxima vasca se le
ofrenda simbólicamente el carnero, animal sagrado por excelencia, cargado de
valores curativos y mágicos […] Mari representa el arquetipo matriarcal
predominante en el Paleolítico […] La Gran Diosa vasca Mari es claramente el símbolo de
la Vida, la naturaleza y sus fuerzas telúricas” Andrés Ortiz-oses,
“El Matriarcalismo vasco”
Multiapariencia (nexo con la Diosa neolítica)
Ya hemos visto en la primera parte de este trabajo como, según las investigaciones de la arqueóloga Marija Gimbutas, la Diosa de la vieja Europa neolítica a pesar de personificar la unidad de todos los seres, fuerzas y ciclos de la naturaleza aparece representada de muy diversas formas (humanas y zoomorfas) y adoptando diferentes roles. Muchos de los escépticos que cuestionaron (y cuestionan) el extraordinario trabajo de recomposición histórico que realizó Gimbutas, no tendrían más que admitir lo correcto de las líneas generales de su teoría en cuanto estudiaran con un mínimo de detenimiento el mito de Mari. Así nos explica J.M de Barandiaran, el carácter unitario de Mari a pesar de su multiapariencia:
“A pesar de la variedad de formas que los relatos populares atribuyen a Mari, todos convienen en que ésta es un genio de género femenino. Mari toma generalmente figuras zoomorficas en sus moradas subterráneas y forma de mujer en la superficie de la tierra y de mujer o de una hoz de fuego cuando atraviesa los aires. Las figuras de animales, como la de toro, de macho cabrío, de novillo rojo, de caballo, de serpiente, de buitre, etcétera, a que hacen referencia las narraciones relativas al mundo subterráneo, representan, pues, a Mari y a sus subordinados, es decir, a los númenes telúricos” J.M. de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”Mari es, por tanto, la manifestación de las fuerzas de la naturaleza divinizadas. Pero no en el sentido de divino que entienden las grandes religiones patriarcales, sino en el sentido de sagrado de los pueblos indígenas. Es decir, Mari no es ajena a la creación (trascendencia), sino que ella misma es la creación (inmanencia) y por tanto, todos los seres y ciclos naturales no son más que distintas expresiones de una misma cosa, de Mari. Este es el sentido de sus metamorfosis y de su multiapariencia.
Así lo explica Josu Naberan:
“Cuando hablo de la Dama y de la Diosa no me refiero a ningún ser de carácter sobrenatural (la disociación entre natural y sobrenatural es una idea teológica tardía de las grandes religiones), sino a un símbolo, a un nombre (izen) que señala una realidad auténtica (izan). ¿Cuál es la realidad significada por tal nombre? La naturaleza como un Todo. Pues Mari o la Señora (Anderea) no se circunscribe en su actuar y en su estar sólo a la tierra, sino que abarca los tres reinos (mineral, vegetal y animal) y los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego” Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”
Los diferentes nombres con los que se simboliza esta cosmovisión naturalista personificada en la imagen arquetípica de Mari, suelen estar vinculados a los lugares sagrados de cada valle o comarca. Así, como Señora o Dama de la naturaleza, encontramos los siguientes nombre entre otros muchos: Anbotoko Sorgina (La Bruja de Anboto), Aketegiko Damea (La Dama de Aketegi), Yona Gorri (Señora Roja), Txindokiko Mari (Mari de Txindoki), Aralarko Damea (Dama de Aralar), Arrobibeltzeko Andra (Señora de Arrobibeltz), Lezeko Andrea (Señora de la Caverna) en Ascain,etc…“
La multi-apariencia de Mari se convierte en algo de sobra sabido, así como su multi-situación en numerosos puntos geográficos vascos. Mari es recogida en numerosas leyendas de diferentes formas, y es percibida bajo diversos aspectos. A veces percibiendo una coherencia más o menos palpable entre forma y función. Mari aparece desde como una Dama vestida en satén rojo y con apariencia de una muy alta alcurnia, hasta como una aldeana más a veces identificable por poseer un pie de pato o de Oca (lo que la describe como Reina de las Lamias), pasando por: una mujer que sobrevuela el cielo montada en un carro tirado por cuatro caballos, o sobrevolando el cielo como una hoz de fuego enorme, volando sobre una escoba (como atributo de Brujería, convirtiéndola también en Diosa de la Brujería), montada sobre un carnero, volando con la Luna Llena como Corona, como una Dama Blanca, como un árbol con torno femenino (de ahí que existiera la costumbre de dejar ciertas ofrendas a Mari bajo árboles cuyo torso evocara el cuerpo de una mujer), contando además las numerosas leyendas que nos hablan de una Mari metamorfoseada en numerosos animales: carneros, gatos, patos, caballos, perros, etc, revelando un indudable carácter chamánico a su ya muy amplia colección de aptitudes” Jack Green, “La Diosa Mari”
Mari, como personificación de la naturaleza, se manifiesta también como distintos fenómenos atmosféricos que condicionan la mayor o menor fertilidad de la tierra:
Tejedora del destino:
Algunos ejemplos fueron recogidos por el etnógrafo J.M. de Barandiaran: “En Goyaz cuentan que se ocupa en desmadejar el hilo en el portal de su habitación en la montaña de Murumendi, sobre todo cuando hace sol y hay nubarrones tempestuosos en el cielo. En Zuazo de Gamboa dicen que Mari hace ovillos con hilo de oro en su cueva de Amboto, colocando la madeja en los cuernos de un carnero que le sirven de devanadera”
El oficio de hilandera y tejedora, como típicamente femenino, permitía a las mujeres de antaño reunirse durante horas sin presencia masculina. Estas reuniones servían para mucho más que simplemente coser y establecían fuertes vínculos entre las mujeres de cada valle. Txema Hornilla argumenta que algunos ritos de pasaje femeninos pudieron estar relacionados con este oficio:
“Mari, la diosa ancestral, suele llevar cautiva a una jovencita y la retiene por un tiempo en su cueva, enseñándole a hilar y desvelándole ciertos secretos. Nos hallamos frente al arquetípico esquema de la iniciación femenina, con la reclusión de la novicia en un lugar donde no ha de ver el Sol y en conexión, por tanto, con el simbolismo de la Luna como artesana del tiempo y tejedora de la existencia, concebida ésta a modo de laberinto, como un intrincado cruce de caminos (posibilidades de ser) sobre el que se cierne el destino. No en vano la tela de araña, imagen perfecta de este concepto, se llama en euskera amama sare , es decir, red de la abuela ( o lo que es lo mismo, red de los ancestros femeninos).” Txema Hornilla, “Zamalzain el chaman y los magos del carnaval vasco”
Autoridad moral
“Mari atiende a quien acude a ella. Si alguien la llama en tres veces seguidas, diciendo Aketegiko dama, «señora de Aquetegui», ésta se coloca sobre la cabeza del invocante, según se contaba en la región de Cegama. En ciertos casos se pedía consejo a Mari y los oráculos de ésta resultaban verídicos y provechosos.
[…] Mari quiere que sean respetadas las personas, prescribe la asistencia mutua y el cumplimiento de la palabra empeñada. Condena la mentira, el robo, el orgullo y la jactancia. Los delincuentes son castigados con la privación o pérdida de lo que ha sido objeto de la mentira, el robo, etcétera. Es corriente decir que Mari abastece su despensa a cuenta de los que niegan lo que es y de los que afirman lo que no es: ezagaz eta baiagaz, «con la negación y con la afirmación », los hombres pierden sus bienes que luego pasan a las arcas de Mari.” J.M de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”
“La sabiduría ancestral condensada en Mari, enseña que "lo dado a la negación la negación lo lleva"(Ezaí emana, eak eaman; Ezagaz eta baiagaz bizi emen da). Nos muestra que faltar a la palabra, al otro, a la tribu, es ser maldito por romper la ley de los antepasados (mairuak). El compromiso con la propia tierra, con los seres humanos fruto de ella, es ineludible.” Jakue Pascual y Alberto Peñalva, “El juguete de Mari”
Ofrendas a Mari
“Quien hace anualmente un obsequio a Mari no verá caer pedrisco sobre su cosecha (creencia de Kortezubi). El mejor obsequio que se le podría hacer era sin duda llevar a su cueva un carnero. En muchas leyendas del país aparece este animal como especie predilecta de Mari.
Es sin duda uno de los ritos de culto a Mari o a otros númenes subterráneos, la costumbre que hasta hace poco ha sido observada en Ataun y en algunos pueblos de Navarra, de echar piedras en las cavernas diciendo estas palabras: Au iretzat eta ni Jainkoarentzat, «esto para ti y yo para Dios». En Aralar los pastores practicaban esto mismo, echando piedras en los dólmenes de Obioneta y Ziñeko-gurutze, operación que era considerada como una oración.
En la planicie de Gaztelueta, situada al pie del altozano Beloki (también en Aralar) existe un túmulo formado con piedras y tierra, en el que hasta hace poco muchas personas echaban piedrezuelas en la luna llena. Lo mismo se practicó, al parecer, en los dólmenes Aizkomendi (en Eguilaz) y en Chabola de la hechicera (Elvillar), a juzgar por los cantos rodados que, en gran cantidad, se hallan en sus túmulos.
Lanzar piedras en una charca sagrada es también otro rito: en una que existe cerca del sitio de Ujué echan piedras las mujeres que desean tener hijos, como también lo hacen en otra que existe junto al castillo de Javier.
En Sara y en Liguinaga es costumbre colocar piedrezuelas (a ser posible traídas de otro pueblo) en las copas de los árboles, esperando que, con tal ofrenda, lograrán que tales árboles den frutos.
En una leyenda de Aya se refieren las peripecias de una procesión que los pastores hacían a la cueva de Mari de Amboto para lograr que no cayera ningún pedrisco u otra tempestad que perjudicase a sus rebaños.
En la gruta de Arpeko Saindua (Bidarray) se celebra anualmente una romería en el día de la Trinidad. La supuesta zagala petrificada o Mari que allí se venera es invocada en casos de enfermedades de la piel y de los ojos. Ella, según se supone, efectúa las curaciones mediante el agua que se desliza por la superficie de su estatua estalagmítica. Los devotos le ofrecen velas, monedas y aun prendas de vestir utilizadas por los enfermos, las cuales se depositan en la misma gruta, según lo hemos señalado antes.” J.M de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”
Mikelats y Atarrabi ( los dos hijos de Mari)
“Han sido muchos, muchos más de los que a muchos ministros de la Iglesia le gustaría reconocer, los habitantes que han afirmado, sobre Mari, que es un entrañable diablejo, a quien le gusta a menudo esconderse tras los azules mantos de la Virgen, y recibir las alabanzas que son originalmente dedicadas a la madre del cordero.
Ciertamente nuestros abuelos nos dijeron que ese entrañable diablejo llamado Mari, tuvo dos hijos: Mikeltas y Atarrabi. Con el tiempo uno se hizo cura, y este es Atarrabi, y el otro se fue a una recóndita cueva donde Etsai, el Diablo, enseñaba Brujerías y otras paganías diversas a aquellos que así lo solicitaban, este fue Mikelatz. Obviamente la Iglesia lo tiene fácil: uno es el bien (el cura), el otro es mal, pero no es tan sencillo.
En primer lugar esto nos cuenta un poco más de Mari, a través de sus retoños. Lo primero que nos dice es que Amalur, siendo fuente de todo, también es fuente del bien y del mal, y que por ende está por encima de cualquier concepto de dualidad. Está más allá de lo mortal, pero también más allá de lo inmortal, siendo Diosa, es en raíz más que Diosa y siendo humana (o con capacidad para procrear con humanos, como nos cuenta la leyenda en la que tiene un hijo con Don Diego López de Haro, señor de la Villa de Bilbao) es también más que humana.
Además, de Mari nos dice como ella conserva su posición como soberana, siendo su hijo Atarrabi el arquetipo del cristianismo, y Mikelatz el arquetipo de Paganismo, Mari nos confiesa los vehículos mediante los cuales apadrina (amadrina, en realidad) ambas espiritualidades, aparentemente en conflicto, pero complementarias para ella, de una forma que ya he ejemplificado más arriba. Mari, inteligentemente, crea un vehículo, Atarrabi, mediante el cual conservar su existencia aun con el cristianismo derramando agua consagrada por los antiguos lugares de culto. Su sangre corre por las mismas venas de los paganos (Mikelatz) y de los cristianos (Atarrabi) y así Mari se vuelve a auto-perpetuar sin necesidad de hombre. No se tiene que casar con el hombre extranjero, pues gracias a Sugaar, la serpiente macho, es capaz de crear a sus dos hijos, manteniendo la independencia y reafirmando su existencia.” Jack Green, “La Diosa Mari”
Mari y Sugaar (la dualidad cósmica)
Sugaar (que también recibe otros nombres como sugoi, maju o suarra) es una serpiente macho o dragón que según la tradición mitológica vasca es amante de Mari. Representa las fuerzas masculinas celestes simbolizadas arquetípicamente como una serpiente-rayo.
Esta simbología se fundamenta en el hecho de que para nuestros antepasados, la unión sexual entre el Padre Cielo y la Madre Tierra se producía durante las tormentas, ya que de dicho encuentro surgía la lluvia seminal que fecundaba las cosechas. Y en este apareamiento cósmico, el rayo representaba el poder fertilizador del principio masculino celeste que penetraba por las simas y cavidades uterinas. Este fenómeno atmosférico fue interpretado por nuestros ancestros como una serpiente-rayo o dragón (relacionado con los elementos masculinos fuego y aire).
Sugaar , al igual que el joven dios de las cosechas de tiempos neolíticos, debe ser entendido en última instancia como una emanación de la propia Diosa (símbolo del Todo) que le permite a ésta autofecundarse (Diosa partenogénica). Un ejemplo de este arcaico simbolismo lo encontramos en el mito de la creación de los pelasgos, recompuesto por Robert Graves y en el que la Diosa Eurínome crea a la serpiente Ofión a partir de si misma.
Pues bien, la etimología de Sugaar es sumamente esclarecedora y a la vez polivalente: Por un lado puede ser suge (serpiente) + ar (macho), pero otros autores también sugieren su (fuego) + gar (llama). También en su acepción como suarra, obtenemos su (fuego) y harra (gusano).
El antropólogo J.M. de Barandiaran recogió hace décadas algunos testimonios sobre Sugaar en las comunidades rurales vascas que deja definitivamente claro su carácter de serpiente-rayo-dragón. Así uno de los consultados afirmó que suele atravesar el firmamento en forma de media luna de fuego justo antes de una tempestad. Según otro testimonio su aparición es en forma de fuego, pero no se le ve la cabeza ni la cola; es como un relámpago. Además, en muchos pueblos se dice que al juntarse dicha pareja de amantes (Mari y Sugaar) siempre estalla una furiosa tormenta.
Estos relatos en torno a los amantes Mari y Sugaar pueden considerarse como una reliquia de la Europa primigenia, ya que conservan aún el simbolismo original del personaje del dragón como amante de la Madre Tierra y lo relacionan directamente con las celebraciones del Matrimonio sagrado neolítico. Por eso, en muchas leyendas europeas, incluidas las vascas, el dragón aparece vinculado al interior de una cueva, que representa para los pueblos primitivos el útero de la Diosa-Madre dónde se unen los dos principios que originan la vida. Más tarde, el cristianismo católico calificaría este encuentro entre amantes como un rapto del dragón, creando nuevos mitos en el que el original representante del principio masculino de fertilidad era asesinado y sustituido por el nuevo héroe caballeresco patriarcal.
Finalmente, volviendo de nuevo a ese banco de datos sobre la cosmovisión indígena europea que es el euskera, podemos entender un poco más el simbolismo arquetípico que contiene la “relación” entre Mari y Sugaar, apoyándonos en el trabajo previo del escritor Jakue Pascual. Pues bien, en euskera la palabra relación se dice harreman, compuesta en su etimología básica por ar (masculino) eme (femenino), pero que también podemos interpretar desde la manifestación dinámica de estas dos energías, así tenemos: Har (tu) del verbo “coger, tomar” y eman, del verbo “dar, ofrecer”. Encontramos pues, en la etimología de esta palabra, una hermosa síntesis lingüística y filosófica de las dos polaridades energéticas de la naturaleza, cuya complementariedad (harreman) conforman la unidad primordial de todas los seres y procesos naturales. En palabras de Jakue Pascual: de la infinita representación de la implosividad y expansividad de la forma primigenia que simboliza el lauburu, (símbolo ancestral del pueblo vasco).
Por tanto, y si proyectamos este concepto a las “relaciones” humanas, tenemos que para nuestros ancestros creadores del idioma y de la cosmovisión vasca, la armonía entre las personas se basaba en el equilibrio entre el “dar” y el “recibir”, entre ar y eme, entre lo masculino y lo femenino. Esta es la analogía contenida en las ceremonias del “Matrimonio sagrado” neolítico (hierogamia) en las que sus ritos se ocupaban tanto de armonizarse con las fuerzas duales de la naturaleza (femenino-terrestre y masculino-celeste) como con las “relaciones” humanas entre el hombre y la mujer. Y esto es, en definitiva, lo que simboliza y enseña la relación entre Mari y Sugaar: la armonía y complementariedad entre las dos polaridades de la naturaleza, lo que en la tradición alquímica se denomina andrógino sagrado.
Fuente: http://www.europaindigena.com/neol%C3%ADtico/iii-la-cultura-tradicional-vasca/14-la-diosa-mari/
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