Materiales
para una bibliografía
sobre
danza vasca
JOXEMIEL
BIDADOR
El presente trabajo pretende ser una
visión más o menos general de lo que ha sido a lo largo de la historia
la abundante bibliografía que en tomo a la danza vasca ha salido a la
luz.
Esta bibliografía puede decirse que
comienza -si dejamos de lado las menciones que ya Estrabón y otros geógrafos y viajeros dieran en épocas anteriores- en los siglos XVI y XVII. En
estos siglos, y siguiendo la más pura tradición de la doctrina
cristiana -que ya comenzara en el Concilio de Vannes de 465, y continuara con los de
Toledo de 587, la decretal del Papa
Zacarías de 774, la homilía de León V de
847, o las constituciones sinodales del obispo de París, Odón, de finales
del XII-, la práctica totalidad de las menciones que se conservan sobre el
tema se reducen a prohibiciones y pleitos
en los que una de las acusaciones a los reos es la de haber danzado.
Estrabon.
En cualquier caso debe hacerse constar
la salvedad del Libre Vemell de Montserrat. Esta obra es un collectaneum en el que pueden encontrarse desde oraciones hasta lecturas o
sermones, ofreciendo asimismo canciones y danzas para la distracción espiritual
de los fieles que, tras la romería al santuario, pasaban la noche en el
lugar.
Las prohibiciones y condenas por parte
de la iglesia europea contra la danza, se mantienen durante toda la Edad Media, y, ya en el
siglo XVI, el propio Concilio de Trento, repite esta postura, en su intención de
reordenar el estamento eclesiástico. Parece que
una de las razones por las que este arte fue rechazado de la liturgia cristiana
-no olvidemos que uno de los escenarios predílectos del danzante es el propio
lugar sagrado, y que desde los remotos tiempos de las primeras
comunidades cristianas, el baile era un componente importante de las
celebraciones más remarcadas del calendario festivo religioso, mientras que en
otros muchos casos, infinidad de elementos de cultos paganos fueron asimilados a
las iglesias regionales sin ningún tipo de dificultad-, es el hecho de
que la danza recurre al cuerpo, y a sus poderes poco controlables.
La única excepción que puede
encontrarse en toda Europa en cuanto a la utilización de la danza en el
ritual eclesiástico durante la
Edad Media, la encontramos en España y desde una
época muy remota. Esto se debe a que durante la colonización arábiga de la
península, el culto que se mantiene en las iglesias es el mozárabe, influído
indudablemente por el ritual musulmán, y que, a pesar de su sustitución por
el ritual romano tras la reconquista de
Toledo por el rey Alfonso VI de
Castilla, no desaparece totalmente, fruto de una virtual convivencia entre
cristianos, musulmanes y judíos, muy enriquecedora para toda la cultura hispánica. Esta
fue eliminada tras la expulsión de los árabes hispánicos, y más tarde de
los judíos, entrando en una época de terror religioso, marcada por el
fortalecimiento de la
Inquisición, ; por la necesidad de demostrar la genealogía
castellana del buen cristiano viejo.
En las diversas constituciones sinodales
que a lo largo de los siglos XVI y XVII se suceden, tanto en la diócesis de Pamplona, como en la de Calahorra,
pueden encontrarse referencias expresas a la danza, por las que son prohibidas en lugares sagrados,
tanto al pueblo llano como a los propios clérigos. Así, tenemos las del año 153
1 del cardenal Casarinis y las de 1539, las de Pedro Manso de 1600 y 1604, las
de Pedro González de 1621, o las de Pedro de Lepe de 1698. Todos los
pleitos, juicios, denuncias, e informes qve los visitadores y fiscales
diocesanos realizaron al respecto y que van apilándose en los archivos de las
diócesis vascas, constituyen asimismo una inestimable fuente de datos para la
reconstrucción del estado de la danza en estas épocas.
Mujeres navarras según el códice Madrazo Daza. Siglo XVI.
En todo caso, no son éstas las únicas
informaciones que poseemos al respecto de estos siglos. Aunque no
hagan referencia expresa a las danzas, sí que aparecen mencionadas en las
diversas cédulas reales e informes que las Cortes del reino mandan a los monarcas
para la erradicación de las mecetas, costumbre eminentemente vasca, en la
que la danza es uno de los elementos indispensables.
De todos los acuerdos, constituciones
sinodales, leyes, mandatos, cédulas reales, informes, acusaciones, ..., tal vez los más conocidos son los
edictos que los obispos de Pamplona, el
aragonés Gaspar Miranda y Argaiz y el errazuarra Juan Lorenzo Irigoyen y
Dutari, en los años 1750 y 1769 respectivamente, mandaron difundir por todas las
parroquias de la diócesis pamplonense.
“Los vascos”, R. Nieto. Siglo XVIII.
Más adelante nos encontramos con otras
prohibiciones y edictos como la cédula real de 1780 contra las danzas o la de 1793 contra las mecetas, pero que ya no son una fuente
de primer orden a la hora de buscar datos sobre la danza, puesto que es en
este siglo XVIII cuando aparecen los primeros trabajos expresos sobre el tema, que constituyen las primeras
descripciones físicas y de cierto rigor que
conocemos.
En todo caso, estos primeros trabajos
no deben situarse como meras descripciones folkloricas, tal y como
hoy se conocen, y hay que entenderlos dentro de un ambiente lleno de
disputas y controversias, como lo es el del siglo XVIII. La literatura apologética
que sobre la lengua vasca y ya desde el siglo XVI -en 1587 se publica en
Bilbao la obra del licenciado Poza Sobre la antigua lengua.. . - se va realizando en Euskalerría, tiene
su máxima fuerza en el siglo XVII, culminando en el XVIII
con la grandiosa figura del padre Larramendi.
Es en este ambiente en el que hay que comprender las obras que sobre la danza nos han llegado de
la época. Boda en Iparralde según un grabado de fines del siglo XVIII
El tema de la danza, un tema que como
ya se ha visto suscitó numerosas prohibiciones en los siglos
anteriores, sigue siendo objetivo primordial de predicadores y moralistas. Por otra
parte, junto a la literatura apologética que defendía las cualidades del
euskera, surge una concepción de lo vasco, por la cual no es sólo el euskera el
único exponente del vizcaíno, sino que sus costumbres son un dechado de
virtudes. El encontronazo entre las dos tendencias no puede ser más duro,
dándose incluso entre miembros de una misma orden religiosa -así es el caso
de Larramendi y Mendiburu, ambos jesuitas-.
De este modo, tenemos que la primera
obra en la que se hace una descripción y clasificación de las
danzas guipuzcoanas, colocándolas como modelo de virtud, es la Corografiíz de Guipzizcoa de Larramendi
-contra la opinión actual que le otorga este
honor a Juan Ignacio Iztueta- escrita hacia 1756. Esta obra no es sólo una memoria folklorica del arte
guipuzcoano, sino que es una verdadera apología, en
el más puro estilo, en la que se defiende la danza del ataque visceral
de los predicadores y misioneros de la época. Uno de éstos era el padre
Mendiburu, el Cicerón vasco, el cual escribió asimismo su tratado, esta vez
en contra, de la danza, inmersa dentro de un catecismo, el Chrzstau Dotrin
edo Catecismo lucea, perdido hoy en día, y que es anterior a 1764. El mismo
padre Larramendi se encargó de hacer la censura de esta obra, y, dejando de
lado los diversos aspectos del catecismo
se centró exclusivamente en el punto
de la danza. Esta censura, de 1764, obtiene también su contracensura,
escrita por el mismo Mendiburu en 1765.
Esta controversia se mantiene a lo
largo de todo el siglo, repitiéndose en los siglos siguientes casi hasta
nuestros días. Así, en 1791 tenemos la Respuesta satz'sfactorza del franciscano Palacios, en torno a
los sucesos que acontecieron en Balmaseda cuando dos misioneros del
colegio de Zarautz predicaron en contra de las danzas. Compañero de
religión y de convento de Palacios era Añibarro, del cual se
conservan inéditas numerosas páginas, que giran en torno a los pecados de la
danza, en su obra MzSionari euscaldzma.
La postura de un párroco de aldea de
la zona media de Navarra, como lo es el prolífico Joaquín de Lizarraga, es
fácilmente verificable en el sermón in festo rosarii, que para las fiestas de Elcano
preparara, y que fue editado por José María Satrústegui en la revista
"Fontes Li n g u~V asconum". De 1816 es la conocida obra del carmelita Fray
Bartolomé de Santa Teresa Euskalernjetaco olgueeta ta dantzeen neurrtZco-gatz-ozpinduba, la cual recuerda la dureza con que los predicadores y
misionistas atacaban la danza desde los púlpitos de todas las iglesias de
Euskalerría.
Siglo XIX.
En todo caso, y a pesar de toda la
bibliografía que ya hemos mencionado sobre el tema, se ha considerado la
obra del zaldibitarra Juan Ignacio
Iztueta Guzpuzcoaco dantza gogoangarrien
condaira edo historia, de
1824, como la primera obra propiamente foklorica
vasca, por la descripción y clasificación sistemática que de la danza
guipuzcoana realiza el mítico autor. A pesar de esta idea, en mi opinión, Iztueta continúa por el camino ya abierto
en su día por Larramendi, haciendo junto a una valiosísima labor folklorica, una no menos apologética propaganda de los
valores de la danza vasca. Iztueta conoce la obra de Fray Bartolomé, pero
ni siquiera la menciona en su libro. En cambio sí que conoce la
favorable idea que de la danza vasca expresara el escritor español
Jovellanos en su Memoria de los espectáculos y diversiones públicas, y su oeen en
España, de 1790. En
todo caso, el hecho de que el escritor guipuzcoano no
mencionara la obra del carmelita vizcaíno, no demuestra su desconocimiento. Es
más, la rivalidad entre los dos autores es total, como lo demuestra el
insólito juego que a modo de réplicas satíricas es mantenido entre Fray Bartolomé por
un lado, y el gramático francés Lécluse e Iztueta por otro, en esta
serie de obras: Manuel de la langue basque (1 826), Plauto bascongado (1
828), Carta eguiten diona.. . ( 1829), Plauto polígloto ( 1828), y Anti-Plauto poligloto (1829).
Este siglo de contradicciones, como ha
sido definido el XIX, se caracteriza por la profusión de autores que, con
cierto rigor científico, se dedicaron a clasificarlo todo. El más preclaro
ejemplo que poseemos en Euskalerría es el del príncipe Bonaparte, al cual
debemos la elaboración del mapa de los dialectos vascos, junto al estudio del
variedades desaparecidas hoy en día.
Otros viajeros y estudiosos, tanto
vascos como del resto de Europa, escribieron sobre el País Vasco, y en sus
descripciones era común lo referente a la danza. Ya hemos mencionado a
Jovellanos, pero así mismo tenemos los escritos de Humboldt (1801), de Nonbela (1868), de Ferrer (1875), de Lande (1877), de Mañé (1879), de los
historiadores Gorosábel (1899) y
Labayru
(1895), de Echegaray (1895). .. Estas descripciones de las danzas dominicales, caracterizándolas como un
ejemplo de la férrea moral del pueblo euskaldún, amante de la tradición y de
la religión, crean un nuevo modelo de vasco, que encaja muy bien
con las ideas de los religiosos de la época. El ataque frontal de los
misioneros contra la danza se estiliza, y
cambia de cara. Ahora será reprimido todo lo que huela a foráneo,
a irnportado, lo que se amoldará muy bien a los
espíritus ilustrados del país, de modo que la controversia moral, que en
torno a la danza se había mantenido a lo largo de los siglos precedentes,
desaparece, para unirse ambos bandos en defensa del inmoral ataque
extranjero, tesis que entronca directamente con las nuevas teorías nacionalistas
que con Sabino Arana van a surgir a finales de siglo.
Grabado de Pannemaker para la obra de Juan Mañé y Flaquer El Oasis. Viaje por el país de los Fueros, del año 1878
La nueva centuria nace bajo los
auspicios de la Revista Internacional de Estudios Vascos creada en 1907 por Julio de Urquijo, en la que la
bibliografía sobre danza, siguiendo por el camino
recientemente marcado, conoce un indudable avance a manos de escritores
como Hérelle o Martín de Anguiozar.
El siglo está caracterizado por la
aparición de numerosas revistas, aparte de la ya mencionada RIEV, o de
la fundada por Manterola en 1880 Euskalerriá, como lo son Euzko Gogoa, Gure
Hervia, Euskalewiaren Alde, Euskal Esnalea, Yakintza, Euzkerea.. . , y entre
las que cabe destacar Txistulari.
La asociación de txistularis del País
Vasco se funda en el año 1927, y la primera revista aparece en Bilbao en el
período de marzo-abril de 1928. Su publicación será bimensual hasta marzo-abril de
1933, que comienza la segunda etapa, la cual será truncada por la
guerra civil. En esta época, la apología de la danza vasca y en contra de todo lo
que sea extranjero, se lleva hasta puntos exagerados, que recuerdan la
polémica de los autores del XVIII y XíX. Cabe destacar en elia a Sandalio
Tejada y al sacerdote Policarpio de Larrañaga. Asimismo viene respaldada
por trabajos como los del capuchino
Padre Donostia o del ya mencionado Martín de Anguiozar.
Tras la guerra, la apología de la
danza vasca, como tantas otras, va desapareciendo poco a poco. La
rigurosidad de los trabajos va en aumento, y la aparición de nuevas revistas y
publicaciones son definitivas para asentar los estudios folkloricos de Euskalerría.
La revista "Txistulari" recomienza su andadura en 1955. La aparición de los
"Cuadernos de Etnología y
Etnografía de Navarra" en 1969, acoge de mejor manera el tema de la danza que la revista de similares contenidos que,
fundada en 1921, es "Anuario de
Eusko
Folklore". Pero sin lugar a dudas, es la
aparición de la revista Dantzari, y más tarde Dantzariak, junto con la creación de la asociación de
dantzaris vascos,
cuando el estudio de la danza vasca y su bibliografía reciben el
empujón
definitivo y crucial que se necesitaba.
Dentro del ámbito de la revista
"Txistulari", Xabier Gereño intentó, sin lograrlo, la creación de una
asociación que acogiera en su seno la totalidad de los dantzaris vascos, presentes en
los numerosos grupos que se iban formando. Debido a la postura intransigente del régimen franquista hacia todo lo vasco, se creó el "Euskal Dantzarien Biltzarra"
en Baiona, siendo su primer presidente Paul Legarralde,
director del grupo Gernika de París. Se celebró el primer Dantzari Eguna en
Miarritze en el año 1967, y Xabier
Gereño se encargó de la realización de
los primeros doce números de la revista "Dantzari", germen
de la que luego sería "Dantzariak". Tras numerosas trabas puestas por el gobierno
francés, y las obvias que podían encontrarse en hegoalde, la asociación comenzó su
andadura dentro de la
Sociedad Vascongada de Amigos del País. El
Dantzari Eguna de 1978 en Pamplona significa el definitivo asentamiento
de la asociación, publicándose dos números
especiales de la revista en su actual
formato, continuando la publicación a partir del número 8.
Celebración de una boda en Leiza a principios del siglo XX.
En estos momentos, el claro declive de
la revista "Dantzariak", parcheado en parte por la labor de
"Txistulari" -claro ejemplo es el número 146, realizado conjuntamente por las dos
asociaciones-, ha dejado el panorama de la bibliografía de la danza vasca en manos de personalidades
aisladas -como lo son Urbeltz, Txema Hornilla ...-, o en manos de grupos de danzas concretos -como lo puede ser el
grupo Ortzadar de Pamplona-.
Son obvias las dificultades que
presentan el mantenimiento de una revista del tipo de "Dantzariak"
-escasa rentabilidad, reducidos medios, falta de investigaciones ...-, pero sería una verdadera pena que
desapareciera, en mi opinión, el que es el marco más
adecuado para la publicación de trabajos e investigaciones que en tomo a la danza
vasca se puedan estar realizando en Euskalerría o fuera de ella.
Una vez terminada esta rápida ojeada a
lo que ha sido la bibliografía en tomo a la danza vasca a lo largo de la
historia, y sin querer alargarme más, vaya aquí mi más sincera disculpa por
todas las menciones que he olvidado en el tintero. Quisiera advertir
asimismo, que en la bibliografía presente no recojo lo referente a partituras ni,
por norma general, a música de danza, por lo que pueden quedar explicadas y
excusadas, en parte, las posibles omisiones que se
encuentren a lo largo del trabajo.
Bibliografía disponible
en:
dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/144845.pdf
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